57. Perdidos en Roma.

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—Haber acabado viciada al café, es algo que no vi venir —confesé, antes de darle un sorbo a la taza de café que reposaba sobre la mesa.

A Nelly y a mí nunca nos gustó el café. De hecho, ella solo lo tomaba para poder aguantar despierta, aunque lo aborreciera. A mí simplemente no me hacía falta para mantenerme en pie, sin embargo, llevaba unos días sin poder dejar de tomarlo. Pero eso, era culpa de Ian.

—Solo estás aprendiendo a apreciar las cosas buenas de la vida. —Él me hizo un gesto de brindis y yo choqué mi taza con la suya.

—Siempre he odiado el sabor amargo del café, pero descubrir el cappuccino, ha sido toda una fantasía. 

—Sabía que te gustaría, porque sabe a chocolate y eso le resta amargor al café.

—Como me conoces. —Sonreí y él me guiñó, antes de beber del suyo de nuevo.

Era de noche y estábamos en una cafetería del centro. Esa que me recordaba tanto a Café Atlanta, por su decoración.

Sí, se lo que muchos estaréis pensando.

¿Café? ¿Por la noche?

Por raro que pueda llegar a sonar... Sí, esa noche necesitaba una buena dosis de café, para poder aguantar toda la noche despierta.

¿El motivo?

A la mañana siguiente, teníamos que coger el avión con destino a nuestro ansiado viaje por Italia.

Entonces, ¿cuál era el problema?

Básicamente, mi problema era el siguiente: mi definición de avión, igual a «sitio completamente cerrado y del que no puedes salir, a no ser que quieras salir volando y acabar estrellándote contra el suelo o ahogándote en el fondo del océano».

La primera vez que tuve que viajar en avión para ir a Irlanda con el instituto, no lo sufrí tanto, porque por aquel entonces, aún no había vivido el trauma de quedarme encerrada en aquel ascensor. Pero de alguna manera, me sentí incómoda y recordaba como Melody tuvo que darme una pastilla para quedarme dormida.

Pero esta vez era diferente; nada de dormir bajo los efectos de pastillas, porque esas cosas no podían ser del todo buenas.

Así que la idea que Ian y yo tuvimos, fue mantenernos despiertos esa noche, para poder dormir profundamente durante todo el viaje, el cual, duraría unas nueve horas.

Esperaba poder aguantar despierta durante toda la noche, gracias al poder de la cafeína y de los vídeos de YouTube. Y por suerte y por difícil que pudo llegar a ser, al final lo conseguimos.

A la mañana siguiente, cuando Ian y yo estábamos a punto de caer en el sueño, mis padres aporrearon la puerta de mi habitación, despertándonos del trance en el que nos encontramos, de ese punto intermedio, entre estar dormidos y despiertos.

—¡Despertad! —gritó mamá—. ¡Son las siete de la mañana! —Su voz sonaba alta y firme, a la vez que abría las cortinas de la habitación.

—Mamá... —Suspiré, frotándome la cara—. Estoy muy cansada... —Acurruqué mi cara sobre el hombro de Ian y bostecé.

—Eso es bueno, significa que nuestro plan está saliendo bien. —Ian mencionó, con voz atontada.

Mamá negó con la cabeza y miró a papá, quien estaba apoyado en el marcó de la puerta de mi habitación y se rió, encogiéndose de hombros.

—El avión sale a las nueve de la mañana. Son las siete y tenéis que prepararos. ¡Vamos! —Dio una gran palmada, que creo que nos despertó de lleno a ambos y luego salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

HOPEFULLY  [COMPLETA Y EDITADA] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora