Prólogo

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⚠️ Esta historia contiene temas controversiales. No recomiendo ver si eres muy sensible a temas relacionados con la muerte y autolesiones ⚠️

Siempre fui el excluido. El patito feo. El que está de más. El que "sobra".

Todos en mi ciudad natal me veían como la persona más rara del universo, como un loco sin remedio que no vale la pena ayudar. De hecho, ni siquiera me veían como una persona. Me llamaban monstruo.

Los supersticiosos dicen que no tengo alma y doy mala suerte a las personas que me rodean, mientras que los religiosos me hacen llamar Satán. Al principio creía que se trataba de mi apariencia, pero con el paso del tiempo me di cuenta que se trataba de mi personalidad, de mis gustos.

La gente me echaba de los pueblos a los gritos por las atrocidades que cometía, y mis padres debían asumir la culpa. Ellos se la pasaban mudándose de ciudad en ciudad, hasta que un día nos sentimos excluidos del país entero.

Mis papás se dieron cuenta que el problema era yo, y no les costó ni un poco abandonarme en las calles heladas de Alemania. Fueron días difíciles para un niño de seis años, pero luego de unas semanas me crucé a una pareja que no hablaban mi idioma.

Recuerdo que nos costó demasiado poder comunicarnos, ya que esa pareja era turista, provenientes de Estados Unidos. Me llevaron a una estación de policías, pero por mi mala fama nadie quería ayudarme.

Mi vida miserable hizo sentir terrible a esta pareja, y decidieron ayudarme por voluntad propia, creyendo que todas las críticas de la gente hacia mí eran mentiras. Yo no era idiota, sabía que si demostraba mi verdadera personalidad sería botado a la calle nuevamente, por lo que fingí inocencia hasta que esta pareja se decidió por adoptarme.

Sería complicado entrar a Estados Unidos con mi nombre alemán, así que optaron por llamarme "Johan".

Fue complicado conseguirlo, pero pude ser su hijo. Me llevaron a su país y pronto tuve un hogar acogedor donde me enseñaron inglés mediante libros y videos educativos.

Esta pareja son la señora y el señor Miller. Resultaron ser personas bañadas en oro, que por más ocupadas que estaban con el trabajo no me dejaron solo en casa ni un segundo. Querían darme la educación que mis padres biológicos jamás me dieron, pero ellos no sabían que con educación yo no iba a cambiar. Lo mío era una enfermedad.

Tardaron años en entenderlo, y cuando recién lo hicieron no dudaron un segundo en abandonarme, aunque lo hicieron indirectamente. Con la excusa de que tenían un viaje de negocios se fueron a otro país sin decirme cuándo volverían, pero prometían que sería "pronto".

Ellos no querían verme más la cara. Escaparon de mí, me dejaron solo en la casa, pero aún pagan todas mis necesidades. Es como si... les diera pena abandonarme y por eso prefieren cuidarme de lejos.

Me acostumbré a la soledad y al bullying. Me acostumbré a que nunca iba a ser aceptado, y me acostumbré a mi propia locura. Me acostumbré a tener la misma rutina todos los días, cada año. Levantarme, desayunar, ir a la escuela, ser golpeado, cenar, dormir y así todo el tiempo.

Pero a lo que jamás me acostumbré fue a ese encuentro con esa chica.

Hace dos años.

Habían pasado pocas semanas desde que mis papás se fueron "de viaje" y todavía no me acostumbraba a estar tan solo y no tener el consuelo de ellos cuando volvía hecho mierda de la secundaria. Los chicos que tanto me molestaban en la escuela se enteraron de que mis padres no se encontraban para protegerme, y quisieron aprovecharse de eso.

Saliendo de clases decidieron perseguirme hasta mi casa y me vi obligado a escapar a otro lado, terminando en un bosque completamente desolado y perdido. Había oscurecido y comenzó a llover, pero incluso con todos los obstáculos ellos no paraban de perseguirme.

No podía correr con toda la lluvia, el suelo ya no era firme y el barro me hizo tropezar como cinco veces. Mi cuerpo estaba arañado por todas partes gracias a las ramas de los árboles, mis rodillas sangraban hasta los tobillos de todas las caídas que tuve y mi mentón tenía un serio raspón que me había hecho con una piedra al caer. Estaba desesperado, solo y a punto de ser molido a golpes por cinco idiotas de mi escuela.

La desesperación me hizo tener un ataque de ansiedad. El pánico me hizo perder el control y mi llanto imparable fue callado por los truenos de la súbita tormenta. No podía seguir corriendo, así que opté por esconderme detrás de algún árbol hasta que se haga de día o, aunque sea, hasta no oír las voces de esos idiotas.

Estaba muriéndome de frío, o al menos así lo sentía con todo mi uniforme empapado. Mi labio inferior temblaba ridículamente y mis extremidades también. Miraba a todos lados paranoico de que alguno de los chicos me encuentre, estaba alerta a cada sonido, aunque se me complicaba escuchar algo con la tormenta.

Cuando creí que la noche no podía ser peor, alguien se apareció frente a mí. Lo primero que oí fue el crujido de unas ramas, y luego vi la figura de una chica.

Era... muy linda. Me miraba preocupada. Era la primera vez que alguien me miraba con unos ojos que no sintieran asco o miedo por mí. Fueron solo tres segundos que cruzamos miradas, pero ella pudo sentir todo mi dolor sin hacerme ni una sola pregunta.

Me encontraba sentado en el suelo hecho bolita, abrazando mis piernas y llorando hasta ahogarme. "Tal vez no aparentaba ser el enfermo que era, y tal vez por esa única razón ella me ayudó" es lo que siempre me repito cuando recuerdo ese día.

La chica se arrodilló frente a mí sin importarle ensuciar sus rodillas expuestas por su vestido y su mano se apoyó en la mía, haciéndome sentir una calidez que me consoló en segundos.

— ¿Puedo ayudarte? —su voz era suave y aguda. Tenía un tono tranquilo para lo que era el día tan horrible con esta tormenta.

Yo me encontraba mudo ante la primera demostración de empatía en mi vida. Sólo podía mirar a la chica con ojos de cachorro abandonado. Ella suspiró sabiendo que yo no pensaba hablar y su mano tomó lugar en la herida de mi mentón, cubriéndola.

Hice una pequeña expresión de dolor al sentir el roce con mi herida, pero mantuve el silencio cuando vi a la chica cerrar sus ojos, como si estuviera concentrándose en hacer algo. Se quedó unos segundos sin hacer nada, dejándome tan confundido como preocupado, pero no quería interrumpir lo que sea que estaba sucediendo. Su toque se sentía cálido y me agradaba.

La chica apartó su mano luego de abrir los ojos y me miró a los míos, dejándome aún más desconcertado. Ninguno habló, pero alguien llamó a su nombre.

— ¡Tara! —una voz masculina y grave llamó entre los árboles, y ella miró exaltada hacia el sonido.

La chica me miró una última vez y no tardó en irse corriendo para el lado contrario de donde provenía el sonido.

Curioso por aquel toque tan extraño que hizo la chica, levanté mi mano y toqué la herida de mi mentón, pero me sorprendió no sentirla.

Mi herida no estaba.

¿Ella... la curó? ¿Qué fue eso?

¿Quién es ella?

No podía permitir que la única persona que se mostró empática conmigo se vaya tan fácil. Desde aquel día en el bosque me juré a mí mismo que encontraría a esa chica sin importar el costo, me había obsesionado.

No pensaba dejarla ir.

Al menos, no otra vez.

Todo por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora