Mériac

Tarde de café

Una tarde típica con lluvia lenta y melancólica, de aquellas que no terminan de arreciar o finalizar; moja la ciudad y lleva consigo el aroma del asfalto húmedo. Los conductores transitan más lento, la vialidad se torna densa. Se detiene repentinamente, muy probablemente a causa de un accidente originado por la humedad de las calles o el estrés. Independientemente de la causa, con seguridad alguien murió. Sirenas a lo lejos indican que alguien resultó herido. La gente se aglomera, sin acercarse demasiado; entre hierros retorcidos un riachuelo de sangre fluye, hoy fue un mal día para alguien, hoy fue su último día.

Hacía un par de días que el frente frió llegó a la ciudad, el ambiente melló el ánimo y las calles. Era un temporal de precipitaciones adelantado, muy prolongado, desde el mes pasado la urbe estuvo sitiada por nubes. Según los meteorólogos sería una larga temporada de huracanes.

***

El negocio estaba a medio llenar; los meseros iban y venían con tazas de café humeante, intentaban levantar el ánimo gris en Guadalajara. Cada mesa tenía un muy particular mundo privado, completamente ajeno a los demás. En una de esas mesas había dos personas, una de ellas miraba el café, la otra observaba y esperaba.

Ante lo embarazoso que un lapso de silencio puede ser, el tiempo parece lento, casi eterno, pero en realidad sólo pasó un minuto de estar en tan caliginosa situación, hasta que ella rompió el silencio incómodo.

-Ya estoy bien, disculpa... pero estos días me ponen un poco blue.

Un par de lágrimas rodaron debajo de los anteojos, detenidos por una nariz recta y afilada que pronunciaba sus pómulos en un rostro ligeramente redondo y de barbilla suavizada. De complexión delgada, algunos pensarían incluso que era anoréxica; sin embargo, era amante entusiasta de la comida, sobre todo de la pasta con carne. Tenía un metabolismo acelerado que le permitía quemar todas las calorías que ingería. Dedos largos y delgados que remataban en uñas mal cuidadas y sin pintar, como el resto del semblante, no mostraba una sola marca de maquillaje. Cabello siempre largo y sujeto en una cola de caballo, atada por una liga cubierta de tela con motivos de animación japonesa, un par de mechones al frente del rostro, una playera holgada de color blanco y unos vaqueros grises, desgastados y rotos. Los labios delgados trataron de esbozar una sonrisa, pero el gesto resultaba en extremo difícil y sólo atinó a sujetar con fuerza la taza de café.

-No tienes por qué disculparte -repuso el joven con una sonrisa.

Secó las lágrimas y recordó toda su vida; una existencia que se propuso medrarla y aniquilar su espíritu. Como si el mismo destino se empecinara en convertirla en un despojo, una paria destinada a ser una sombra que vaga dentro del frío de una sociedad de modelos predefinidos, que la condenaba a la soledad.

Desde el recuerdo más tierno, hasta la fecha, ni una sola palabra de aliento o afecto; sólo cruel rechazo, incluso de aquellos que se suponía debían amarla: su familia.

No era fea, cabía dentro del estándar aceptable: cabello rubio, piel blanca y ojos color castaño claro; sin embargo, su hermana Isabel, fue beneficiada por los genes, y, ante ella, Mériac se veía insignificante, patética, no tan agraciada. La hermana mayor era un derroche de belleza y carisma, mimada en exceso por los padres y abuelos, como abandonada era Mériac por ellos. La mente la llevó a ese punto, que día a día se esforzaba por olvidar.

***

Lanzó un profundo suspiro para hacer un viaje al pasado.

-Siempre usaba la ropa y los juguetes que mi hermana dejaba; una navidad en particular, Isabel recibió más de diez cajas de regalos, mientras que a mí sólo me dieron una muñeca usada, de esas arrumbadas que pensaban en tirar a la basura; no se tomaron la molestia de envolverla, la metieron en una bolsa del supermercado y así la dejaron. Yo era suspicaz, aguda, por lo que adiviné que ése era mi regalo.