En el interior

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Durante un par de incómodos minutos ambos sempiternos se observaron, ninguno de los dos esperaba tal comentario por parte del Obispo Oscuro. Markus la miraba con extrañeza; sabía acerca de su fidelidad y no daba crédito que ella tuviera algo que ver con ese rebelde. La idea de una traición en curso en la que Mériac estuviera involucrada le parecía aberrante.

Ella no sabía cómo reaccionaría Markus. Apegado a las tradiciones y el deber a la Sociedad Inmortal, la podría delatar. Sería una sentencia de exterminio. No lo conocía y no sabía cuanto podía confiar en alguien como él; logró vencer la impresión y habló.

—Esto... no es lo que parece... él y yo... bueno... no se trata de —la mirada la incomodó y explotó— ¡Ya basta; No me mires de esa manera! ¿Qué esperas que haga? ¡Nadie se preocupa por mí, todos ven qué carajo pueden sacar de provecho! —apostrofó furiosa—; Tú, Mónica, Valdus y toda esa ralea de egoístas chupasangre que sólo desean algo. "Mériac tráeme esto", "Mériac procesa esto", "Mériac llama a fulano", "Mériac deja de lloriquear y ponte a trabajar", "Mériac tus niñerías no nos importan ahora" ¡Qué más da que el maldito demonio que me tragué me devore por dentro!, todo lo demás es siempre más importante que yo —lanzó el disco compacto contra Markus con tal furia que se colapso en cientos de trozos— ¿Pues qué crees? ¡Ya me harté!, paria de chupasangre, ¡ya estoy harta y por mí pueden irse todos ustedes al infierno!

Miró la ventana y corrió hacía ella; voló por el umbral; cientos de cristales cayeron tres pisos abajo. Markus corrió y la vio avanzar lentamente por la calle.

—Pero... sí me importas —musitó Markus.

Bajó las escaleras como pudo. Afuera, el espectáculo dejó petrificado a Markus, detrás de Mériac yacía un hombre muerto. Sin el menor recato se alimentó y caminaba con parsimonia hacia dos personas; una mujer y su hijo se disponían a subir a un chevy, no le tomó tiempo darse cuenta de las intenciones de Mériac.

La diestra señaló a la mujer que salió disparada al recibir el embiste mental del Arcano, fue como si una roca de cien kilos la hubiera golpeado. El pequeño corrió hacía la madre, quien yacía sin sentido en la acera, pero nunca llegó; algo lo jaló en dirección opuesta, el impacto contra el pétreo cuerpo sempiterno dejó sin aire al infante.

—Mériac... detente... —intervino Markus—, ¡no lo hagas... tú me importas!, investigo cómo quitarte esa maldición, pero no puedo hacerlo si tú no lo permites. Estás a punto de dar un paso sin retorno, si matas a ese infante todo lo que tú eres se habrá perdido para siempre... esa no es la persona que yo conozco, esa no es...

Mériac se giró y la mirada interrumpió las palabras, no era esa mirada melancólica o alegre que la caracterizaba. No; era una mirada llena de maldad, odio, aviesa, perturbadora. La voz emergió, pero no era la de Mériac era la de alguien más: era de Gabriel.

—Estúpido mojigato ¿Acaso crees que me importa el alma que se esconde en este cuerpo?, ella es mía, mía, ¿lo oyes? He tomado posesión del ella y muy pronto todos ustedes pagarán; mi venganza caerá sobre todos los hijos de Natael.

Se disponía a morder al pequeño ante los ojos impávidos de Markus, cuando lo soltó y se sujeto la sien, un lacerante gritó emergió de la garganta posteriormente se desvaneció sobre la acera.

***

Las sombras comenzaron a disiparse. El lugar le pareció algo conocido. Una ventana rota y un mullido love seat color marrón, estaba en el departamento de Markus. No recordaba cómo llegó a ese lugar. Lo último que venía a su mente era que cruzaba el ventanal y estaba hambrienta.

Un sentimiento de angustia se apoderó de ella. Si no recordaba era porque el Demonio Interior se presentó. Había asesinado de nuevo a gente inocente. Trató de incorporarse, pero le dolía la cabeza, algo extraño para un sempiterno.

—Tranquila, todo está bien —Markus la calmó.

Las dudas laceraban su conciencia, debía saber qué ocurrió en la calle, cuántas personas murieron debido a que no pudo controlar al animal que la poseyó.

—Debo... irme... ya es tarde... compromiso urgente —balbuceó.

—Tranquila, todo está bien, pero hay algo que debes saber —la miró por unos segundos—. No canibalizaste a Gabriel.

—¡Ah, claro! —repuso con sarcasmo, mientras se colocaba las gafas que estaban sobre su pecho—, ¡pero qué tonta, todo fue producto de mi imaginación! Sólo que sucede que no lo soñé—agregó molesta.

—No devoraste su alma, al parecer hizo una especie de ritual y logró sobrevivir... está dentro de ti.

Las palabras causaron gran mella en Mériac; si eso era cierto explicaba todo, incluso el porqué Tomás se acercaba a ella y la consideraba familia.

—Estás equivocado —dijo nerviosa—, nadie puede hacer eso.

—No estés tan segura, necesito saber qué te dijo Tomás.

—Nada que sea importante, ahora veo qué es lo que te preocupa: saber qué información puedes sacarme —se puso en pie—. Por un momento realmente creí que te preocupabas por mí, pero veo que eres igual que el resto, ves que puedes sacar de provecho de mí.

—¡Quiero ayudarte, pero necesito saber qué te pasa! —respondió Markus molesto.

—Ahora me vas a salir con que hasta eres mi amigo —comentó incrédula.

—Sé que te cuesta trabajo fiarte de la gente, pero debes confiar—sacó algo de entre sus ropas—; esta joya ha pertenecido a mi familia por generaciones, te protegerá, es un préstamo y en ella empeño mi palabra para ayudarte.

Mériac miró la joya y a su dueño para tomarla con recelo, se puso en pie; tenía que retirarse, aún quedaban pendientes por hacer durante la noche, Roberto estaría furioso sin lugar a dudas.

—Gracias, me tengo que retirar. Tengo cosas más qué hacer. Te enviaré la copia que me pediste por correo.

Salió deprisa, estaba mareada y aturdida. Caminaba de forma errática, le dolía la cabeza como si alguien la hubiera golpeado con un martillo, escuchó un sonido, un claxon; giró sobre los tobillos y vio una camioneta, el impacto fue inevitable. Rodó por el piso y trató de incorporarse, pero perdió el sentido; sólo escuchó a una mortal cerca de ella.

—Mira mami es la chica con la que platiqué ¿Por qué no se mueve? ¿Por qué no respira mami?

—¡Camina, no es prudente que veas eso! —advirtió la madre con severidad.

—Vamos Mériac... ponte en pie... es sólo un golpe... es...

Perdió el sentido, mientras escuchaba a los paramédicos llegar.

—¡Rápido un desfibrilador, no late su corazón!

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora