Remedio casero

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A dos cuadras del complejo habitacional, en un parque, sentada sobre una banca metálica de color blanco, Mériac jugueteaba con el disco compacto que almacenaba la copia de El Bhurak. Lo hacía girar con el índice desde el centro para contemplarse en él.

Llevaba cerca de una hora en esa posición. No encontraba una razón para llevar la información al Andamid; todo parecía carecer de importancia. Markus, las ordenes de Mónica, la plática con Tomás, incluso su misma existencia. Desde el acto de canibalismo, tenía sueños intranquilos, llenos de pesadillas y horribles pensamientos. Como si la mente de Gabriel tratará de apoderarse de ella.

La gente pasaba cerca sin prestarle atención. Como en toda ciudad, la apatía hacia el sufrimiento ajeno es un mal común. Viajamos y convivimos con cientos de personas al día, sin conocer a casi nadie; la soledad es una vieja compañera en las urbes tan llenas de personas y tan vacía de humanidad.

Una mano se posó en el hombro, cálida y afectuosa; Mériac levantó la mirada, para ver a una niña de seis años sentada junto a ella.

—¿Qué te pasa? —preguntó con interés—, ¿por qué estás triste?

Miró con sorpresa a la pequeña, era la primera persona en ese lugar que se interesaba en lo que sentía. En toda la vida preternatural y mortal nadie —excepto los empleados de The Fang Girl— se preocupaba por saber qué tenía en realidad. Los ánimos huecos y fútiles eran cosa de todos los días, pero había algo en la voz de esa pequeña que le pareció sincero.

—Cosas... que no... —respondió con apatía.

—¿Que no entendería? —interrumpió molesta— ¿Por qué todos los adultos contestan eso? —reclamó con enfado.

Con la diestra, Mériac despeinó a la pequeña interrogadora como señal de aprecio. La niña sujetó la mano que alborotaba el peinado y miró con preocupación.

—Estás muy fría —dijo preocupada— ¿Estás enferma? Deberías de ir a casa o un lugar caliente, te va a hacer daño estar aquí solita.

No lo pudo reprimir más, era increíble que la única persona que se preocupara fuera una mortal desconocida de apenas seis años de edad; el sentimiento trepó por la garganta y estalló en llanto, de inmediato se cubrió el rostro.

—¿Dime qué tienes? —inquirió afligida— Quizás te sientas mejor si me lo cuentas.

De pronto la niña dio un pequeño salto hacía atrás, al ver la sangre que manaba entre los dedos de Mériac.

—¡Debemos llamar a un doctor, sangras por los ojos! —sonó alarmada.

—No te preocupes, es natural, estoy muy enferma, se podría decir que casi estoy muerta... te agradezco, pero nada se puede hacer ya por mí.

—¿Tienes cáncer? —preguntó temerosa.

—¿Cáncer? —respondió desconcertada.

—Sí, mi mami está enferma de eso —respondió categórica—; no sé bien a qué se refieren, pero es algo muy malo que crece dentro de ella. Ya no tiene pelo y de vez en cuando vomita con sangre.

—Tengo algo peor, ya no hay esperanzas para mí —dijo mientras miraba hacia el cielo.

La niña la miró con ternura y compasión, no podía entender qué podría ser peor que el cáncer, ella había visto cómo esa enfermedad carcomía a su mamá y cada quimioterapia parecía acercarla más a la muerte que la misma enfermedad. No comprendía qué podía ser peor y de pronto recordó, algo que daba ánimos a la madre enferma y la hacía sentirse mejor, incluso en esos días cuando apenas respiraba y hasta la luz o el aroma a comida la hacía regurgitar esputos sanguinolentos.

—¡Te voy a dar una medicina que siempre cura a mami! —agregó con una sonrisa.

—Pequeña, nada me pued...

Pero las palabras fueron interrumpidas, la pequeña se colgó del cuello y la abrazó tan fuerte como pudo; nunca en toda su vida alguien que no fueran Beto o Sofía, había tenido un detalle de esa naturaleza con ella. Sintió todo el amor y comprensión que un ser humano puede darle a otro, por el mero fin de hacerlo sentir mejor.

—No te preocupes, todo va a salir bien, siempre hay esperanza —le bisbiseo al oído.

Le dio un beso en la frente, después de eso se alejó, alguien la esperaba del otro lado de la calle y la llamaba, recibió una riña por hablar con extraños, pero ella se sentía feliz por haberle dado un remedio a esa desconocida; Mériac por primera vez en años se sintió viva.

***

Caminó un par de minutos. Aún sentía el cálido cuerpo de esa pequeña, el abrazo lleno de ternura le dio un nuevo calor; avanzó hacia la casa del Andamid. Las palabras de esperanza hacían eco en su mente ¿Cómo podría todo salir bien? Si ella misma era algo malo, si representaba todo el pecado y maldad de una raza condenada a beber sangre y comer cenizas. Si la sangre de Natael le corría por las venas y llenaba la mente con ideas perversas.

Por fin llegó al destino, lo que Markus quería lo tenía aún en la mano ¿Para qué deseaba esa información? Era claro que la parte más importante del manuscrito fue mutilada hacía siglos; cabía la posibilidad que no supiera que las hojas fueron arrancadas del Bhurak.

Sintió una punzada en el vientre: hambre. Hacía cerca de cuarenta horas que no se alimentaba y conocía muy bien lo peligroso que podría resultar eso. Una vez que entregara ese disco iría a comer. No era tan tarde, así que podría hacerlo camino a la casa de los Dubois. Aún tenía pendiente el encargo de Mónica.

El celular comenzó a timbrar. Miró el número en la pantalla de LCD, era Roberto, vio venir un vehículo de transporte público y arrojó el aparato a las ruedas. Miró con cierto deleite cómo las llantas hacían trizas la PDA.

—¡Oops!, creo que Roberto tendrá que esperar hasta que compre uno nuevo.

Avanzó por el pasillo hasta la puerta de un departamento, se encontraba semiabierta; sin pensarlo se adentró al tiempo que alguien salía.

La puerta se abrió de lleno frente a ella, al fondo estaba Markus, pero frente a ella tenía a Tomás Valverde, que la miró de manera socarrona.

—Vaya, pero si eres tú, me alegra tanto verte después de nuestra charla la noche anterior. ¿Podremos vernos de nuevo y continuar con nuestra plática?, en otra ocasión será.

No podía creer lo que oía, la había delatado frente a Markus. Ahora sabía que ella tuvo una plática con uno de los cruzados más influyentes. Tomás Valverde, el Obispo Oscuro.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora