Maldecía el trabajo, como si sólo viviera para complacer los caprichos del jefe. Odiaba ganarse la vida de esa forma; una vez más eran pasadas las once, vivía para comer, dormir y trabajar, vacaciones postergadas, fines de semana trabajados, horas extras sin ser pagadas, cómo odiaba la vida.
Como león que acecha a la presa, se acercó. Los pasos no hacen ruido al contacto con la acera, ve que se aproxima, sale al encuentro. Esa esencia, aroma que enloquece y enerva, inunda el ambiente, pinta con matices cada partícula de aire. Mirada en cada paso, en cada movimiento del pecho al respirar, que acompasa la caja torácica, recorre con la mirada todo el cuerpo, perfecto es el calificativo; tal como buscaba, sale a al encuentro.
—Buenas noches, señorita —Saluda.
Un marcado acento extranjero, probablemente de esa zona nórdica del Cáucaso. Mira con recelo al extraño.
—Bue... nas noches —responde nerviosa al saludo.
Su mirada incomoda, perturba, inquieta, un ambiente tenso, trata de caminar pero parece que se encuentra anclada al piso.
—Tiene usted... —recorrió el cuerpo con miradas lascivas— un cuerpo perfecto, huesos grandes y sólidos.
Tanto maldijo la vida, que el destino la puso en una más cruel, a partir de esa noche anhelaría la vida anterior; pero aún más, desearía la muerte.
***
De frente a la mansión, el trío miraba con cautela y miedo. Sabían bien el tipo de monstruo que habitaba en los interiores de esas paredes. Una enorme puerta corrediza era el único acceso. Pasaron largos minutos en contemplación, hasta que uno de ellos se atrevió a tocar un botón del interfono. Una voz preguntó del otro lado.
—¿Qué desean?
Mériac vio una cámara empotrada en la esquina superior derecha.
—Soy Diego Samarripa —trató de ocultar el miedo—, enviado de Su Altísima Excelencia Valdus, regente y señor del dominio de Guadalajara, hemos sido enviados a platicar con Su Excelencia, Dracko Dürsten.
—Pasen ustedes, señores.
La puerta se abrió sólo suficiente para que entraran en fila india. Un largo camino de piedras conducía hasta la mansión, centro de aquel jardín enorme. Avanzaron con cautela hacía la finca, enormes bultos en pedestales se apreciaban a lo largo del jardín. Mériac cayó de espaldas se tapó la boca para evitar un grito de horror. Sentada sobre el frío camino de piedras, señalaba con el índice uno de los bultos; la tenue luz iluminaba de lleno uno de ellos, era una escultura, al parecer una abstracta representación del nacimiento, una visión grotesca del artista, un hombre adulto emergía del interior de una mujer. Las manos de ambos se sujetaban, se fundían una con otra; un rictus de dolor, angustia en los ojos de esa mujer. La boca no existía —como si la hubieran borrado del rostro—, la espalda del nacido se abría en dos para ocultar algo en esa oscuridad que envolvía el jardín. Mériac la contemplaba estupefacta, cuando vio algo que la hizo caer de espaldas presa del terror: la estatua respiraba y estaba viva.
Los cuentos leídos en la biblioteca acerca de monstruosidades y aberraciones tan grotescas ahora tenían un significado. Ante ella se mostraba con todo el horror la mente torcida y perversa de la familia persa Diávolo. No podía ocultarlo, tenía miedo.
***
Fueron conducidos hasta una sala donde esperaron, escuchaban respiraciones jadeantes provenientes de cada rincón. Contaron cerca de diez nichos, cada uno contenía una aberración con vida. Mériac recordó las palabras de Valdus.
—Pero Su Excelencia, si es una misión de negociación, no debería de ir un Volvalio, somos enemigos de su familia.
—No te preocupes, te acompañarán dos personas más, Diego Samarripa y Arturo Esparza.
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Mériac
TerrorDurante veinticinco años de vida inmortal acompañaremos a Mériac en un recorrido donde conocerá las fuerzas más oscuras de este nuevo mundo. La eterna guerra entre Cruzados y la Sociedad Inmortal, los mitos, las familias sanguíneas que conforman cad...