—Una vez que iniciemos estarás recluida aquí, sólo hay dos formas de salir: una es renovada como una nueva criatura; la otra es con los pies por delante.
Mériac trató de sonreír pero no pudo. Sólo esbozó una ligera mueca a manera de tic del lado derecho.
—No volverás a probar sangre, nunca más. Si logras contener el hambre y vuelves a beber, la despertarás para consumirte por completo. Claro que si no logras controlarla, entonces tendré que exterminarte.
Tomó asiento. Sería una larga espera. Estaba satisfecha y la necesidad de alimentarse tardaría noches. Buscó en la mochila de viaje un libro. El tedio sería un peligroso enemigo durante esa larga espera.
***
Despertó, sentía hambre, pero trató de no pensar en ello. Había aprendido a pasar algunas noches sin alimentarse. Sin embargo, la sensación no dejaba de resultar incómoda. El sentimiento —cada vez más inquietante— oprimía el pecho, era algo a lo que no terminaba por acostumbrarse.
Los dedos tamborileaban nerviosamente sobre la pierna. Tomó de nuevo el libro y reinició la lectura.
***
Tres noches desde la última vez que probó sangre, las yemas de los dedos hormigueaban, los sentidos se aguzaron más. Escuchaba el sonido de roedores acercarse a la prisión. Lo suficientemente cerca para olerlos, lo suficientemente lejos para no verlos. Terminó de leer los dos libros, los únicos que llevaba consigo, lamentó no cargar e-books en su smartphone; ahora tenía que luchar no sólo contra el hambre sino contra el tedio.
***
Cuatro, cinco, seis noches. Ya no recordaba con claridad cuánto tiempo llevaba encerrada. Caminaba nerviosa, frotaba las manos una con otra. Revolvía el cabello. Cruzaba los brazos por detrás, trataba de no pensar en aquello que la enloquecía y amenazaba con brotar con toda su brutalidad y fuerza: el hambre.
***
Sentada, rodeaba las piernas con los brazos, recargada contra la pared, golpeaba el occipital contra la roca.
—Mil doscientos treinta y cinco elefantes se columpiaban sobre la tela de una araña, como veían que resistía, fueron a llamar a otro elefante. Mil doscientos treinta y seis elefantes se columpiaban...
Tarareaba la canción aprendida en la niñez para tratar de acallar la voz que cada noche se tornaba más fuerte. No estaba segura de resistir, aún quedaba sangre en ella y parecía que esa bestia comenzaba a ganar terreno demasiado rápido.
***
Abrió los ojos. Se vio parada frente a ella, ojos encendidos en un tono rojizo y azufrado. La cabellera revuelta, enmarañada, daba mayor salvajismo a la imagen. Reconoció de inmediato la silueta, era ella misma transfigurada por Dalhan. Ojos estoicos, fríos, miraban sin observar. Toda la expresión era la de una bestia sedienta. Parpadeó, ya no estaba, nuevamente se encontraba sola; se reculó de nuevo, tenía miedo, derrotismo, un sentimiento elegiaco sobre el futuro, pero sobre todo y lo que más le preocupaba: tenía hambre.
***
Vio las manos ensangrentadas. Una punzada dolorosa mordía los dedos; miró la diestra, tenía rotas las falanges, vio restos de roca tirados y marcas en la pared. Sin estar consciente golpeó la roca en un intento de escapar. Sin pensarlo curó las heridas. Un dolor se agudizó en el vientre. La reserva de sangre había llegado al final. La visión se comenzó a tornarse pálida y umbrosa.
***
Escuchaba como ecos lejanos el sonido de jadeos, pasos vacilantes sobre un piso húmedo, como si caminara a ciegas dentro de un gran túnel. No tenía idea de cómo se liberó de la prisión. No le importaba, tampoco le importaba vestir jirones de ropa o no traer los anteojos; lo único que le importaba era controlar el hambre. Sabía lo peligrosa que era en ese estado, asesinaría hasta que pasara el efecto; nunca había estado tan hambrienta en toda su existencia como vampiro. Se esforzó más allá del límite. Recuperó la visión. Frente a ella vio algo que le resultó familiar.
***
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Mériac entre gruñidos.
—¡Es la amiga de Jessica Miller! —gritó uno de ellos.
Por fin pudo reconocer el uniforme de esa gente; eran las vestimentas de los grupos de asalto de Jessica; pero, ¿qué hacían en ese lugar?
—¿Jessica los envió? —preguntó desconcertada.
—¡Claro que no! —contestó Charles con odio—, esa traidora pretendió eliminar todos estos años de investigación. Nosotros nos hemos independizado del CEAIA para liberar a la humanidad de ustedes.
La mente de Mériac no podía hilar las ideas con rapidez, no asimilaba lo que escuchaba, veía y olía mientras trataba de controlar el hambre.
—¿Ustedes... eliminaron a Hanev? —preguntó con una furia creciente.
—¡Así es vampira! —Charles apuntó con su arma—, somos los "Erradicadores" ¡Y tú eres la siguiente en la lista!
La poca lucidez que tenía la previno sobre el contenido de esa arma; en el interior debía haber sin lugar a dudas un nulificador. Si una de esas cosas le pegaba, sería el fin. Una mejor opción que vivir como un animal; sin embargo, era demasiado tarde. El Demonio Interior tomó control del cuerpo y todo se torno oscuro.
***
Disparos, gritos, olor a sangre humana llenó los sentidos de Mériac. Dulce crúor que extasía, aviva, enloquece. Vino rúbeo que preserva un cuerpo que debería de estar muerto hace décadas, con poderes más allá de la imaginación y el don de una vid eterna a una que ya debería estar seca, para darle lo que los mortales codician más allá de sus sueños: vida eterna.
Mériac miró a Charles de rodillas en el piso, tenía un muñón en lugar de la diestra y lo sujetaba con un rictus de dolor; las ropas estaban ensangrentadas, con trozos de carne sobre la tela. Algo dentro de la boca la obligó a escupir sobre la mano, era un dedo.
Miró hacía atrás. Cuerpos mutilados, eviscerados, como si una fuerza descomunal hubiera tomado los cuerpos como arcilla y jugado con ellos. Al ver la imagen reflejada en un espejo, al fondo se sorprendió. Uñas alargadas, bañadas en sangre, el vivo reflejo del Demonio Interior.
Lentamente la demencia trepaba por la espina dorsal —venía en camino—, nada podía evitarlo. Se convertiría para siempre en lo que tanto temía. Sujetó al extraño por los hombros con fuerza. Tenía la quijada trabada, los maxilares tensos. Charles trató de liberarse, pero resultaba imposible. Se miró reflejado en los ojos castaños claro de Mériac que lentamente perdían el brillo para tornarse pálidos y sin vida.
—Lár-ga-te... —gruñó entre dientes—, este... lugar no es seguro para ti... no lo es para nadie —pasó saliva—. Estoy a punto de dejar de ser yo; en unos... minutos no habrá más Mériac, sólo un animal, una bestia sempiterna con una sed insaciable.
Las manos soltaron a la presa.
—¡No... me intimidas... vampira! —respondió con un valor fingido y nada convincente.
La joven inmortal cayó de rodillas en el piso cubierto de limo. Apoyó las manos sobre las baldosas también. Arqueó la espalda entre jadeos y bramidos, al tiempo que una baba sanguinolenta emergía de los labios tras una violenta arcada.
El humano se acercó con cuchillo en mano; pero, la mirada blanca y sin emoción de Mériac lo detuvo.
—¡Qué no escuchaste, odre! —Gruñó con los colmillos al descubierto y gritó con lo último de cordura que le restaba— ¡Lárgate o te voy a devorar!
No lo dudo más y huyó tan rápido como pudo; el miedo se apoderó de Charles Banks. Había visto algunos ejemplares en los laboratorios y bajo control, pero nunca había tenido la oportunidad de estar cerca de uno de ellos en ese estado. La mirada de esa vampira, iris blancos, sin vida, se grabó en lo más profundo de su ser. Eran los mismos de las pesadillas de niño, seres perversos con un solo fin: alimentarse de la humanidad.
No permitiría que continuaran en el mundo. Se dedicaría en cuerpo y alma a eliminarlos del planeta. Pero no sería esta noche, primero debería superar el horror que había atestiguado bajo Hagia Sophia.
Detrás escuchó el sonido que lo perseguiría en sueños durante toda su vida. El proceso —amplificado y replicado miles de veces por los ecos en los canales de desagüe— que transformaría a Mériac en lo que tanto temía convertirse: un monstruo.
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Mériac
HorrorDurante veinticinco años de vida inmortal acompañaremos a Mériac en un recorrido donde conocerá las fuerzas más oscuras de este nuevo mundo. La eterna guerra entre Cruzados y la Sociedad Inmortal, los mitos, las familias sanguíneas que conforman cad...