EL DESTINO DE GABRIEL

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Se puso en pie y corrió hacía el oficial. Lo sujetó por la camisa para agitarlo con violencia.

—¡Ayúdeme, esa mujer es perseguida por ser una asesina serial en los Estados Unidos de América!

El guardia no respondió, tenía la mirada perdida.

—Gabriel, sólo llevas un par de días como mortal y ya te olvidaste lo fácil que es controlarlos.

Avanzó con parsimonia, preso de la obnubilación del miedo. Tomó el arma del oficial y la descargó contra la vampira. Las heridas cerraban de inmediato.

—No lo hagamos más difícil. Sólo quiero que abandones el cuerpo de Sanderti.

—¡Estás loca! —rió—. Tendrás que matarme, porque no pienso dejar este cuerpo.

—Me imaginé que esa sería tu respuesta. Así que no me dejas opción.

Gabriel no pudo evitarlo; Mériac ya estaba frente a él. Dio un par de pasos hacía atrás y un sabor familiar se esparció por el paladar. Miró las manos de Mériac, una de ellas tenía un pequeño hilo escarlata.

—Serán tres largas noches. Oficial, enciérrelo, es en extremo peligroso. Mañana vendré por él.

***

El control de la sangre lo tenía en el límite del autocontrol. Pasaron dos noches, faltaba la última toma. Perdería el control por completo. No podía quitarse a Mériac de la mente, la joven había aprendido el ritual del yugo en la biblioteca de Outis y la sangre contenía el efecto que esclaviza a los inmortales a los deseos de otros. Se esforzaba por mantener el dominio. Entre Mériac y al parecer nuevos bríos en el espíritu del sacerdote por tomar de nuevo el control del cuerpo, la voluntad de Gabriel comenzaba a menguar.

«Esa perra me tiene; pero yo siempre tengo un as bajo la manga», pensó.

***

La noche cubrió el pueblo; el prisionero fue llevado al exterior; el oficial esperaba que por fin se lo llevara, no le gustaba que alguien infectado con una extraña enfermedad permaneciera tanto tiempo entre ellos. Mériac le dijo al oficial que ese hombre era portador de una extraña enfermedad y tendría que ser regresado a los Estados Unidos de América, pero antes de eso debería aplicarse tres dosis de un medicamento especial para evitar una epidemia.

—El tiempo llegó. Te obligaré a abandonar el cuerpo.

—¿En serio crees que me tienes? —preguntó socarrón.

—Vamos, Gabriel ¿Qué puedes hacer? —preguntó con sarcasmo— Te tengo a punto de ser esclavizado con el yugo y esposado, además eres un simple mortal.

—Soy algo más —repuso con odio.

Los ojos se pusieron en blanco. El sudor se acumuló en la frente, escuchaba huesos crujir y sonidos guturales emerger de la garganta. Con un movimiento no natural de los pulgares, logró quitarse las esposas, los ojos tomaron un color amarillo.

Ahora, acabaré contigo, como debió ser en Little Rock.

Era un voz cavernosa. Con el eco de millones de almas atormentadas.

—¿Quién eres? —preguntó Mériac temerosa de la respuesta.

¡Soy Legión, perra de Natael!

***

La fuerza de Sanderti equiparaba la suya. Mériac rodó por el piso, no logró ponerse en pie de inmediato debido al dolor en las costillas; el poseído la tomó por los hombros y la arrojó contra un vehículo estacionado; la alarma rompió el silencio nocturno.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora