Hibernación

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—Por Dios, hija ¿Estás bien? —preguntó en inglés Sanderti, preocupado.

—Padre... por favor, no mencione a... Dios—reclamó con sarcasmo.

Sanderti sonrió.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —preguntó afligido.

—Sí... necesito un... lugar seguro... para dormir, alejado... del s... ol.

Con ayuda del oficial llevaron a la joven vampira a una mina abandonada, donde la dejaron reposar, Mériac miró fijamente a los ojos del oficial, las imágenes de lo ocurrido fueron ocultadas en lo más profundo de la mente del mortal, no recordaría de manera consciente lo ocurrido; quizás la imagen de la joven cuando perdió la mano —no todo el brazo como había ocurrido en realidad— por la explosión de una granada o algo parecido sería el único recuerdo de esa experiencia.

—Gra... cias.

Ambos hombres salieron de la cueva.

—Santo cielo, ¿qué fue eso? —pregunto el oficial temeroso.

—Un exorcismo hijo. Yo estaba poseído por espíritus malignos, y ella arriesgó su... existencia para salvarme —respondió en un español entrecortado.

—Pero... ¿Qué le paso a su mano? —preguntó pasmado.

—¡Ah, eso!... bueno, es el riesgo de enfrentarse a los ángeles caídos.

El sacerdote nunca imaginó que llegaría a ser salvado por una criatura de la noche, un enemigo de la humanidad, les declaró guerra sin cuartel durante más de cincuenta años. La lección de humildad fue severa, pero aprendida; el orgullo y soberbia lo apartaron del verdadero camino. Eliminaba demonios por venganza. A pesar de tener Fe, el camino se había desviado del verdadero objetivo. Ahora entendía que incluso en las criaturas más oscuras, la luz de Dios brillaba.

Regresaría a Little Rock para retomar el sendero y llevar el mensaje que había aprendido: La redención llega a cualquiera que en verdad esté arrepentido de corazón.

***

En el interior de la cueva, Mériac se acurrucaba, para estar lo más segura posible. Había vuelto a sufrir una cantidad enorme de daño, similar al exorcismo, por desgracia no había la reconfortante sangre que Outis había ofrecido para sanar. Eso dejaba sólo una opción posible.

—Tendré que entrar en hibernación, al menos una semana.

Una vez que encontró la parte más segura de la mina cerró los ojos y durmió. Esperó que al despertar aún tuviera tiempo para corregir el futuro incierto; pero sobre todo, esperaba tener la suficiente fuerza de voluntad para despertar sola.

Se rumoraba de sempiternos que hibernaron y nunca despertaron; algunos otros tenían suerte y despertaban siglos después del letargo.

Un sueño parecido a la muerte era la hibernación. Si tenía suerte, lograría despertar.

***

—Oiga padre ¿y no se morirá de hambre? —preguntó el oficial preocupado.

—No, su cuerpo no requie..., está entrenada para soportar largos periodos de hambruna; lo importante es no acercarse a ese lugar, y mantenerlo como un secreto entre usted y yo.

—Muy bien —respondió terminante.

El sacerdote abandonó el pueblo cuatro días después de llevarla al interior de la mina. No tenía idea de cuánto tiempo le tomaría a esa joven recuperarse. Durante toda la vida se había enfrentado a las fuerzas de Legión; combatió sin pauta al enemigo en todas sus formas, ahora una criatura que supuestamente pertenecía a las huestes oscuras de los caídos lo salvo de caer en el infierno; pero sobre todo, la lección principal: le había mostrado que tenía fe en Dios. Sanderti había luchado contra el demonio que llegó a poseerlo. Gabriel pretendía llegar a México y lo hubiera logrado en el tiempo deseado de no haber sido por los retrasos que el sacerdote constantemente ocasionaba al tomar control de nuevo. Al final, tras una lucha interna, Gabriel logró hacerse por completo del control y logró cruzar la frontera. Sin embargo, Mériac ya estaba por darle alcance.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora