Prisioneros

14 0 0
                                    

—Recuerdo los rumores y todas las charlas que ocurrieron en las noches subsecuentes. Se hablaba de mí como un dios. Después de Natael, era el único que rompió el yugo. Un Volvalio entre las huestes de los cruzados era algo que la Sociedad Inmortal no permitiría. El Gran Consejo se reunió y envió a un grupo de sempiternos liderados por Dimitros para darme cacería. La misión era sencilla: ponerme frente al Gran Consejo.

"Tuvimos que hacer un largo viaje. La noticia de cómo devoré a mi sommelier y a los otros iniciados puso precio a mi cabeza. Se recompensaría a quien diera información sobre mi paradero, pero únicamente el grupo de Dimitros estaba autorizado a capturarme. Se me consideró un peligro para todo cuanto representaba la Sociedad Inmortal. Ningún vampiro debía tener contacto conmigo. Antonio de Casares envió una misiva con un grupo de cuatro Diávolos. Yo me encontraba en el sureste de lo que hoy se conoce como Slovenia, la carta me advertía sobre la cacería por parte del cardenal. Además, se difundió por toda Europa que yo era un peligroso brujo que tenía pactos con el diablo. No sólo me perseguían inmortales, sino también el Santo Oficio. Tendría que ir al lugar más seguro que los renegados pudieran ofrecerme, esa región empotrada en los Cárpatos rumanos, el hogar putativo de la familia Diávol: Transilvania".

***

—Viajamos durante noches enteras. Bebíamos de animales que salían a nuestro paso —y uno que otro aldeano perdido—. Se rumoraba que un uriel acompañaba a Dimitros, realmente se enfureció con mi presente. El frío, que bien pudiera matar a un mortal, era como una brisa en nuestros cuerpos inmortales. El invierno cayó sobre la región. Picos blancos y nevados, la escarcha cubría toda vegetación, esa humedad fría que moja las ropas al avanzar para posteriormente cristalizarse, cubría nuestros cuerpos. El alimento, incluso animal, escaseaba. Cada sonido proveniente de cúmulos de nieve al caer nos sobresaltaba. Nuestros caballos murieron a medio camino y el lento andar sobre la nieve nos parecía una señal del sino que no tardaría en cernirse sobre nosotros.

***

—Perdimos la noción del tiempo, pero una noche vimos esa silueta sinuosa que forman los Cárpatos, estábamos a veinte kilómetros de lograrlo. Pero no tuvimos suerte. Nos salió al paso, nunca había visto un ser tan imponente como Dimitros, el odio en la mirada no requería palabras. Mi grupo dio un paso hacía atrás, era un conocido Antiguo, historias impresionantes se contaban de él y no estábamos dispuestos a comprobarlos.

"Detrás vimos una silueta aún más elegiaca, un uriel; los sicarios del Gran Consejo: un selecto grupo de inmortales con mas de mil años de existencia. Poderes más allá de nuestra imaginación eran los protectores de las tradiciones y dictámenes de la Sociedad Inmortal. Sólo existían siete de ellos, se desconocían los nombres anteriores, incluso la familia a la que pertenecieron. Se decía que el mismo En-kaiban les confió la tarea de ser los custodios de las reglas y llevar el castigo inmisericorde a quien las rompa; sólo eran requeridos en situaciones extraordinarias como lo eran las circunstancias de mi juicio.

"Estábamos perdidos. Uno de los Diávolos logró escapar, los demás recibieron la muerte final sobre el manto blanco. Traté de huir, pero Dimitros me dio alcance. Me sujetó con firmeza y sentí un objeto afilado penetrar mi espalda.

—Te entregaré a Su Altísima Excelencia Lucius Wagner, quien te dará el final que mereces, traidor infeliz.

"Así fui hecho prisionero por parte del Andamid".

***

—Claro que Antonio de Casares no iba a dejarme a mi suerte. Tres noches después una gran comitiva rebelde cayó sobre ellos. El uriel logró escapar conmigo, tenía la misión de llevarme ante el Gran Consejo y así lo haría, huyó conmigo para dejar a Dimitros a su suerte, fue sometido por varios cruzados.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora