La ducha duró más de una hora. Permitió que el agua se llevara los últimos vestigios de suciedad. Un denso vapor cubría todo el baño, empañaba cristales y espejos. La temperatura hubiera quemado a cualquier mortal, para ella estaba apenas templada.
Alguien golpeó la puerta de cristal.
—Señorita Duval, el amo la llama por teléfono.
Reconoció la voz de la joven que fue asignada para atenderla como invitada de Outis. Abrió la puerta. La mujer que llevaba el teléfono fue envuelta en una nube de vapor caliente; no logró reprimir el miedo, después de todo, conocía las amistades del amo.
—Gracias.
La mano pálida emergió de entre la bruma como una aparición para sujetar el auricular.
—¿Si?
—Mériac, tengo una información que quizás debas saber. Mis contactos vieron a Sanderti cruzar la frontera hacía la ciudad de Monterrey.
—Gracias —colgó—. Eso cambia mis planes, debo ayudar a Sanderti antes que tratar con Jessica. Si yo muero, nadie podrá ayudar al sacerdote y es mi culpa que se encuentre en esa situación.
Salió del baño envuelta con una bata color azul pastel; los pies descalzos y húmedos dejaron huellas sobre la alfombra. El momento había llegado y la primera decisión estaba ahí. Ayudar a Sanderti o ir de una vez por Jessica.
La sirvienta veía con temor a Mériac.
—¿A qué distancia estamos de Monterrey?
—No muy lejos, estamos a cinco horas en carro.
—Tendré que caminar, me tomará al menos tres noches —bufó Mériac.
—El amo me encargó que le diera esto.
Entregó un par de llaves.
—¿Una motocicleta?—sonrió— ¡Qué bien!
***
El desierto frío era el único paisaje. Horas de conducir resultaban tranquilizantes y eso la satisfizo. Era como un renacimiento, como despertar de una horrible pesadilla. Aún era vampira, pero veía las cosas de forma diferente. Ya no se odiaba por lo que era, ya no tenía deseos destructivos o de venganza. No podía ser la niñera del mundo, porque el mundo tendría que regirse por sí mismo. El peligro que Jessica se convirtiera en Hada Azul la aterraba.
Detenerla era una prioridad, pero antes de eso tenía que ayudar a la persona que ahora estaba poseído por Gabriel. Mériac conocía los sentimientos que emanaban del Santaterra, sabía la agonía que sufría el sacerdote.
En lontananza, las luces aparecieron. Estaba ya cerca de Laredo, sólo un par de horas más y llegaría a México. El destino estaba marcado: Monterrey.
***
Cruzar la frontera fue fácil, un par de sugestiones y cruzó sin problema algunos —incluso con la motocicleta—. El alba estaba a punto de despuntar, pero ya no tenía el miedo natural de antaño.
Abandonó la carretera para adentrarse varios kilómetros en el desierto. La experiencia de escape en Palestina la volvió más práctica. Llevaba atada a un costado de la motocicleta una pala pequeña y con ella cavó, el tiempo de dormir había llegado.
***
—Sí lo vi, muy extraño por cierto, dijo que tenía que llegar a Monterrey cuanto antes.
—¿A qué se refiere con extraño? —preguntó Mériac.
—Como si estuviera enfermo, sudaba y tenía escalofríos —explicó lo mejor que pudo.
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Mériac
HororDurante veinticinco años de vida inmortal acompañaremos a Mériac en un recorrido donde conocerá las fuerzas más oscuras de este nuevo mundo. La eterna guerra entre Cruzados y la Sociedad Inmortal, los mitos, las familias sanguíneas que conforman cad...