Viajando al extranjero

33 0 0
                                    

«No voy a llegar", se reiteraba nerviosamente Mériac «¡Pero se lo voy a cobrar a Carlos!, claramente le dije que me pidiera el taxi temprano; hasta la hora del vuelo le di. Lo voy a recordar para su bono de final de año».

Aún estaba sobre la carretera a Chapala, a seis kilómetros del entronque con el aeropuerto internacional Miguel Hidalgo. Un accidente era la causa del lento avanzar en el tránsito. Miraba con desesperación el reloj de pulso, tamborileaba los dedos con nerviosismo sobre el tablero del taxi.

—Tranquila señorita, no estamos lejos. Además, los vuelos siempre se retrasan —trató de tranquilizarla el taxista.

Sacó de su cartera un billete de doscientos pesos y se lo dejó.

—Quédese con el cambio.

Bajó del taxi. Caminó hacia la parte trasera del vehículo y sacó una pequeña valija de viaje. Salió de la carretera hacía el vado.

Decidió correr, su velocidad no era alta, pero sí constante. Logró ver a lo lejos el accidente, una SUV estaba volcada. Paramédicos y miembros de Protección Civil lograron sacar a todos los ocupantes, excepto una niña, quien aún se encontraba en el interior. Al pasar, escuchó a uno de los paramédicos.

—¡Está muy duro, si no la sacamos pronto, morirá desangrada!

Se detuvo, giró sobre sus tobillos y se encaminó hacía el vehículo, una persona de vialidad trató de detenerla, pero con el poder de sugestión logró abrirse paso hasta el paramédico, quien junto con un miembro de Protección Civil intentaba en vano llegar a la pequeña con unas pinzas diseñadas para abrir el metal.

—Son vehículos mal diseñados, no podrán llegar así —comentó Mériac.

Ambos la miraron extrañados.

—Y me imagino que usted sabe cómo sacarla —agregó el paramédico con un dejo de sarcasmo.

—¡Claro que lo sé!, trabajé durante cuatro años en la manufactura de este tipo de SUV —extendió su mano— ¿Me permite?

Con una mueca burlona le pasó la herramienta. Mériac se agachó para ubicar a la pequeña al fondo; al verla le sonrió. Colocó las pinzas e invocó toda la fuerza que la sangre del Padre Oscuro podía darle. Ambos hombres vieron con asombró cómo el metal crujía y se abría, estaban tan impresionados que las perlas escarlatas en el pálido rostro de la mujer pasaron desapercibidas.

Un crujido seco se escuchó, Mériac soltó la herramienta y se recargó contra el vehículo. Con rapidez secó el sudor sanguinolento; siempre llevaba consigo un pequeño paquete de toallas húmedas para limpiar su rostro en momentos como ese. Haber vivido tanto tiempo como vampiro le había dado la experiencia necesaria para prever situaciones como esa, donde se requería fingir lo que ya no era: un ser humano. La pequeña fue sacada y llevada con avidez a una ambulancia.

Un agente de Vialidad y otro de Protección Civil se acercaron.

—Gracias señorita, sin usted no hubiéramos podido sacar a la pequeña.

—De nada, pero creo que ya perdí mi vuelo —repuso con resignación.

—¡De ninguna manera! —asintió el oficial de vialidad— Si me permite, la llevaré de inmediato al aeropuerto.

Fue llevada en la motocicleta del oficial y escoltada hasta la revisión de las maletas. En cuestión de minutos abordaba un avión con destino a Arkansas, en los Estados Unidos de América.

***

—¿Gusta cenar señorita? —preguntó la aeromoza.

—No, gracias. Siempre me mareo en los vuelos y no quisiera dar un show —respondió con una sonrisa.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora