Un nuevo trabajo

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Estimada señorita Zarparopak:

O quien usted sea. Sabemos que no vive en Kenia y que ni su padre es birmano con ascendencia Checa ni su madre Judía de padres noruegos, asimismo dudamos que haya cursado su carrera en Budapest. Pero al revisar los exámenes que realizó en nuestra página —que por cierto también dudamos que se haya conectado desde Tanzania—, notamos que tiene un potencial muy grande para la computación y el desarrollo de redes neuronales y el trabajo con hardware.

En caso de interesarle, le ofrecemos una beca en una de nuestras instalaciones en el CEAIA (Centro de Estudios Avanzados de Inteligencia Artificial), el cual dignamente me sirvo en dirigir.

Esperamos su pronta respuesta.

Jessica Miller

Directora General del CEAIA

—¡Cielos, es una gran oportunidad! Tendré que pensar en pasarme de la ilegalidad a la legalidad, pero tengo algo de tiempo para pensar eso.

Se puso en pie, miró de soslayo la computadora y tomó asiento de nuevo para redactar un correo.

Tiene usted razón, mi nombre no es Zarparopak, sino Mériac Duval. Actualmente resido en Guadalajara, México. Me gustaría tener una cita con ustedes para ver de qué se trata la propuesta de trabajo que me ofrecen. Este es mi correo real. Si les interesa, mi celular es el 383315424.

Saludos y gracias por el interés mostrado.

«Uno nunca sabe cuando puede ser la oportunidad de tu vida", pensó.

***

La imagen se difuminó para congelarse posteriormente.

—Sólo tenía... que confirmar el correo —musitó con tristeza.

Lágrimas escarlatas corrían por las mejillas. Con esa simple decisión hubiera cambiado su vida de manera radical esa noche.

La imagen continuó.

***

Atardecía. Terminaba de comer cuando alguien entró a la tienda. Una mujer rubia de aspecto desgarbado. Vestía un conjunto color marrón, zapatos de piso y un saco abierto sin abrochar.

—¿Señorita Mériac? —preguntó en inglés.

—¿Quién la busca? —preguntó con cierto temor. Le debía algunas declaraciones fiscales a Hacienda y tenía ciertos problemas con algunos accesos a lugares no públicos en Internet.

—Soy Jessica Miller y vengo a platicar con usted respecto al empleo —Mériac no pudo ocultar la sorpresa—. El trabajo es sencillo, tendrás que radicar en nuestras instalaciones en Dallas, viajar de vez en cuando a un laboratorio que tenemos cerca de Palestina Texas y estar dispuesta a expandir tu conocimiento más allá de lo que pudieras imaginar.

—¿Qué? —preguntó aturdida.

—Tendrás un salario inicial de noventa y cinco mil dólares anuales, menos impuestos, claro está —la extranjera sonrío—, una casa a tu nombre en Dallas y otra, más pequeña y modesta cuando vayas a Palestina. También te proporcionaríamos dos carros último modelo, uno para cada casa. El de Palestina será un todoterreno por lo agreste del lugar. Los gastos de mantenimiento y gasolina de los vehículos corren por nuestra cuenta.

—¿Cuándo inicio? —preguntó pasmada.

—Ya estás contratada. Partiremos de inmediato a Dallas.

—Pero... ¿y mi tienda? —preguntó inquieta.

—¡Ah, esto! —miró con desdén el local—. No te preocupes, la podrás manejar desde lejos. Me imagino que tendrás personal en el que puedas confiar —Mériac asintió con la mirada—. Bien, entonces debemos partir de inmediato, tenemos el tiempo contado, mi avión espera en el aeropuerto.

—Pero... no he empacado nada— repuso.

—¿Empacar? —preguntó con sorna— por Dios, Mériac, tenemos centros comerciales enormes en Estados Unidos de América, allá te compraré todo lo que necesite.

Ambas mujeres partieron en un lujoso jaguar. Antes del anochecer el avión dejó Guadalajara; a Mériac le pareció sospechoso que no quisiera pasar la noche en la ciudad, como si tuviera miedo a permanecer en ese lugar cuando la noche cayera.

***

No era una casa, sino una mansión. Mériac miraba incrédula la construcción de quince metros de frente.

—Espero que te guste, ¡ah!, por cierto, ten.

Extendió una carpeta hacia ella.

—¿Qué es? —preguntó atónita por la sorpresa.

—¿Qué parece ser? —dijo con sarcasmo—. Pues las escrituras de la casa puesta a tu nombre. Mañana mandaré a alguien por ti a las diez de la mañana para que te lleve a las instalaciones; donde te mostraré lo que hacemos y cuál será tu área de trabajo.

Dentro de la carpeta estaba pegada con cinta una tarjeta con un chip. La despejo, al pasarla por un lector colocado al lado derecho el cancel se abrió. Un camino de piedra llevaba hacia la puerta principal. Avanzó un par de metros, un vasto jardín rodeaba la casa. De pronto, escuchó un ladrido, giró y vio a un pastor alemán cargar contra ella.

El miedo la paralizó y fue derribada por el animal. La saliva mojó su rostro con cada lengüeteada del perro.

—Señorita Duval, discúlpeme, no alcancé a encadenar a Sultán; se escapó en cuanto percibió su aroma —se excusó un hombre vestido de librea y cercano a los cincuenta años.

—¿Quién demonios es usted? —gritó Mériac— ¡Quíteme de encima este perro!

—Claro —mientras jalaba al animal con algunos jadeos— Mi nombre es Herbert Dereck, y soy su mayordomo.

— ¿Y el perro, cómo supo quién era yo?

—Fue alte... entrenado para conocer a su amo en cuanto lo oliera.

—¿Qué? —preguntó desconcertada.

El mayordomo ayudó a Mériac a incorporarse, mientras ella acomodaba los anteojos y retiraba los restos de pasto y pelo de la ropa.

—Dentro de la casa, Josephine y Megan, ama de llaves y cocinera, le ayudarán a instalarse, también le darán un recorrido por la mansión.

Avanzó con temor hacia la puerta.

—Gracias... Herbert, y mantenga bien encadenado a ese animal—ordenó tajante.

El interior era fastuoso. Dos mujeres vestidas con uniforme de librea acompañaron a Mériac durante todo el recorrido; no podía creer que todo fuera suyo: sala de estar, un comedor para diez personas hecho de madera sólida con detalles de cristal, una habitación con un equipo de video y audio que podrían competir con cualquier cine; el recorrido terminó en la recámara principal.

—Me retiro a dormir, mañana despiértenme a las siete por favor —dijo ausente.

—Sí, señorita, ¿desea el agua fría, tibia o caliente para el baño?

—Tibia estará bien —contestó sin pensarlo.

La recámara era del tamaño de la tienda. Se dejó caer en la cama.

«Mañana despertaré y estaré en la tienda otra vez; esto debe ser un sueño, ojala que nunca despierte", pensó feliz.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora