Mériac

Vetas negras

Un día más que termina, muertes y destrucción llenan las primeras planas en cada periódico, el horror de los hechos de años pasados llenó el corazón de los ciudadanos. No saben la causa, aseguran que son ajustes de cuentas del crimen organizado, pero la ciudad tiembla al llegar la noche y del horror que se aparece con la caída del sol.

***

Dos horas se cumplen y ella continúa en la regadera. Siente el agua recorrer el cuerpo, un cuerpo sin vida, sentada rodea las piernas con los brazos permite al líquido humedecer la piel preternatural. Por más que limpia, aún se siente sucia; el sabor del vino inmortal no puede ser borrado. Beber sangre de esa naturaleza es adictivo, sobre todo cuando el alma comienza a ser devorada; recuerdos de Gabriel fustigan a la joven como el relámpago en la noche de tormenta, iluminan la mente con imágenes de lugares que nunca ha visitado y gente desconocida.

La esponja yace sobre el azulejo, destrozada, la usó hasta dejarla inservible, por el drenaje el agua con tonos carmesíes se cuela; el cabello húmedo cae sobre el rostro y oculta los ríos de sangre que fluyen. Solloza, ahora más que nunca se da cuenta que su alma está perdida. Ha canibalizado, el peor pecado que un vampiro puede cometer, devorar el alma de otro sempiterno.

Oprime con más fuerza las piernas, tendrá que dejar a la familia, no soportaría que los demás la vieran con desprecio por ser una caníbal, nuevamente sería relegada y condenada al ostracismo. Perdió todo trato hacia los demás, aguzó los sentidos para percibir el aura; ahí estaban las vetas negras con un halo azur, vetas oscuras que indicaban lo que todos sabrían, la señal del caníbal.

Se puso en pie, tomó una toalla, sabía que por más horas que pasará ahí, no quitaría ese sentimiento de suciedad, salió con una sola pregunta en la mente, la misma pregunta que se hiciera hace tantos años, que parecía tan lejana para ahora retomar fuerza.

«¿Por qué yo?»

***

Caminó por toda la mansión, cada pasillo, admiró cuadros, libros; se tomó tiempo para leer alguno de aquellos tomos tan antiguos y hermosos. Recorrió el jardín para acariciar las rosas que cuidadosamente eran cultivadas. Protegidas de la intemperie, el clima artificial del vivero les proveía de lo necesario para crecer hermosas a plenitud, miró con nostalgia los pétalos en la arena, como gajos de lo que se desecha y es abandonado a la suerte, como ella misma.

Contempló el laboratorio de cómputo, ella sola había creado una renovación en ese lugar. Interconectó todo a una red inalámbrica, montó un servidor más poderoso que el anterior e indexó toda la información que se tenía, además de generar aplicaciones para diversos usos. Pasó noches sentada sola ante el monitor de cuarenta y dos pulgadas. Pudo ver la oficina al fondo y el nombre en la puerta de cristal: Mériac Duval.

La sala de estar donde tantas veces estuvo junto con su nueva familia fue el último lugar que visitó ¿cuantas horas en ese lugar en amenas pláticas acerca de su nueva vida?, irónicamente, en ese lugar se sentía más viva que cuando era mortal. Los nuevos amigos huirían de ella, todo Volvalio tiene la capacidad de ver el aura de los demás, ahora la tenía manchada con vetas negras, la mancha del canibalismo.

Avanzó hasta la chimenea, un fuego artificial ardía, para dar una sensación de confort y calidez, frente a ella un cuadro enorme de Mónica, pintado hace siglos la mostraba igual que ahora, recargó la mano contra la chimenea y lloró, durante un largo tiempo, esa sería la última noche, no podría soportar de nuevo el rechazo y ostracismo.

***

—¡Tenemos que avisar al resto, Duncan! —gritó Markus desesperado.

El compañero asintió con la cabeza. Entraron a la mansión, la manada rebelde que los acompañaba sólo constaba de tres miembros, entre ellos Tomás Valverde. Era la primera vez que los renegados entraban en una mansión Volvagio. No perdieron oportunidad en contemplar todos los detalles, quizás nunca más volverían a tener oportunidad de hacerlo.