Posesión

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La sangre fluía por la herida, tenía que esperar a estar en el umbral para revivir con la conversión; de no ser así, quedaría sometido como un mortal al poder sugestivo de Mériac. Posteriormente la canibalizaría para con ello obtener toda la potencia de la vampira.

—Un plan perfecto, solo hay una falla —advirtió Mériac.

Gabriel no prestó atención, tenía toda la voluntad plasmada en resistir el umbral e inyectarse la sangre; pero un sonido lo distrajo. Desvió la mirada hacia el camastro y contempló a una silueta en pie; las cadenas oscilaban y causaban un leve tintineo, levemente bañadas en sangre. La madera estaba casi vencida por el forcejeó del ritual, así que pudo separar las cadenas de la cama que la aprisionaba. Se colocó los lentes, que estaban sobre el buró.

—Aún eres un mortal —comentó con odio en la mirada.

***

El golpe fue brutal. Gabriel se derrumbó por completo, estaba a punto de perder el sentido. Mériac oscilaba la cadena como si fuera un látigo. Un nuevo golpe cayó sobre la espalda, al tiempo que escuchaba romperse las bases que sujetaban los pies de la joven vampira.

Gabriel sintió húmeda la muñeca, sólo alcanzó a ver una sombra pasar cerca de él para desaparecer. La lesión estaba curada. Ya no manaba sangre, tampoco la herida de bala sangraba. Mériac se había asegurado de preservar la vida del sacerdote.

—¡No desgraciado, no será tan fácil! —Mériac se quitaba los restos de sangre de los labios— Durante todo este tiempo has abusado de mí, me has obligado a cometer actos inefables ¡Hoy pagarás por todo y lo harás lentamente! Voy a desollarte y hacerte suplicar de rodillas que te mate. Prepárate desgraciado, será una larga espera hasta el amanecer.

***

Gabriel no tenía contemplado ese inconveniente, suponía que Mériac estaría tan medrada por el exorcismo que ofrecería nula resistencia; ahora era un simple mortal frente a una vampira. Tenía que pensar algo y hacerlo rápido, o sería el fin.

Trató de defenderse. Golpeó el abdomen de la joven, tal como lo imaginó parecía de roca sólida. La cadena silbaba por el aire y golpeaba sin piedad el cuerpo, tenía ya los dedos de la mano derecha rotos. El castigo continuaba de manera constante e imperturbable.

La desesperación lo hizo presa y roció con agua bendita a Mériac.

—¡Imbécil! —espetó— ¿Qué no lo recuerdas, Gabriel? El agua bendita quema por la Fe imbuida en ella. Tú no tienes Fe en Dios, tú sólo crees en la maldad y el dolor —sonrió y dio otro golpe con la cadena en la espalda baja— ¡Aquí tienes a tu Dios, para que creas en él y lo sientas, maldito hijo de perra!

No sólo hubo dolor en la mente de Gabriel, sino también una idea. Con dificultad se giró hacia Mériac.

—¿Qué haces? Detente, en el nombre de Dios —conminó categórico.

Mériac se paralizó ante el miedo, ahora era Sanderti quien le hablaba, Gabriel había permitido al alma prisionera tomar posesión del cuerpo.

—¡Criatura aviesa! ¡Aberración de aquello que Dios creó a su imagen y semejanza, retrocede!

La Fe de Sanderti era como nunca la había visto Mériac. Sanderti resplandecía como un sol. Hilos de humo brotaban del cuerpo inmortal semidesnudo. Se sentía estúpida, le había dicho literalmente a Gabriel cómo salvarse.

—¿Cómo te atreviste a pedirme ayuda, engendro de la oscuridad? Te has burlado de Dios y por ello pagarás con el exterminio.

—Yo... no pedí ser esto... fui convertida contra mi voluntad, te confesé que fui obligada a convertirme en el monstruo que ahora soy.

—¡No me envolverás con tus mentiras de nuevo! ¡Tu lengua viperina no volverá a engañar!

Ella sabía que los poderes mentales no funcionarían, así que sólo apeló a lo único que podría salvarla.

—Estoy arrepentida, no quiero ser lo que ahora soy ¿Acaso tu Dios no perdona todos los pecados; acaso mi alma está condenada por algo que yo no hice? ¿Dónde está la justicia de tu Dios?

—Si en verdad estás arrepentida, besa la cruz para expiar tus pecados.

«¿Besar la cruz?", pensó.

—¡Seré destruida si lo hago! —gritó llena de miedo.

—¡Lo serás de todas formas si no lo haces! —amenazó con autoridad.

Extendió el rosario ante ella.

Con miedo se acercó al rosario. Cada centímetro que recorría entre el objeto y ella era como brazas. La piel del rostro comenzó a arder y desprenderse lentamente; el aroma a carne socarrada inundaba la habitación.

La mano de Sanderti la detuvo.

—Te creo. Sólo un ser de la noche arrepentido podría acercarse tanto sin dejar de existir. Las heridas han sido graves, pero de no haber tenido el sentimiento genuino de arrepentimiento, ya habrías dejado de existir.

—Padre... —con cada palabra esputos sanguinolentos y trozos de carne brotaban de los labios—. Lo que estaba dentro de mí se apoderó de su cuerpo y lo usará para destruir.

—¿Entonces sí estabas poseída? —preguntó dubitativo.

—Claro... por eso... vine a usted.

Se puso en pie. Si algún otro vampiro la pudiera ver en esos momentos la confundiría con un Cambiaformas deforme. El rostro mostraba carne viva, quemada, y hueso expuesto. De la cabellera sólo quedaban jirones. El espectáculo que el cuerpo daba hubiera medrado el coraje de cualquier mortal.

—No podrá, como ves he recuperado el control.

—No padre... él lo permitió... para usarlo con... tra mí.

Sanderti se sujetó el mentón dubitativo y avanzó hacia el cadáver de Jacobo. Pasó de largo, Mériac lo seguía con la vista.

Se puso en cuclillas.

Todo sucedió con lentitud. La mano de Sanderti tomó con firmeza la pistola. Una sonrisa perversa se dibujo en el rostro; en esa misma posición giró sobre los tobillos para encañonar a Mériac. Intentó ponerse a resguardo cuando escuchó la detonación. Sintió el pecho arder. Los músculos dejaron de tener fuerza para sostenerla y se desplomó hacia atrás como una tabla, el impacto contra el piso estremeció el cuerpo, las gafas cayeron a unos cuantos centímetros de la cabeza, la vista se nubló, pero sabía que no era por la pérdida de los anteojos, sino por la cantidad de daño recibido. Quedó postrada sobre un charco de sangre inmortal.

—Aunque seas una preternatural —advirtió Gabriel mientras se encaminaba hacia ella—. Debes saber, mocosa, que en el actual estado que te encuentras, te puedo poner en hibernación con una simple bala.

Mériac trató de incorporarse, pero estaba demasiado dañada. El último impacto terminó por medrar toda la fuerza que le restaba. Con parsimonia Gabriel se acercó. Pisó con desprecio los anteojos, que crujieron bajo la suela, quedaron destrozados por completo para posteriormente colocar el pie en el pecho de Mériac en señal de control, victoria y para humillarla aún más.

—Me has causado demasiados problemas. Como te dije, al final yo siempre gano.

Apuntó el arma directo a la cabeza. Mériac cerró los ojos y escuchó el disparo.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora