Cambios en el río

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Enormes garras, lánguidas y oscilantes, dedos capaces de tornar carne en nefandas formas, dolor más allá de la imaginación, huesos que se rompen y se amoldan a una nueva curva, entrañas que se convulsionan al leve toque de órganos que ocupan lugares no naturales. Dolor, aroma a carne cruda y hueso, angustia, miedo; risas macabras recorren pasillos de jadeantes tapices que miran huir, compasivos del destino que espera a quien corre por esos lugares y pretende esconderse en un lugar donde todo se ve, se escucha, se huele. Esa figura oscura al final, ropas cubiertas de sangre y carne, anhelar la muerte y el toque del sol antes que sus manos, manos que alcanzan, recorren y cambian aquello que tocan, esa sonrisa llena de pensamientos torcidos y abyectos, alcanza la carne, dolor que muerde, troza y arranca; dolor que enloquece, pero nunca mata.

Mériac despierta bañada en sudor, aún no ha llegado la noche por completo, pero el terror vivido la obliga a tomar conciencia, el cuerpo somnoliento pide descanso, pero no quiere volver a evocar recuerdos de esa casa, esperaría la noche para salir a la tienda, pero no dormiría más ese día.

***

—No te ves bien —comentó Sofía preocupada.

—Lo sé —repuso molesta —... tuve un mal sueño.

—¿Los vampiros sueñan? —preguntó Carlos con interés.

—Claro que soñamos —desvió la mirada—, más de lo que nos gustaría.

No recordaba cuándo comenzó a soñar de nuevo, pero prefería volver a tener ese vacío descanso de antes.

La puerta se abrió y entraron cinco personas, reconoció entre los recién llegados a quien había llevado a La Cava hacía un par de noches. Fueron recibidos por Valdus en privado; una mujer se acercó a ella, vestía de una manera que ofendía el pudor y atraía las miradas de Beto y Carlos, no tenía que ser muy intuitiva para darse cuenta que era una Dubois.

—Necesitamos un... —buscó la palabra en su mente.

—GPS, un GPS —añadió otro.

—¿Tienen dinero para pagar? Porque yo no fío —repuso Mériac.

—Ella paga —agregó una voz femenina detrás del grupo.

La mujer que encabezaba los extraños mostró una tarjeta de crédito dorada, Mériac sonrió.

—¿Lo quieren de lujo o funcional? —comentó con cierta codicia.

***

Algo molestaba a Mériac, sentada en una esquina de un edificio; había algo que no concordaba, la extraña sensación de algo por pasar roía la mente. La noche anterior, Diana, matriarca de los Cambiaformas y protectora del refugio ecológico conocido como La Primavera, al parecer fue atacada por renegados. Sarah negó la intromisión de cruzados, una lucar alfa de nombre Selene merodeó por algunos días en la ciudad y se retiró al santuario. Además de "eso" que atacó a Santiago, algo pasaba en las entrañas de la ciudad, creía saber qué era, pero se escapaba de la mente cuando casi lo tenía.

Miró un todoterreno correr detrás de un deportivo a gran velocidad sobre avenida Circunvalación. Escuchó disparos, una bala perdida le dio en el rostro, cayó de espaldas sobre la estructura.

Una herida sencilla, nada para preocuparse; tomó sus gafas del piso para colocárselas de nuevo, curó la herida sin mayor problema, pero generó un pequeño inconveniente: el hambre; no tenía intenciones de alimentarse esa noche, pero ahora estaba hambrienta y no se puede hacer esperar al Demonio Interior cuando reclama alimento, en ocasiones ya lo había hecho y el resultado terminaba peor.

***

La noticia corrió como reguero de pólvora: Helena Ithaca fue secuestrada. Nuevamente había rebeldes involucrados en una riña con un patriarca de por medio. Toda la familia comenzó una búsqueda, no tenían idea de cómo lograron entrar en Zona Zero —un bar propiedad de ella— con tal brutalidad y llevársela sin esperar consecuencias. Pero Valdus no hizo nada, habló únicamente con Sarah y ahí terminó todo.

Algo le decía a Mériac que eso se veía venir, pero no sabía porque. La tregua entre ambas sectas parecía menguar cada noche, los ataques rebeldes eran más frecuentes y violentos, eso la preocupaba. Recordaba con terror la noche cuando pretendieron tomar la ciudad y estuvo a punto de ser destruida, gracias a que esa bomba fue desactivada, Guadalajara sobrevivió.

La PDA sonó, un mensaje escrito de Markus Tsaldaris; la cría de Dimitros: "MÉRIAC, NECESITO DE TU AYUDA".

Le molestó que ese Andamid le llamara con tanta familiaridad, como si fuera su empleada. Borró el mensaje para continuar con la búsqueda, era hora de comer y la presa estaba enfocada.

«Solo un pequeño trago, sólo eso necesito», se repitió a si misma.

***

Otro mensaje igual. Marcó el número molesta y esperó.

—Mériac, necesito de tu ayuda y habilidades únicas en informática— solicitó Markus con diplomacia.

«Como si con lisonjas pudiera comprarme", pensó —¿En qué te puedo servir?

—Creo saber quién está detrás de las eliminaciones de preternaturales, pero requiero que abras un disco duro.

«Genial, ya me agarró de chacha", pensó —Por el momento estoy ocupada en otros asuntos, que requieren toda mi atención, en cuanto pueda me comunico contigo.

En dos noches sería la coronación del nuevo patriarca Dubois, un grupo muy selecto de ajenos a la familia fueron invitados, obviamente Mériac no figuraba en la lista. Pero se rumoraba que no era muy correcto hacer una reunión de esa índole; los cruzados estaban en movimiento y quizás pretenderían tomar la ciudad de nuevo.

***

A las afueras de la ciudad, sobre el cruce que lleva a Tequila y Ameca, dos personas esperaban con impaciencia y disgusto.

—No me agradan estos trabajos —refunfuñó la joven mientras limpiaba sus gafas con la blusa, después de echar aliento sobre ellas.

—A mí tampoco me agrada meterme en la cueva de esas alimañas— repuso el desterrado.

Los desterrados eran vampiros, exiliados de la Sociedad Inmortal por faltas graves o por considerarlos parias sin un uso útil, pero que no pertenecían a los cruzados, fueron expulsados antes de la noche de la Gran Revuelta; usualmente en la antigüedad un vampiro en solitario era presa fácil de los lucares, magos o cazadores de brujas. El exilio era una condena a la extinción. Sin embargo, lograron sobrevivir y crear pequeños clanes de no más de cuatro inmortales. Con el conflicto de la noche de Estambul, las reglas de exilio fueron eliminadas, la Sociedad Inmortal no engrosaría las filas renegadas con los desterrados, el exilio fue remplazado por la destrucción por luz solar; sin embargo, quedaron desterrados por la tierra, principalmente en el Nuevo Mundo.

Estos preternaturales eran en usados por la Sociedad Inmortal para los trabajos sucios, también se referían a ellos como mercenarios.

Sergio era uno de ellos y acompañaría a dos sempiternos de familia, Mériac era uno de ellos; sólo esperaban al faltante.

Una limusina se detuvo frente a ellos. En el interior viajaba el tercer acompañante, quien descendió cuando el chofer abrió la puerta. Vestía con todo el lujo que se podría usar: un traje de vestir casual, zapatos y reloj de marca. Con el costo del atuendo bien se podría mantener una familia por años.

Piel blanca como la luna. Altura considerable, un metro con noventa, de ademanes finos y educados; perfil perfecto, como esculpido por el mismo Miguel Ángel o Rodín; ojos azules, fríos y acerados. Labios delgados y con una sonrisa sardónica todo el tiempo; rostro afilado como una daga, cabello rubio como espigas doradas en el estío y perfectamente arreglado.

Ambos no pudieron evitar una mirada de repudio, la fama precedía al recién llegado, en Europa era una leyenda, se decía que el sommelier que lo convirtió poseía influencia en todas las regiones del mediterráneo. Con los sentidos aguzados, observó un aura matizada con vetas negras, producto de múltiples actos de canibalismo. Se decía que no dudaba en declarar extinción sobre los enemigos y bebérselos sin la menor culpa. El reinado de terror y firmeza que ejercía en Luxemburgo era un ejemplo propio de Maquiavelo.

—¡No es posible! —musitó el desterrado— es Jean Paul Leblanc, el Barón Oscuro.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora