Anime, manga y bytes

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No perdió ni un día, de inmediato compró un local en la avenida Chapultepec; tenía planes: poner una tienda donde pudiera vender revistas, cartas de juego, juegos de rol, equipo de cómputo, consultorías y desarrollo de soluciones integrales. Lo llamó simplemente El Refugio, porque eso significaba para ella, el refugio de una realidad que pretendía evadir.

El trabajo fue arduo. Ella realizó las reparaciones e instalaciones para ahorrar dinero. Lo eléctrico, el cableado de la red, la instalación de puntos de venta, creación de inventarios; hasta se metió con algo de carpintería en la oficina. Debido a que los resultados no fueron muy favorables, estuvo obligada a comprar mobiliario nuevo.

Después de un mes de duro trabajo, al fin estaba listo. Su propio negocio, un refugio en la selva de asfalto. No tendría que volver a trabajar para nadie. Y lo mejor, había sobrado tanto dinero que lo tenía en inversiones, que le aseguraban de por vida un ingreso superior a lo que ganaba con Mario. Después de todo, uno nunca sabe.

***

El negocio iba de mal a regular, pero era todo lo que necesitaba. Cuando no vendía, desarrollaba software o navegaba, invariablemente frente a un monitor.

Había modificado el local para hacer una pequeña habitación en el sótano —que originalmente fue construido como bodega—con baño y una cama. Dejó el departamento que rentaba desde la graduación para irse a vivir ahí. Ahora El Refugio era su hogar.

***

La tienda llevaba cerrado horas, pero ella seguía frente al monitor navegaba y hacía hacking. Brincó en tantos servidores que ya había perdido la cuenta. De pronto vio un icono que llamó su atención. Era un pentágono con un círculo en el interior y extraños símbolos grabados en el polígono. Recordó el sueño. Trató de entrar pero se le restringió el acceso.

—¡Qué demonios! —gritó desconcertada.

Trató de ingresar de nuevo, pero el algoritmo de seguridad estaba muy bien diseñado. Dio un sorbo al café e hizo un nuevo intento con resultado similar. Decidió guardar la dirección en sus favoritos y dejarlo para otro día.

***

«Mala película».

Se repetía a sí misma mientras tiraba la bolsa de palomitas en un cesto cercano. Esperó tanto tiempo para verla y ni siquiera habría valido la pena descargarla de Internet. Abandonaba el centro comercial. Pasaba de la media noche, el estacionamiento estaba casi vacío. Avanzó con cierto miedo cuando la empujaron por la espalda con violencia, cayó de bruces; el impacto hizo que perdiera los lentes, sólo vio una silueta borrosa frente a ella que la amenazaba.

—Quédate callada pendeja y no te lastimaré —advirtió una voz aguardentosa.

El miedo se apoderó de ella como un ratón ante la serpiente. No podía ver claramente al agresor, pero sabía que si cooperaba no saldría lastimada. Las sucias manos del victimario recorrieron a Mériac mientas con la diestra tapó la boca para evitar gritos.

«Piensa en algo agradable y pasará rápido», se repetía una y otra vez.

Su aliento agrio, rancio, llegó a ella; la manoseaba como si se tratará de un animal. Sintió el pantalón bajar y el jaloneo de la pantaleta. Se desvanecía lentamente, sería lo mejor, al despertar todo habría pasado o estaría muerta, de ser el caso no importaría si quedaba inconsciente.

***

Cuando volvió en sí todo había terminado. Se revisó y notó que nada le hacía falta, tenía todos sus dedos, sin heridas visibles; buscó sus lentes para encontrarlos a un par de metros del lugar donde estaba recostada.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora