Estambul

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Estambul, a pesar de no ser la capital de Turquía es la ciudad más grande del país y de Europa Oriental. Es también la capital administrativa de la Provincia de Estambul en la llamada Rumelia o Tracia Oriental. Fundada en el 650 A.C. por Byza, la leyenda cuenta que antes de emprender el viaje en busca del lugar donde habrían de asentarse, el jefe de la tribu, un hombre llamado Byza visitó al oráculo de Delfos —como era la tradición de aquello tiempos antes de realizar una empresa de gran magnitud—, para tener la consulta y venia de los dioses. "Habrán de asentarse en la zona opuesta al país de los ciegos" fue la respuesta que obtuvieron.

Al llegar al Bósforo vieron asentamientos en la parte asiática; sin darse cuenta de los beneficios portuarios del otro lado del río. Sin lugar a dudas los habitantes deberían de estar "ciegos" por asentarse en el lado opuesto del río. Byza determinó que esa era la señal de los dioses para tomar esa tierra como su nuevo hogar.

En el año 100 A.C. formó parte del imperio romano. La visión de En-kaiban percibió una grandeza similar a la que Qhaal-enumeph observó en Babilonia. Sería la capital del nuevo imperio.

En el 306 D.C. Constantino recibió una inesperada visita en palacio, el fundador de la Sociedad Inmortal motivó al estadista a convertir la ciudad en capital del imperio romano, con un nuevo nombre: Constantinopla.

Sin embargo, el imperio tenía demasiados enemigos —como las tribus barbáricas al norte—. Gradualmente la ciudad perdió poder con la caída de los romanos. En-kaiban no pensaba dejar a la ciudad en la misma desgracia que Babilonia y mandó a construir Agios Sophia. La construcción que atraería los ojos del mundo.

Sin embargo, al igual que lo ocurrido con la gran ciudad sumeria, el benefactor desapareció y fue tomada por los otomanos hacia el 1500 y recibió el nombre de Estambul.

Los hechos de la Segunda Guerra Mundial movieron la capital de Turquía a la ciudad de Ankara. Más eso no fue motivo para que perdiera esplendor. La ciudad ha crecido como si el mismo En-kaiban estuviera ahí, oculto en las catacumbas de Agios Sophia, al cuidado de Estambul. Una ciudad que continúa creando su propio destino e historia.

***

Durante un par de horas caminó sin rumbo fijo hasta que llegó al puente Bogacizi. Bajo sus pies el Bósforo corre desde hace siglos; un río que conecta al Mármara con el Mar Negro y separa a Europa de Asia; en lontananza, no muy lejos, el camino hacía Üsküdar, una de las ciudades asiáticas vecinas a Estambul. Al principio pensó en dirigirse hacía la nueva urbe, pero si ese antiguo habitaba la ciudad encontraría información en Hagia Sophia.

***

La construcción conmocionó a Mériac. Hagia Sophia era el símbolo de la ciudad. Al ver el escudo de la ciudad no pudo evitar comparar las cuatro torres de la catedral con la alegórica M que representa en Guadalajara las dos torres azules de Catedral y la cúpula dorada.

Los pilares que brotaban del suelo como protectores de la construcción de Antemío de Tralles e Isidoro de Mileto, imponían respeto a todo aquel que cruzaba los límites invisibles de la Iglesia.

Caminó por una pequeña calzada que la llevó a una fuente. El sonido del agua era tranquilizante e invitaba a quedarse en ese lugar para siempre. La frescura del líquido era incitante y tentadora. Impelía a meterse en ella para aplacar el calor mediterráneo que se respiraba.

Sabía que no tardaría en ser abordada por algún sempiterno; ningún preternatural puede pasearse a sus anchas en una ciudad adonde recién llegó sin que una comitiva lo aborde con el fin de conocer los intereses del extranjero.

***

Una figura ataviada con ropa árabe apareció frente a ella. Como lo imaginaba, el comité de bienvenida no tardó en llegar, sólo que no sabía si eran un cruzado o no.

—Mi nombre es Mériac Duval y...

—Nadie te autorizó para que hablaras, mujer.

Guardó silencio al recordar las tradiciones de la región. Esperó a que el extraño terminara de mirarla.

—¿Qué buscas en Estambul? —preguntó de manera áspera.

Era un inglés pésimo, parecía que lo escupía en lugar de hablarlo.

—Vengo a buscar a Hanev Kal —respondió categórica.

El extraño dio un paso para atrás, miraba de hito en hito a la joven; el nombre del preternatural no se mencionaba en voz alta y con tal naturalidad.

—Debería devorarte por el simple hecho de mencionar su nombre en la calle como lo has hecho.

—Pero no lo harás, porque he sido enviada a él por... una persona muy importante, tengo un mensaje para Hanev Kal y pienso dárselo en persona.

—Nadie lo ha visto en siglos, dicen que se oculta en las profundidades de Hagia Sophia. Quienes lo buscan nunca jamás vuelven a ser vistos —dijo con solemnidad.

—¡Aja!, claro, bueno entonces con permiso y mírame bien, porque... —hizo una pausa— nunca jamás volverás a verme —su tono fue entre dramático y sardónico.

—¡Debería destruirte por tu impertinencia! —amenazó con desprecio—, pero tu destino será peor al encontrar al Antiguo que habita bajo Hagios Sophia. Te secará hasta los huesos, se tragará tu alma como un bocadillo, serás...

Las amenazas del extraño fueron ahogadas con el sonido de la fuente. Buscó alguna alcantarilla o modo de entrar en las entrañas de la iglesia.

Pasaron algunos minutos cuando encontró lo que parecía ser un desagüe. Logró retirar la tapa —acción sencilla con la fuerza del vino inmortal—; con una mirada al interior se percató de la oscuridad que reinaba. Lamentó no llevar una lámpara. Tomó el smartphone para tener luz. Levitó para adentrarse en las profundidades del drenaje. El agua negra llegó hasta la cintura. Agradecía una vez más no tener que respirar. Aguzó los ojos para tener una visión mejor del lugar.

Se colgó el dispositivo electrónico al cuello para tener las manos libres. Veía bultos pasar a un lado de ella, no tenía intenciones siquiera de mirarlos, un chapoteo a lo lejos la detuvo.

Aguzó los sentidos lo más que pudo. Un sonido así no podía dejarse pasar por alto. Esperó por unos minutos y continuó. Pasaron dos minutos y volvió a escuchar el sonido. No podía ser una coincidencia. Sea lo que fuera la seguía. El instinto la salvó. Brincó por medio de la levitación y logró alejarse del agua. Escuchó el chasquido de mandíbulas cerrarse. Abajo, un enorme lagarto la observaba, los ojos se hundieron en el agua, Mériac subió lo más que pudo justo cuando vio emerger al cocodrilo de un salto.

Las fauces se cerraron cerca del cuerpo con una presión cercana a las dos toneladas. Era más que obvio que el antiguo tenía sirvientes y qué mejor guardián que un cocodrilo de esas dimensiones.

—¡Hanev Kal! —gritó en inglés, mientras el lagarto saltaba de nuevo— Me enviaron a buscarle.

«¿Quién eres, para atreverte a interrumpir mi santuario?", la voz sonó en su mente.

—Me llamó Mériac Duval y...

«No conozco a nadie con ese nombre", interrumpió la frase.

—Bueno, no soy yo quien debe importar, sino el que me envía. El Padre Oscuro me ha enviado a usted, Excelencia.

«Han venido con el mismo cuento, y terminan como alimento de mi guardián. Cuando tu poder para volar se acabe serás su alimento; no tenemos prisa».

—El Padre Oscuro me envió a cobrarle un favor —gritó sin disimular la angustia—, algo que él hizo por usted en Kurbel.

«¿Kurbel?", guardó silencio «Sólo el Padre Oscuro sabe eso ¿Cómo conoces mi relación con la sangre de la vendimia original?».

—¡Ya le dije que me envió a usted!; ahora si puede decirle a su guardián que se aleje, quizás podamos platicar mejor, Excelencia.

Vio con recelo como el lagarto se alejaba entre las aguas. No escuchaba nada. Descendió y nuevamente entró en las aguas negras. Giró sobre los tobillos. Frente a ella se encontraba un hombre con aspecto tosco, cubierto de limo, con la mirada perdida, sin brillo. No se apartaba de ella.

—Espero por tu bien que digas la verdad.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora