Adios al hogar

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Caminaban tranquilamente por la calle, con una sola misión, encontrar a quien secuestró a Helena Ithaca. Jean Paul estaba convencido que la traición provenía de un Dubois, sólo tenían que encontrarlo.

—Es peligroso que vayamos más allá de esa calle, ahí termina nuestro territorio —advirtió Mériac con preocupación.

—Tranquilos, vienen conmigo —su petulante acento francés comenzaba a resultarle molesto a Mériac—, no pasará nada.

Sergio seguía detrás, esa línea invisible en Medrano dividía dos dominios y no era de su agrado traspasarla tan alegremente. Avanzaron unas cuantas cuadras cuando fueron abordados por una manada rebelde.

—Vaya, las niñitas están fuera de casa —dijo uno de ellos amenazante.

—Venimos en plan de negocios, quiero hablar con Volgia Shneider.

Esa petición perturbó como el sol, nadie se atrevía a llamarla por con esa confianza.

—¿Quién te crees encorbatado para hablar con esa familiaridad a Su Excelencia Shneider?

Sonrió sin perder la calma.

—Su primer amante.

***

Pasaron siglos desde la última vez que estuvo tan cerca. Recordaba los ojos azules, tan hermosos como ignominiosos, las noches cuando tuvo la suerte —buena o mala—, de conocer los placeres macabros y pervertidos que proporcionaba Leblanc.

***

Era una campesina que vivía en las cercanías al río Rhin, en su natal Alemania. Regresaba a su casa tras un arduo día de trabajo, trabajó durante toda la tarde en los campos de trigo, estaba bañada en sudor y aún faltaba el camino de regreso al hogar. Levantó el rostro y descubrió en una colina un caballo negro. Sobre la magnifica bestia estaba él, sin dejar de observarla; los ojos irradiaban luz, no pudo resistirse a tan bello rostro y se acercó, era como un ángel pintado en el vitral de la iglesia, tan hermoso que era imposible que pudiera dañarla.

Durante un mes entero fue suya en todas las formas posibles e inimaginables; Leblanc conocía todos los secretos del sexo, placeres que Volgia experimentó sin el menor recato por parte de ese depravado; dolor mezclado con placer, que la trastocaba entre el cielo y el infierno. Hasta que la abandonó en aquella cripta donde fue descubierta por Bruno Kurchenko, nunca supo a ciencia cierta si Leblanc la dejó a propósito para que el cruzado la encontrara o simplemente fue el toque final para un mes de doloroso y cruel placer.

La agonía de la conversión rebelde fue un día de campo, comparado con el sufrimiento gozado con Leblanc. Nunca más volvió a estar cerca del amante; tenía otro destino, ser la mano ejecutora de Kurchenko: su templaria. Dentro del movimiento rebelde los sicarios como Bruno tienen a disposición un inmortal como escolta, guardaespaldas y representante en ciertas regiones del viñedo, estos vampiros recibían el nombre de templarios. El sicario seleccionaba con cuidado al mortal en quién habría de confiar; es entrenado y forjado como un arma siempre presta a cegar la existencia de todo lo que pudiera poner en riesgo al protegido. Recibió todo el entrenamiento en una abadía ubicada a las afueras de Berlín, desde ese lugar escuchó el nombre en voces preternaturales; las leyendas que corrían sobre él, del elegiaco ascenso, la macabra forma de conservar el poder: Jean Paul Leblanc, el Barón Oscuro. Nunca pudo acercarse lo suficiente. Él pertenecía al bando enemigo. Varios siglos después, Leblanc estaba en territorio de los renegados, nuevamente quien hizo de ella una diosa y una prostituta estaba frente a ella; sólo que ahora Volgia era la señora, y Jean Paul, el intruso.

***

Ojos negros como abismos sin fondo miraron a los recién llegados.

—Tanto tiempo sin verte, Su Excelencia —Leblanc hizo una reverencia.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora