Un poco de compasión

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La diestra de Mériac se movió con rapidez, sujetó del cuello a Jessica con toda la violencia que pudo y la jaló para golpearla contra ella. Abrió la boca, iba a morderla cuando se detuvo en seco.

Aquel movimiento hubiera bastado para romperle el cuello y sin embargo reía. Miró su mano y vio cómo no hacía contacto del todo con la piel de esa mujer.

—Un aura protectora, tenemos formas para defendernos de ustedes —sonrió— ¡Sube a 20 G!

Mériac sintió la fuerza del imán arrancarle los huesos y se dejó llevar. El impacto contra la pared hubiera terminado con la vida de esas dos mujeres —si fueran normales—.

—Pierdes tu tiempo, el sol saldrá y morirás.

—¿En serio —sonrió—, qué tal si me quitó el collar y te destazo la mente?

La risa de la mujer inundó la habitación.

—Ese collar tiene un dispositivo explosivo parecido al C4, he visto algunos especimenes soportar una explosión de esa naturaleza, ¿puedes tú? —preguntó socarrona.

—Tienes razón, ese campo que tienes te protegerá de una explosión —ahora Mériac sonrió—, ¿pero te protegerá de... él?

Antes que Jessica pudiera reaccionar, Mériac arrojó a la mujer al alcance del lucar. Cuando la tuvo cerca, aquella máquina asesina comenzó a golpear y morder, con una furia ciega.

—¡Dan, rápido activa los electrodos! —gritó con desesperación.

Un par de postes de metal emergieron del piso, descargaban un arco de alta tensión sobre el cuerpo del lucar. Mériac percibió el aroma a carne socarrada, pero sobre todo, percibió que la fuerza del imán había cedido por completo.

«Debieron haber desviado la fuerza del imán a los electrodos para someter al hombre lobo", pensó aliviada.

El aullido inundaba la habitación y estremecía de miedo a Mériac.

—¡Tranquilo!, yo te ayudaré —dijo en un tono tranquilizador.

Miró con recelo los electrodos. Se encogió de hombros y sujetó uno de los postes. La corriente fluyó por el cuerpo con violencia, el dolor acalambraba nervios y músculos. Tiraba con fuerza, pero el trozo de metal parecía parte del mismo piso. Lo giró hacía la izquierda y luego hacía la derecha, Mériac emanaba humo, no podría asimilar ese tipo de daño por siempre.

—¡Maldita cosa, cede! —gritó furiosa.

Reunió toda la fuerza que pudo y logró arrancar el trozo de metal y con ello el arco eléctrico cesó; el aroma a carne quemada inundaba el lugar, el licántropo yacía inconsciente, Jessica estaba aturdida, al parecer el campo protector se dañó, porque se veía golpeada y con rasguños severos en la piel.

Mériac la giró para corroborar su estado de salud y pudo tocar la piel, el aura que evitaba el contacto ya no existía.

***

Al sentir el contacto de la piel fría, Jessica se reculó contra la pared, estaba indefensa ante un vampiro. Al principio tuvo miedo, pero vio algo en la mirada de la joven vampira que la tranquilizó.

—Hoy no —susurró Mériac con tranquilidad—, hoy no morirás. Mériac la miró con nostalgia, más o menos así luciría si aún fuera mortal, quizás trabajaría para ella y serían amigas, quizás hubiera tenido una vida llena de alegrías mientras que ahora sólo tenía oscuridad y sangre.

—Me llamaste Mériac, pero también puedes llamarme Zarparopak.

Jessica la miró con extrañeza.

—¿Por qué no me matas? ¿Qué no sabes que puedo destruirte junto con los tuyos? —preguntó desconcertada.

—No puedo matar a quien intenta salvar a los suyos —respondió categórica.

—Ahora resulta que eres un vampiro compasivo —repuso con sarcasmo.

—Ojala lo fuera, pero no es así. Tú me recuerdas a alguien que una vez conocí —se puso en cuclillas frente a ella— Me recuerdas a mí hace más de quince años, cuando aún era mortal.

***

No lo podía ocultar, tenía miedo. Ese monstruo podría matarla en cualquier momento. Sólo un pequeño movimiento y su vida terminaría. Parecía el gato que juega con el ratón antes de comérselo.

—¿Cómo salgo de aquí? —preguntó sin dejar de buscar una salida.

—¡No hay salida, morirás aquí! —respondió con autoridad.

—No puedo morir... porque ya estoy muerta —corrigió de manera burlona—, el término correcto es extinguir —la miró por encima de los lentes y refutó con un aire erudito— ¿Cómo salgo de aquí? Dímelo.

—Crees que esos trucos de películas sirven conmigo, ¡pues te equivocas, aquí te extinguirás! —respondió con odio.

Pese a que el collar no brilló, aquella mujer no obedeció.

—¿Cómo puedes resistir el poder de nuestra sugestión? —preguntó perpleja.

—Tu tiempo terminó —apostrofó triunfal.

La puerta se abrió y entraron tres guardias armados.

—¡Elimínenla! —ordenó con fuerza.

Se encontraba débil, no podría enfrentarse a esos guardias, el fin había llegado. Una voz resonó con fuerza.

«¡No seas estúpida!, déjame salir, ¡soy tú única oportunidad!».

—¿Quién eres? —preguntó temerosa.

«Soy esa parte tuya que ocultas, soy el hambre sempiterna que te enloquece, soy tu única forma de sobrevivir... soy la sombra que habita en cada vampiro, ¡libérame o dejarás de existir!».

No tenía opción. Un ardor corrió por el hombro. Un disparo. Cerró los ojos y dentro de la mente abrió una cerradura. La imagen en la cabeza mostró un portón negro con cadenas que caían, lentamente se abría. En el interior vio a una Mériac impregnada de una maldad inefable. Ojos rojos como tizones, cabello alborotado, uñas largas; afiladas, hambrientas de carne; su mente se cerró y perdió contacto con la realidad.

***

La oscuridad daba paso a una luminiscencia absoluta. Trató de mover los brazos, pero algo la sujetaba con fuerza e impedía la acción, lentamente cobraba conciencia de la realidad. Frente a ella una enorme pared gris y peluda, levantó con temor la mirada, las fauces del lupino estaban a escasos centímetros de ella, la tenía sujeta con las garras, el fin era inevitable.

—¡Debes huir! —rugió.

—¿Qué? —preguntó pasmada.

—Arriesgaste tu vida para salvar la mía, no quiero estar en deuda con un muerto andante.

—¿Vendrás... conmigo?

El miedo impedía que articulara correctamente las palabras.

—No —respondió categórico—, té daré tiempo para que escapes.

—Pero... ¿por qué? —preguntó desconcertada.

—Yo... traicione a los míos... ya estoy muerto —la miró con furia— ¿Qué esperas? ¡Huye cadáver! —bramó con furia.

Mériac corrió, más por temor a la ira del licántropo. Al avanzar hacía la puerta, vio tres cuerpos destazados, las gargantas rotas a mordiscos y rictus de una agonía dolorosa en las expresiones. Daba gracias a Dios de no recordar nada de lo que había hecho para poder sobrevivir.

Su conciencia le indicaba que merecía morir en ese lugar, que una aberración tan nefanda no podía andar suelta por el mundo, pero el instinto la obligó a correr.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora