Un favor especial

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Caminaron en silencio durante unos minutos al cubierto de robles y cedros. La tenue luz lunar se colaba en el enramado y dejaba ver un efecto marmóreo sobre el pasto.

Damasco Dimitros podría ser el vampiro más antiguo que conociera, pero el destino ya había colocado a Natael frente a ella.

—Su Excelencia, me he atrevido a pedir una cita con usted debido a un conocido que tenemos en común.

—Si viniste en busca del paradero de tu sommelier, me temo que no lo sé, nadie lo ha visto en años —contestó abatido.

—Ese no es el conocido que tenía en mente.

—¿Entonces quien? —preguntó con interés.

—Markus Tsaldaris.

***

Miró durante unos segundos a la joven. No hacía un par de meses que había tenido las últimas noticias de su crianza.

—¿Conoces a Markus? —preguntó con recelo.

—En efecto Su Excelencia y me gustaría pedirle un favor.

—Si está en mí, te ayudare con gusto.

Mériac buscó en el piso hasta dar con una roca aguda. Descubrió su costado. Con fuerza y seguridad hizo una herida. De entre la carne saco un medallón cubierto de sangre. La herida cerró tras sacar el objeto.

—Pertenece a Markus, me gustaría que pudiera dárselo, ya que no estoy segura de volver a verlo.

El Antiguo miró extrañado la joya que conocía muy bien desde hacía siglos.

—¿Cómo tienes esa joya? —preguntó intrigado.

—Me lo dio en calidad de préstamo; me comentó que era algo muy importante para él, el único eslabón hacía su parte humana.

—En efecto, es invaluable para Markus, no me explico por qué te la ha prestado.

—Bueno, Su Excelencia, digamos que fue quizás sentimiento de culpa.

—¿Culpa? —miró extrañado— ¿A qué te refieres?

—En Guadalajara yo le hice algunos favores, que me conllevaron a situaciones peligrosas y pusieron en riesgo mi salud mental. Creo que su crianza quizás se sintió responsable, y tomó la decisión de prestármela; aún no sé con que fin, pero ahora tengo que devolverla y al desconocer su paradero me atrevo a pedirle que sea usted quien le entregue.

—¿Hacía donde diriges tus pasos ahora pequeña? —preguntó con afecto.

—A Estambul, Excelencia —respondió con seguridad.

***

Las miradas estuvieron fijas durante alongados minutos. El nombre de la ciudad traía recuerdos a la mente de Dimitros. Hacía siglos que no visitaba Estambul. Recordaba las cúpulas doradas, el peculiar aroma mezclado con esencias de café, dátiles y especies. Habitó durante buena parte de su vida como mortal esa urbe.

—Es tierra de nadie —advirtió—, demasiado cerca de Rumania. Los rebeldes tienen sus territorios en ese país, nadie se atreve a incursionar solo en las tierras de Turquía —comentó preocupado.

—Lo sé, señor, pero debo ir —respondió con firmeza.

—¿Qué opina Nicolás al respecto? —preguntó con malicia.

—Hace tiempo que no lo veo tampoco, Excelencia.

—No me mientas, Mériac —recriminó con una sonrisa—, puedo saber quién me miente y quién no sin usar mis poderes, tú lo has visto recientemente, pero no quieres decir por qué o bajo qué circunstancias.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora