Los cruzados

49 3 0
                                    

Ambos observaban desde la lejanía. Con un par de binoculares infrarrojos veían a Marcelo convertido en animal avanzar entre la maleza. Algunos preternaturales tenían la habilidad cambiar, poder que les permitía alterar su fisonomía hacia el Demonio Interior. El animal preferido de Marcelo era un lince, pero pagaban caro acercarse tanto a ese estado. Cada vez que eran poseídos por el Demonio Interior, una parte de esa bestia se volvía permanente en ellos; cuando un vampiro pierde el control cae en un estado de cólera absoluta e incontrolable. Algunos decían que era una excusa para justificar actos inefables, pero en realidad todos sabían que era el hambre que trepaba por las gargantas para apoderarse del cerebro. Todos los vampiros estaban condenados a ser poseídos una noche cualquiera y nunca más recuperar el control. En el caso de la familia de Marcelo estaban condenados a convertirse físicamente en un animal, una bestia destinada a comer y dormir; ni siquiera los antiguos estaban a salvo de caer en ese estado y terminar por convertirse en animales míticos como el león al que asesinó Hércules. Varias de las bestias que hablan las leyendas y cuentos estaban basadas en los sempiternos que perdieron el control y se perdieron a ellos mismos para siempre.

Con cautela oteaba y caminaba, estaba en un territorio donde se consideraba intruso. Pese a la relación entre lupinos y Marcelo existía un acuerdo de respeto en territorio de lucares: nunca presentarse en forma humana, siempre como un animal; el vampiro se ganó el favor de algunos lucares por ser en vida un activista que protegía la vida animal. Él estaba destinado a convertirse en hombre lobo, mas en lugar de eso recibió la oscuridad de la conversión. Los lucares locales lo respetaban y toleraban, pero sólo en forma de animal. Solamente así olvidaban que pertenecía a las huestes enemigas.

Mériac nunca olvidaría esa noche, fue la primera cuando vio a un licántropo. Marcelo detuvo su paso, parecía disecado, segundos después apareció.

Poco más de dos metros de altura, pelo color marrón. Sus brazos oscilaban por debajo de las rodillas; el hocico mostraba agudas y afiladas hileras de dientes, capaces de causar heridas letales en los que tenían la mala suerte de toparse con un lucar. Ojos penetrantes como dagas, eran máquinas de pelea diseñadas para destrozar a su enemigo natural: el vampiro.

No se pronunció una sola palabra —o gruñido— durante un par de interminables minutos; el lucar ladró muy cerca del cráneo de Marcelo, pero el vampiro no se inmutó. Tras un breve intercambio de gruñidos ambos se retiraron.

***

—Dice que ningún rebelde ha pasado por aquí —comentó Marcelo con tranquilidad.

—¡Ese estúpido mortal me mintió! —crispó los puños.

—No veo el porqué. Nos daríamos cuenta y volveríamos por él —asintió Marcelo.

—A menos que nos haya enviado aquí porque nos tendió una trampa y estamos parados justo en el lugar donde nos desean tener los rebeldes —agregó Mériac, con cierta apatía—, quizás tratarlo así de mal no haya sido una buena idea, Joshua.

Se miraron y se dieron cuenta del engaño en que cayeron, estaban lejos de cualquier lugar donde pudieran ser auxiliados. Corrieron hacía el todoterreno en el que llegaron, cuando una lluvia de balas comenzó a caer sobre ellos.

***

—¡Maldita sea, no hay servicio! —gruñó Joshua mientras estrellaba contra el piso su celular.

Cubiertos en una pequeña hondonada, escuchaban la gritería de la manada y las balas pasar cerca. Una bala no podría destruirlos, pero varias de ellas podrían dejarlos en muy mal estado, eso los pondría a merced de los rebeldes.

—¡Marcelo, tenemos que salir de aquí!, hay por lo menos a cinco rebeldes, No tardarán en acercarse.

—Escucha bien mocosa, te cubriremos, irás hasta la camioneta y conducirás hasta acá.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora