Dos extraños en el viñedo

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Viento azota, tan frío que hiere. Sobre un edificio a medio construir, baila, canta y aúlla. Una mirada se pierde en lontananza, allá donde el nuevo día amenaza con salir e inundar con radiante resplandor todo cuanto cubre la penumbra. Observa cada recoveco donde las sombras huyen para evitar la letal mordida del astro rey, pupilas dilatadas que contemplan los rosados matices del preludio al amanecer.

Un día más, el periférico lleno de vehículos que se dirigen a diversos destinos, ignoran la silueta que desde las alturas los contempla. El sol baña e inunda de luminosidad a quien desde lo alto vigila la ciudad a la que recién ha llegado.

***

Impaciente y molesto el Obispo Oscuro, mira de nuevo; igual que hace un par de minutos, nadie contesta, termina la llamada. Son tres días y aún no se ha reportado. Divaga unos minutos, recuerdos que muerden la mente, recuerdos que lo convirtieron en lo que hoy es; de entre las ropas saca un escapulario, dentro, la pintura de una hermosa mujer; Tomás sonríe, una mueca burlesca y sardónica, cierra el objeto y marca de nuevo, mismo resultado.

***

—Tientas a tu suerte, simiente de Natael —conminó con odio.

Una voz profunda, proveniente de otro plano retumbó en cada rincón, aromas nauseabundos y una espesa niebla inundan ese recoveco de ignominia.

—No más de lo que pueda manejar —sonrió.

—¿Qué deseas? —preguntó fastidiado.

Dentro de un círculo de sal, con extrañas runas y objetos, la voz emergía entre llantos, lamentos y oscuridad.

—Un nombre, quiero el nombre del aquel que ha frustrado el plan del Obispo Oscuro.

—Perturbas planos que no deberías siquiera conocer, para un mero acto de adivinación —la voz aumentó de potencia—; pretendes reducirme a un simple vidente para complacer tus caprichos —repuso molesto.

—¡Claro que no! —se disculpó con humildad—, pero el nombre me será de utilidad para aquello que te he prometido.

El silencio inundó la habitación. Sólo roto por lejanos lamentos, minutos eternos, tiempo alargado; pero, para quien es inmortal, el tiempo pierde importancia. Los lamentos, niebla y aroma se tornaban más tenues, se alejaban para perderse, antes de desaparecer, la entidad pronuncia un nombre.

—Mériac Duval.

***

Sarah miraba la carta, procedente de los Cárpatos, agrado y molestia se conjugaban, hacía siglos desde la última vez que tuvo noticias de él y ahora aparecía de nuevo. Quizás durmió durante los últimos siglos, pero ya no más.

—Preparen lo que sea necesario para recibirlo como merece su jerarquía —dio la orden de manera tajante.

***

La Cava ya no era más un lugar extraño, conocía cada rincón del lugar. Quince años de existencia sempiterna no mostraban mella en su alegre carácter, vestía un overol verde y guantes de trabajo púrpura, ocho humanos la acompañaban. Marcó un lugar en la piedra.

—¡Aquí será! —ordenó con una sonrisa—, quiero uno aquí y seguirán el pasillo hasta donde termine, con repetidores cada veinte metros.

Los humanos comenzaron a trabajar. Ella no aparentaba más allá de los veinte años, pero doblaba con facilidad la vida de los trabajadores. El teléfono sonó.

—Su Altísima Excelencia, es un honor recibir una llamada suya.

Se recargó contra la pared, mientras con una seña de la diestra indicaba a los humanos que continuaran.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora