La conciencia volvió, pero tenía miedo de abrir los ojos. Se sintió segura al percibir la pesada arena sobre el cuerpo. Le tomó un par de minutos salir. Una vez fuera, la sorpresa fue mayúscula, no había restos de las instalaciones, ni siquiera el hueco dejado por la explosión, sólo una larga llanura desértica.
No tenía ni idea de dónde se encontraba, así que comenzó a caminar en sentido contrario al oriente, o por lo menos donde creía que estaba el oriente.
Llevó consigo el trozo de metal. No sabía cuánto tiempo le tomaría llegar a algún lugar habitado.
***
De no ser por su constitución sempiterna, estaría muerta. Detrás de ella los cadáveres de coyotes y roedores se recostaban sobre la arena. Era un débil alimento que le permitía subsistir, no tenía el mismo nutrimento que un humano, pero serviría para mantener controlado al Demonio Interior.
Perdió el sentido del tiempo, no sabía si caminaba desde hacía tres días o un mes; la ropa se había desgastado, los jirones de tela ondulaban con la fría brisa del desierto. Arrastraba los pies por la arena, no por el cansancio, sino por la desesperanza que comenzaba a invadirla.
Cuánto tiempo andaría así, era algo que no tenía idea. Sólo esperaba tener tiempo para poder preguntarle al primer mortal que viera, donde quedaba el pueblo más cercano, antes de devorarlo.
***
—¡No vayas tan rápido! —suplicó con miedo— ¡Nos vamos a volcar!
El bugee avanzaba vertiginosamente por las dunas. Cada vuelta daba la impresión de volcarse, pero el piloto era muy diestro.
—No seas miedoso, yo sé manejar bien.
—Oye... ¿Qué es eso?
—Parece... cielos es una persona, al parecer se perdió en el desierto, vayamos a auxiliarla.
***
El apacible viento trajo a su olfato un peculiar aroma, dulce, vigorizante, apetitoso, el aroma de sangre humana.
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—¡Mira, creo que ya nos oyó! —dijo animosamente el conductor.
***
«Sangre humana, dulce vino, que recorre a los tibios odres", vociferó la voz dentro de la cabeza.
Se sujeto la sien y cayó de rodillas.
—Son seres humanos... no los pienso... asesinar.
«Es tu naturaleza, no niegues lo que eres, ambos deseamos ese alimento».
—No... lo que tú deseas... es... asesinarlos.
«Maldita Volvalio estúpida, déjate de tonterías, si tú no tienes las agallas para hacerlo... lo haré yo».
La visión se tornaba pálida, sentía al Demonio Interior golpear la prisión dentro de la cabeza, las debilitadas cadenas de autocontrol cedían ante cada embestida. Perdía contacto con el mundo, tenía que controlarse o aquellos pobres humanos tendrían un oscuro sino.
***
—Mira, parece que el sol le ha dado duro, tiene convulsiones, date prisa —conminó el pasajero.
***
«¿Por qué te resistes, no sería más fácil que yo me encargara del trabajo sucio?».
—No... te lo per... mitiré —contestó con firmeza.
«No puedes evitarlo, las cadenas están por ceder, vamos Mériac... lo deseas tanto como yo».
—¡Maldito animal, infeliz hijo de perra!, crees que me tienes, crees que podrás poseerme y usarme como un cascaron donde vaciarás toda tu ignominia para eclosionar como una nueva entidad —se puso en pie—. Pues estás equivocado, aún controló este cuerpo y es mío ¿Lo entiendes, maldito bastardo? ¡Es mío! —bramó con furia.
La voz dejó de sonar. Asimismo como la puerta de retumbar ante el embiste, había logrado repeler al enemigo, pero no sabía por cuánto tiempo.
***
—Vaya que tuvo suerte señorita, casi nadie sobrevive al desierto.
—Creo que sí... tuve suerte de sobrevivir —comentó Mériac agotada.
—La llevaremos al pueblo y de ahí podrá comunicarse con sus amigos
—¿Qué tan lejos estoy de Little Rock?
—¿Arkansas? —preguntó intrigado el conductor.
—Así es.
—Pues creo que se perdió señorita, porque estamos en Palestina.
—¡¿Medio oriente?! —exclamó asustada.
—¡Jaja! —rió con estruendo—. No; claro que no, Texas, vaya que le afectó el sol señorita, estamos como a trescientas cincuenta millas de Little Rock.
—Por si le interesa —agregó el otro joven—, estamos a treinta de enero de 2010.
«Sólo faltan tres días para mi reunión con Sanderti", pensó.
—¿Tienen algún medio para llegar a Little rock desde Palestina?
—Una terminal de autobuses.
—¿Sólo eso? —preguntó decepcionada.
—Eso y una terminal de camiones de carga.
Los dos jóvenes rieron, incluso Mériac sonrió, pero por la suerte que tenía, justo el medio perfecto para viajar incluso de día sin tener el peligro del sol. Viajar en un contenedor.
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Mériac
HorrorDurante veinticinco años de vida inmortal acompañaremos a Mériac en un recorrido donde conocerá las fuerzas más oscuras de este nuevo mundo. La eterna guerra entre Cruzados y la Sociedad Inmortal, los mitos, las familias sanguíneas que conforman cad...