El Obispo Oscuro

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—No desayunaste, por eso te sientes débil, deberías ir a cenar algo muy dulce, eso te hará sentir mejor.

El joven asintió con un ademán, sacudió la cabeza y se recargó contra la joven, se sentía mareado y sin fuerzas.

—Perdóneme señorita, no... era mi intención molestarla —se disculpó apenado

—No te preocupes —respondió con una sonrisa.

Lo ayudó a sentarse en una banca y sacó una barra de chocolate.

—Te ves pálido —comentó preocupada—, toma, te hará sentir mejor.

—Gracias, no se cómo agradecerte.

Mériac sonrió y se alejó mientras pensaba.

«Ya lo hiciste, amigo».

Parecía como si pudiera volver a la vida de antes. Los instintos del hambre comenzaban a estar bajo control de nuevo y las voces mentales se acallaban, sonaban cada vez más distantes; las cosas parecían que mejorarían.

***

Pasaron dos años desde la entronización de Mónica y los Volvalio hacían funcionar todo a su manera. Varios psicólogos y espiritistas ayudaban a Mériac a superar el trauma del canibalismo. Como pago por los servicios aumentaron el área de cosecha. Esa noche en particular estaba de muy buen ánimo, como hacía meses no se sentía, avanzaba entre los mortales con una sonrisa en los ojos y labios; pero se borró cuando lo vio venir, directo a ella, no había duda, ojos oliva que no la perdían de vista, hasta que estuvo a medio metro de distancia.

—Precisamente a quien buscaba. Vamos, quiero hablar contigo —ordenó afablemente.

Huir y causar una persecución en medio del viñedo causaría la muerte de varios inocentes.

—Muy bien, Excelencia —respondió resignada.

Tomás Valverde sonrió.

***

El Obispo Oscuro gustaba de ese lugar, tenía una gran vista de la ciudad, podía contemplar a todos como lo que eran para él, simples hormigas ante los pies del amo. La parte superior del edificio, situado entre Chapultepec e Hidalgo era azotado por vientos fieros y fríos, trataban de azuzar a los intrusos que ahora se encontraban en ese lugar, sin conseguirlo.

Mériac se encontraba nerviosa, el Obispo Oscuro tenía fama de ser un preternatural cruel y despiadado. Así que procuró no bajar la guardia.

—¿De qué desea hablar conmigo, Excelencia? —preguntó intrigada.

—Por favor pequeña, dejemos a un lado formulismos, después de todo tenemos tantas cosas en común; podemos entrar en confianza.

—No veo qué podamos tener en común usted y yo, Excelencia—repuso molesta.

Sonrió, gesto que resultó en un ademán sardónico e hiriente.

—Te lo diré —se sujetó con la diestra el mentón—, ambos somos inmortales. A los dos nos convirtieron por egoísmo nuestros creadores, ambos fuimos traicionados por nuestros superiores—guardó silencio— ¡ah!, sí, y ambos tenemos un amigo en común, Gabriel.

El sólo nombre del sempiterno asqueó a la joven.

—Pero yo soy una Volvalio y usted un cruzado, Excelencia, suficiente brecha para ser salvada por esas similitudes que dice tenemos.

—Pequeña mía —se acercó a tal punto que Mériac pudo verse reflejada en los ojos—... yo también soy un Volvalio.

No supo si fue la proximidad de Tomás o la confesión, pero un escalofrío le recorrió la espalda.

***

Durante un par de minutos lo miró dubitativa, eso era imposible, no existían Volvalio traidores, el yugo es tan fuerte que lo relacionaban con el pacto cruzado. Eso debería ser una mentira más.

—Eso no es posible, Excelencia —reparó desconcertada—, además, a mí no me han traicionado mis superiores.

Esa sonrisa de nuevo, molesta, lasciva y perversa.

—Vamos pequeña, ¿qué no lo recuerdas? —se corrigió con sarcasmo— ¿Pero cómo lo vas a recordar si Valdus te borró la memoria? ¡La ciudad vive gracias a ti!

—¿A mí? —preguntó desconcertada.

—Claro Mériac, hace más de quince años tú desactivaste una bomba que destruiría toda la ciudad y cuanto mojigato habitara en ella.

—Eso es imposible, nadie sabe quién la desactivó porque...

—Porque borraron sus mentes ¿Crees que Mónica te aprecia, crees que Valdus lo hizo alguna vez? No, Mériac, te han usado desde entonces ¿Sabes cuál fue tu premio por salvar sus traseros inmortales? —un odio rancio brilló en sus ojos oliva— Borrarte la memoria e implantarte un recuerdo donde les estabas agradecidos por salvar tu existencia, cuando fuiste tú quien los salvo de la destrucción.

—¡Estás loco! —gritó enfurecida— ¡Nada de eso paso!

—¿Nada? —fingió desconcierto con esa sonrisa que tanto odiaba Mériac— Recuerda, vamos ¡Hazlo! —usó el poder de la voz sobre ella— Puedes reacomodar tus memorias, sólo usaron un poder sencillo en ti, borrar memorias no era la especialidad del pusilánime de Valdus. No usó los complicados rituales de lobotomía arcanos; recuerda quién violó la seguridad casi inexpugnable, recuerda cómo lograste desactivarla, recuerda cómo saliste al sol para esperar tu destino. Recuerda Mériac ¡Recuerda que fuiste tú quien la salvó!

La voz de Tomás tenía la fuerza de quien ha hecho del control mental una forma de vida.

—Estás loco, yo no...

Guardó silencio, las imágenes del pasado comenzaban a volver a ella como relámpagos en la oscuridad, mostraban escenas cortadas que formaban —lentamente— una secuencia completa de recuerdos. Se veía a sí misma en Catedral esa noche.

—Ya estás recordando pequeña. Esa gran esfera sin puertos exteriores ¿Qué usaste, WIFI para conectarte a ella?; ¿cuánto tiempo te tomó?, ¿una hora, dos, tres? Siente la tensión, el miedo, la presión.

Mériac recordó el artefacto; la pantalla oscura con el acceso al dispositivo; cientos de líneas de código enviadas al núcleo del sistema para desactivar las rutinas que activarían la explosión. La palabra executed después de cada comando enviado como respuesta afirmativa de la anulación de esa parte del programa central.

—Yo... desactivé la bomba —musitó descorazonada.

***

Miraba hacía el vacío, durante años pensó que tenía una familia, vio a los Volvalio como parte de ella, no dudaría en sacrificarse por ellos, porque ellos así lo hicieron, pero una vez más la usaron. Los recuerdos implantados la esclavizaron a una familia, a un grupo de manipuladores con miles de años de experiencia.

Vivió durante años una gran mentira, una mentira ignominiosa con el único afán de mantener su lealtad hacía los Volvalio.

Tomás la abrazó por la espalda y señaló la ciudad.

—Míralos, viven gracias a ti y nadie se preocupa por lo que te pasa —la giró de frente a él—. Yo fui igual que tú Mériac, mi sommelier me usó de una manera monstruosa; padecí las mismas tribulaciones que tú.

—Pero... no puedes ser un Volvalio, el yugo es muy fuerte, sin contar a Natael nadie lo ha podido romper, nadie excepto...

Miró con terror al Obispo Oscuro. Había leído al respecto en la biblioteca hacía años, una vieja leyenda acerca de un preternatural, tan longeva y olvidada que lo creían un simple mito y un cuento de renegados fantasiosos.

—Así es, pequeña —hizo una pausa—, te voy a contar una historia antigua, la historia de Aldo Vasconcellos, el traidor Volvalio... mi historia.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora