Reflexiones en la noche VIII

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Miro al viñedo; allá abajo entre las calles recorren el mundo, un mundo que creen libre de vampiros y demonios; un mundo donde ellos gobiernan basados en el poder o dinero.

Sin embargo, el mundo oscuro se mueve entre ellos, sin que puedan —o quieran— contemplarlo. Yo era como ellos hace unas décadas, vivía sumida en mis problemas, en mis miedos y asediada por demonios creados por mi; hoy es un recuerdo que se pierde en el tiempo.

Mériac colocó un pie sobre el borde de la ventana del campanario, que daba hacia la calle.

A Tomás le gusta mirar desde las alturas a los mortales para verlos como hormigas a sus pies; yo lo hago para tener la perspectiva de los cambios en ambos mundos.

No necesito respirar, sin embargo, halo el aire para sentir esa frescura recorrer mi interior, para darme cuenta que a pesar de no tener vida en este cuerpo inmortal, me siento viva.

¡Como nunca antes me sentí!

He despertado de una pesadilla cercana a los treinta años, una quimera que estuvo por consumirme y de la que he despertado por fin.

La Redención como la concebía Hanev es un mero paliativo, un maravilloso espejismo donde las esperanzas de los inmortales buscan consuelo... sin embargo, al menor toque con la sangre, el Demonio Interior despierta para consumirlos por completo.

Visto de esa manera, su Redención es más peligrosa que vivir sin ella.

Se irguió por completo en la ventana. En el reloj de pulso marcaban cerca de las tres de la madrugada. Demasiado noche para que alguien reparara en la figura solitaria del campanario de Notre Damme.

Yo enfrenté a mi Demonio Interior con lo único que podía vencerlo: mi Fe —sonrió tímidamente— ¿Fe?; suena grotesco pensar que un vampiro pueda llegar a tener Fe, sin embargo, eso demuestra que aún conservamos nuestra alma. Dentro de los sepulcros sempiternos, que son nuestros cuerpos, se encuentra el ser humano que alguna vez fuimos. Por desgracia lo devoramos con nuestras acciones, al grado de consumirlo y dejarlo a merced de Dalhan.

Yo no destruí a ese demonio en su totalidad. Únicamente expulsé para siempre la parte de él que habitaba en mí —suspiró—. No soy tan poderosa como para destruir un demonio omnipresente en cada vampiro del mundo—sonrió apenada—. Es una batalla que cada inmortal deberá tener ¿Luchar o dejarse vencer? Eso es decisión de cada quien llegado el momento. Su momento.

Miró hacia abajo y se dejó caer, antes que las campanas comenzaran a repiquetear para anunciar las tres de la madrugada. Lentamente disminuyó la velocidad, el contacto con el piso fue ligero y silencioso.

Sin embargo, aún requiero beber sangre. Quizás eso sería lo único bueno de la "Redención", no tener la necesidad de la sangre. El hambre ha dejado de existir en mí, ya no clama por alimento. Incluso puedo postergar alimentarme el tiempo que yo quiera sin el temor de convertirme en una bestia sedienta de crúor; sin embargo, sin vino inmortal en mi cuerpo, no puedo usar mis atributos vampíricos y despertar cada noche es muy difícil sin sangre.

Pero ya no es el ansia o la angustia que ejercía antes; ahora puedo beber y dejar de hacerlo sin tener que empeñar en ello toda mi voluntad. Es simple alimento, y los humanos, generosos mecenas que me ofrecen una dadiva de sus bienes para subsistir en el mundo.

Sólo ha pasado una semana desde esa noche. He sido egoísta al no avisar a nadie acerca de mi nuevo estado o que aún existo. Pero deseo descansar por un tiempo. No preocuparme por la Sociedad Inmortal o los Cruzados. Es algo que tendré que enfrentar en el futuro, pero no hoy.

Oteó el aire con una sonrisa.

Ahí va quien será mi generoso mecenas por hoy; sólo lo suficiente para continuar con mi nueva existencia. Expresso con amareto ¡Qué buen gusto tiene para el café!

Se detuvo. Una ligera lluvia comenzó a mojar Place du Parvis. Levantó el rostro para recibir las gotas al tiempo que extendía los brazos con una sonrisa en los labios.

Al final de esta jornada oscura aún soy yo, más yo que nunca, sin las cadenas de los miedos que me persiguieron durante mi vida mortal o la invisible voluntad de antiguos seres que me usaron como un peón dentro de su juego de ajedrez. Después de todo, Tomás Valverde tenía razón: "la libertad es el premio", premio que he ganado para disfrutarlo durante mi existencia inmortal, como una vampira; como Mériac Duval. En apariencia y alma.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora