Apología

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Sábanas prolijas de seda, frescas, delicadas, la cubrían; una mullida almohada daba comodidad al cuello; aspiró, aroma a jazmín con un leve toque de frutas que extasió los sentidos. Abrió y cerró los puños sólo para poder disfrutar la suave textura de las sábanas.

Una tenue luz color pastel remataba con el decorado en las paredes marmóreas. Logró ponerse en pie. Frente a ella un espejo mostraba el reflejo, aún tenía los estigmas del exorcismo. La piel no logró gran avance en su recuperación. Se sintió avergonzada de lucir en ese estado, pensó en desgarrar la ropa para crear vendas; sólo entonces se dio cuenta que tenía puesta una bata color púrpura y estaba desnuda bajo ella.

Se encolerizó. Ese hombre la había tratado como una muñeca al desvestirla y ponerle esa bata; exigiría una explicación a Outis.

La bata no era translucida, suspiró aliviada; no le hubiera gustado salir a ver a ese extraño mortal en una bata que dejara entrever su intimidad. Aliñó el pelo. Sobre el mueble estaba un par de anteojos, dudó por un momento en tomarlos. Cuando los usó tenían la graduación precisa que requería. Con la visión más clara se armó de valor y decidió salir de la habitación.

La impresión fue ingente, aquella mansión tenía proporciones que rozaban en lo grotesco; parecía un pequeño pueblo cubierto por paredes. Numerosas escaleras unían los pisos. Se acercó al barandal para apreciar al menos cinco pisos hacia abajo de cinco metros cada uno y otros tantos hacia arriba. El hambre la inquietó. Oteó el ambiente en busca de alimento, pero no detectó rastro alguno de ser vivo. Decidió aventurarse en la construcción. La madera crujía bajo el peso de los pies desnudos. Al principio pisó con cautela, temerosa de activar alguna trampa en la madera que daba la impresión de ser de mármol por el excelente trabajo de pulido.

La construcción parecía una gran torre, pero en forma de rectángulo; las esquinas doblaban de manera tan sutil que sólo al prestar atención con detenimiento se apreciaban las aristas.

Buscó durante minutos —que le parecieron horas— al anfitrión. De pronto algo la detuvo de manera abrupta. No había nada a simple vista, era como una pared de aire que impedía el paso. Colocó las manos, empujó con fuerza pero sin lograr cruzarla. Si alguien hubiera visto la escena, pensaría que se trataba de un buen acto de mímica. Aguzó la vista, del otro lado pudo ver una pequeña inscripción garrapateada, con un leve resplandor aperlado.

—Una pequeña protección, más para mis huéspedes que para mis cosas; no me gustaría que resultaran heridos por un descuido mío.

Mériac giró sobre los tobillos con rapidez para encarar a Outis.

—¡Tú! —señaló indignada— ¡Tú me desnudaste para ponerme esta bata de muñeca!

—¡Claro que no! —respondió ofendido por la acusación—, tengo sirvientes que hacen esas cosas por mí. Ahora, si te sientes más tranquila, podemos pasar a conversar.

Abrió una puerta. El interior sólo mostraba un par de mullidos sillones marrones uno frente al otro, separados por una pequeña mesa de cristal y roca, el terminado era perfecto, no se podía determinar dónde terminaba un material y dónde comenzaba el otro.

Sobre la mesa se encontraban dos copas. En la pared opuesta había un enorme ventanal. Al parecer levemente abierto, ya que una cortina color palo de rosa se contoneaba coquetamente en el umbral.

Con cierto temor entró en la habitación; oteó el ambiente. Una brisa salada flotaba en el lugar, además del bisbiseo de olas golpear en alguna enhiesta cercana. Outis tomó asiento, sujetó con delicadeza la tasa para dar un prolongado trago, permitió a la infusión generar todo el efecto en él. Mériac olfateó cada cambio en la sangre; la adrenalina y la presión arterial se incrementaron. El bombeo de sangre posteriormente decreció. El aumento de adrenalina disminuyó ligeramente, la esencia de las hierbas quedó como un remanente de la infusión en la sangre.

Outis la miró de soslayo.

—Deja de relamerte y toma asiento, pequeña.

Mériac se sintió apenada, como el niño que es descubierto al robar galletas. Sin chistar tomó asiento y miró el interior de la copa que estaba frente a ella.

—Es...

—Si, sangre humana, aderezada con la misma infusión que acabo de tomar.

—Pero... ¿Cuánto tiempo lleva en la copa?

—No te preocupes, esa copa es especial, conserva la sangre como si estuviera aún en el cuerpo del... ¿Cómo lo llaman ustedes?—movió los dedos de la diestra para ayudar la memoria— ¡Ah, sí!, del odre.

Con cierto temor bebió, el sabor era tal como lo había pensado, como beber vino. Recordó el viaje con Nicolás donde le ofreció un Chatteau Du Pop afrutado, cuya destilación llevaba cerca de diez años en barricas de roble provenientes de la región de Chardonay. Barricas que fueron hechas especialmente para esa vendimia. Recordó el aroma y sabor: algo seco para su gusto, con la cantidad justa de taninos que puede dar la uva desde primavera hasta el envero. Recordó la cálida sensación de paz y confort ofrecida por los beneficios de los taninos en su organismo.

—Veo que te agradó —comentó satisfecho.

Abrió los ojos para volver del ensueño. La caliginosa situación la obligó a dejarla sobre el cristal con tal velocidad que casi la rompe.

—Supongo que has de tener preguntas.

—Sí, pero la primera es... —los ojos se rasgaron con lágrimas carmesí— ¿Por qué me enviaste a este oscuro destino?

—Tienes razón en reclamarme, de no haber sido por mí, Nicolás no se hubiera obsesionado con buscarte —se puso en pie, para mirar por el ventanal y darle la espalda por completo—. Cometí un error; es natural, después de todo no soy infalible. Al darme cuenta esperé tu llegada; pero Nicolás se me adelantó una noche. Escuché el rumor en Praga que ese preternatural viajaba con una mortal. La descripción del vampiro era la de tu sommelier, así que intuí que esa mortal deberías de ser tú. Al llegar a Paris ya habías regresado a Guadalajara, me tomó tiempo ver tu destino. Cuando llegué a la ciudad ya era tarde. Nicolás te había convertido en lo que eres ahora.

—¡Eres un mal nacido! —Mériac le arrojó la copa que se impactó a pocos centímetro de Outis— ¡Una estúpida disculpa por haberme jodido toda la vida!

—Tienes razón nuevamente, lo que hice no puede ser perdonado, arruiné tu vida — la miró de soslayo—, o la salvé de un destino peor.

—¿Pero?, ¿qué puede ser peor? Me condenaste a muerte en vida, ahora soy un monstruo que bebe sangre humana para existir y tarde o temprano terminaré por perder la razón para dar paso al demonio que duerme en mí.

—Siempre hay algo peor; acércate, quiero mostrarte algo.

Con recelo se acercó al ventanal, en el se apreciaba un paisaje marino.

—¿Quieres que vea el mar? —preguntó extrañada.

—Quiero que veas tu historia alterna. No comparto las visiones con los demás; sin embargo, en tu caso te lo debo por haber alterado tu existencia. Siglos antes que nacieras; por no llegar a salvarte antes que tus depredadores.

—¿Depredadores? Si sólo Nicolás me buscaba. Él mismo me dijo que ningún otro sempiterno le creyó.

—No me refiero a un sempiterno, ¿quién más te buscó en los días previos a tu conversión? Recuerda.

—Nadie me buscaba. Bueno quizás Hacienda por unas facturas medio trucadas, pero nadie...

Se llevó las manos a la boca.

—Así es, pequeña, no solo Nicolás y yo te buscábamos afanosamente, alguien más estaba interesado en ti y deseaba febrilmente tenerte de su lado, una persona que conocía tu potencial a tal grado que inicio un programa especial para poder motivarte a entrar en sus huestes ¿Sabes a quién me refiero, pequeña?

—Jessica Miller.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora