El amanecer

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Nunca supo a ciencia cierta, pero cuando recuperó conciencia estaba frente a la computadora, hizo una consulta, para discriminar a los miembros Dubois y afines a Helena; Guardó el log y alimentó un software para enviar mensajes escritos a los demás. El mensaje era simple y contundente: "HELENA ITHACA NOS TRAICIONÓ, ¡DETÉNGANLA!" Giró sobre la silla y subió las piernas al asiento para rodearlas con los brazos, mientras el mueble viraba en sentido de las manecillas del reloj lentamente.

Alguien tocó en la puerta, era un sirviente de la mansión.

—¿Se le ofrece algo, Señorita? —preguntó con un tono afable.

El aroma de la piel tibia la enervó, el deseo de beber impelía en los instintos. Miró al mortal y dio un paso hacía atrás, nunca había contemplado una mirada como esa. Mériac se puso en pie y avanzó, con parsimonia. Trató de huir, pero al girar la joven ya estaba ahí. Alargados colmillos brillantes bajo la luz artificial, había escuchado rumores acerca de como algunas veces los vampiros perdían el control y terminaban con la vida de los sirvientes, nunca pensó que pasaría con él, un par de manos pequeñas y delicadas lo sujetaron por los hombros como prensas de hierro.

«Es sólo un mortal, parte del viñedo, simple alimento", pensó mientras oteaba con el olfato el aroma a vivo «para esto existen, para darnos alimento y placer ¡Qué importa su efímera vida!, si con ella da fuerza a la vid que nos otorga fuerza en los frutos ¿Acaso él se lamenta de la vaca cuando cena filete, acaso reza por la vida arrebatada a la naranja cuando bebe su jugo? ¡No, claro que no! porque él sabe que es para lo que existen la vaca y la naranja. Asimismo él sirve de alimento a nosotros, no hay por qué lamentar su pérdida si fallece por esta causa».

Trató de liberarse pero era imposible, sabía muy bien que la fuerza de los inmortales superaba la de cualquier mortal. Observaba con terror cómo la boca se acercaba al cuello, se sintió patético; ella no aparentaba más de veinte años, él treinta y cinco. En condiciones normales, podría someter a esa niña, desafortunadamente no eran condiciones normales.

«Ve el miedo en el rostro, no debería tenerlo ¡Bebamos hasta dejarlo seco como un odre, hasta que sólo la cáscara quede!; exprimirlo como a la uva para extraer el mosto que a la postre se convierte en vino inmortal, ese es el destino de todo mortal».

Tres centímetros separaban los colmillos del cuello, pero se detiene paralizada. Libera los hombros del mortal. Sin pensarlo siquiera huye aterrado, algo la detuvo, pero no pretende detenerse a descubrir qué fue; de haberlo hecho, vería lo qué evitó el final: el reflejo de ella en la puerta de cristal.

***

—¡Ahora sí estoy jodida! —lanzó el monitor contra la pared— ¡Ya no veo humanos, veo alimento! —golpeó el CPU con tal fuerza que destrozó el chasis por completo— ¡Maldito hijo de perra! —tomó los restos del CPU y lo arrojó contra la puerta de cristal— ¡Malditas sean todas estas sanguijuelas! ¡Hijos de perra! —Levantó el escritorio y lo colapsó contra la pared, cayó de rodillas y se cubrió el rostro con las manos—. Ya no hay más Mériac en mí, al fin... estoy muerta.

***

—¡Ya es nuestra! —gritó eufórico.

La persecución se prolongó por horas. En cada celular un mensaje fue recibido con una nueva prioridad: atrapar a Helena Ithaca para enjuiciarla. Ese grupo dio aviso a todos, comenzaron una cacería que inició en la calle Igualdad para terminar en Prisciliano Sánchez. La ubicación de Helena corrió como el fuego entre los inmortales. Cada cinco minutos se daba la nueva ubicación, calle a calle. Helena corría tan rápido como podía, pero comenzaba a flaquear, tendría que hacerles frente tarde o temprano; mejor ahora que aún tenía fuerzas. Se paró de frente al grupo que avanzaba hacía ella.

—¡Aquí estoy, malditos desgraciados! —uñas largas y afiladas brotaron de las delicadas manos— ¿A quién va a ser el primer hijo de perra que mandaré al infierno?

La manada que la perseguía se detuvo y comenzaron a rodearla. Helena siseaba, usaba el aterrador poder del aura para causar miedo. Tardó sólo un minuto para darse cuenta que si no atacaban no era por haberlos intimidado —varias siluetas emergieron de entre las calles, decenas de ellos se acercaban—; el destino estaba ya escrito, en cuestión de minutos la turba logró someterla, sería enjuiciada, procesada y ejecutada, en ese inequívoco y estricto orden.

***

Un nuevo mensaje llegó a los celulares, la orden de La Santa Cruz fue derrotada, pero el precio fue alto, Valdus, regente de Guadalajara, había dejado de existir. La tregua entre ambas sectas fue disuelta, así que regresaron a los refugios para un recuento de daños. Yusnaf anunció una reunión para la siguiente noche, donde se escogería un nuevo regente y daría inicio el juicio contra Helena Ithaca.

Leyó sin interés el celular y dejó caer la PDA, una caída libre de diez metros contra el pavimento destrozó por completo la agenda. Miró hacía el horizonte, no tardaría en amanecer, miedo, dolor de las quemaduras, sujetó su brazo izquierdo. El recuerdo del cuerpo arder al amanecer aún era latente. Se retiró las gafas y las arrojó hacia atrás, los ojos comenzaron a arder, el rojo del cielo causó temor, un rosado que anunciaba el nuevo día. Sólo tendría que resistir unos minutos y todo terminaría. No más dolor, no más angustia, no más soledad, sólo el final de su existencia.

El calor aumentaba, veía humo emanar de entre las ropas. Dio dos pasos hacía atrás, pues el instinto de supervivencia le ordenaba protegerse «Sólo unos cuantos segundos de dolor y todo terminará", impelía el deseo de no existir ya más. Luz que comenzó a llenar cada calle y edificio, las sombras son replegadas, aparece una niebla tenue sobre las calles. El dolor era ingente pero aún tolerable, si lograba resistir unos segundos más ya no habría forma de ponerse a resguardo, el olor a carne quemada hirió el olfato, cerró los ojos para no ver el sol emerger, semejante visión la haría entrar en pánico y huir. Un rayo de luz la golpea en el hombro y grita. Un desgarrador aullido que se escucha a tres cuadras, los mortales en las calles se detienen atemorizados por el lamento lleno de dolor y angustia.

Mira su hombro carbonizado y el brazo yace en el piso, un dolor que enloquece; el grito retumba hasta los cimientos de esa casa, dolor como jamás imaginó sentir, como miles de agujas ardientes en cada milímetro de la piel, sujetó el hombro, pero encontró un destello solar, mira la mano arder, ve la piel deshacerse ante ella, para dejar el hueso expuesto y en cuestión de segundos cada falange se convierte en cenizas. Lágrimas carmesíes emergen a borbotones, un dolor aterrador que trepa por la espalda y explota en la cabeza en el paroxismo de la locura, pero solo serán unos segundos, después sólo habrá paz y vacuidad.

***

Alguien la jala por la espalda con tal fuerza y rapidez que no opone resistencia. La deposita en el interior de la mansión, la arrastra por las escaleras del ático; trozos de carne quedan en el camino. Aquel extraño logra adentrarse con ella, la coloca con cuidado en el piso, Mériac ve a una sombra desconocida; los ojos la miran compasivos, trata de articular palabras, pero no puede, escucha pasos acercarse, ve al salvador salir por donde entraron. Roberto encabeza al grupo que llega por el lado contrario.

—¡¿Pero qué demonios te pasa, mocosa?! —miró con repulsión los miembros carbonizados.

—Me sal...vó —musitó con angustia— ¿por ...qué me... salvó?

—No importa eso ahora, es importante que te pongamos lo más presentable posible, tu testimonio será decisivo en el caso de Helena —chasqueó los dedos y un grupo de mortales la cargaron—. Llévenla a una cama y pónganla lo más decente posible.

Con una mirada de tedió observó cómo el grupo se llevó el cuerpo de Mériac, después, con recelo miró hacia la salida, afuera el sol bañaba la ciudad, la puerta abierta, pero quién pudo haberla rescatado, los únicos mortales estaban con él en recepción; ningún otro vampiro podría introducirla la casa y salir al sol.

«Debió haberlo imaginado esa mocosa», pensó.

Iba dar la vuelta cuando observó en el piso que lo detuvo; había huellas frescas de lodo, huellas de botas y Mériac estaba descalza.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora