Un extraño en la noche

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—¿Estás segura? —Preguntó casi atónito Beto.

—Claro que lo estoy.

—Pero eso es demasiado, Mériac —repuso Sofía.

—Verán, llevo casi cuatro años sin vacaciones y sé que puedo confiar en ustedes, necesito un buen viaje para relajarme.

—Bueno sí, pero.... cinco meses, ¿no es demasiado tiempo?

—Tengo que disfrutar mi esfuerzo, digo, creo que ya es justo. Tengo listas mis cosas y partiré entre hoy o mañana. Sofía, te dejo las llaves y quedas a cargo de la tienda. Tú, Beto, quedas a cargo del mantenimiento; por el momento todos los desarrollos están terminados, así que el único pendiente es la tienda y mantenimientos para los sistemas vendidos.

***

Esa mañana despertó una hora después que Sofía abrió la tienda, tomó una ducha en el pequeño baño de la habitación. Se vistió como siempre, no era una ocasión especial después de todo.

Arriba, Sofía miró extrañada a la joven dueña de la tienda, nunca se despertaba tarde, se acercó al aparador y aún adormilada le dijo.

—Se quedan a cargo, yo me voy y regreso en un par de semanas.

Salio de la tienda su estomago reclamó alimento. Sonrió de manera lúdica y tomó un autobús con rumbo a la parte sur de la ciudad.

***

El hambre apresuraba los pasos, la calle Independencia es un corredor con locales de los artesanos de San Pedro, Tlaquepaque. La zona es conocida como la Villa Alfarera. Tiendas que muestran trabajos de cerámica, barro, figuras hechas de metal forjado o latón, artistas que dan vida a hermosos animales traslucidos con la técnica del vidrio soplado. A pesar de haberlo visto un sinnúmero de veces camino al Campus de Ingeniería, Mériac siempre se detenía a contemplar como daban vida a una masa de cristal incandescente. Los restaurantes ofrecían cartas para degustar alimentos en cómodos y frescos equípales al cobijo de las sombrillas y el refrescante contenido de cantaritos llenos de refresco de toronja, jugo de limón, sal en grano y una medida de tequila; sin embargo, el objetivo de Mériac estaba más adelante,

Cruzó en diagonal el jardín, que forma la Plaza Tlaquepaque, el centro es adornado con un hermoso kiosco de roca labrada, ella continuó el camino, tomó la calle Morelos a la derecha —a espaldas del Santuario de Nuestra Señora de la Soledad— y avanzó por ella hasta la entrada al mercado Benito Juárez.

La entrada tenía dos vertientes, una subía a la parte donde encontrar artesanías a un precio más accesible y la otra —la que realmente interesaba a Mériac— conducía a los puestos de comida.

El aroma de los platillos servidos llegó a al olfato y avivó el hambre.

«No podía irme de la ciudad sin antes comer aquí», pensó mientras se relamía de manera anticipada.

Avanzó entre los puestos de comida que ofrecían platillos y una silla a la recién llegada, ignoró todos hasta dar con uno en particular —había cruzado medía ciudad por él—. Era temprano y las mesas —en su mayoría— estaban desocupadas, no tuvo problemas para encontrar lugar.

Se aseguró de quedar frente al dueño del local y desde su mesa le habló con voz firme, segura y ansiosa.

—¡Güero, dame una grande de ternera!

—¡Claro que sí, güerita! —contestó jovial.

De manera inmediata fue servido un plato hondo con trozos de carnaza y costilla de ternera, cubierta con consomé transparente de matices rojizos, pequeños trozos de orégano flotaban sobre la superficie caliente del caldo. Colocó una cucharada de cebolla en el interior del plato y permitió que el aroma mezclado de todos los ingredientes llegara a al olfato para posteriormente saciar el gusto con el sabor de esa rica mezcla de carne y especias llamada: birria.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora