Luca Sanderti

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—¿Cuánto tiempo? —preguntó sobresaltada.

—Una semana, señorita —respondió molesto.

No podía esperar tanto tiempo. La presentación sería la siguiente noche y requería de un arma para sentirse segura; sin embargo, no le darían una hasta dentro de una semana.

—Pero se supone que no pasan más de veinticuatro horas en investigar a una persona —arguyó molesta.

—Eso depende. Si se trata de un americano o de un... alguien como usted —agregó con un marcado desprecio.

—¡Eso es un acto discriminatorio! —gritó furiosa.

—¡Tómelo como quiera!, pero será una semana y se acabó, ¡firme esos papeles o lárguese!

Era la única tienda de armas que encontró abierta, así que miró directo a los ojos del hombre.

—¡Escúchame bien cerdo hijo de perra, necesito un arma ya! —la mirada irradiaba todo el poder de la dominación— ¡Y tú me vas a dar una ahora; obedece maldito odre!

Ambos retrocedieron, él para tomar un arma y dársela, ella presa del terror al haberse dirigido a él como lo hacían los renegados.

—Es una Mágnum especial, aquí tienes un par de cartuchos y un silenciador —agregó condescendiente.

Sin mostrar emoción alguna tomó los objetos. Salió. Avanzó como pudo entre las calles, esas eran palabras de Gabriel. Cada vez era más difícil resistirse al embrujo que ejercía sobre ella.

Faltaban unas horas para el amanecer, tiempo suficiente para llegar de nuevo al cementerio y dormir.

***

La cripta daba la impresión de ser las fauces de algún animal antiguo en espera del bocado. La llovizna comenzaba a caer y una ligera bruma inundó el cementerio. Entraría de nuevo en ese lugar para esperar la seguridad que ofrecía la oscuridad de la noche.

Era irónico que tuviera que dormir en un lugar donde se supone debería de reposar hace lustros, ahora comprendía por qué algunos vampiros preferían dormir en esos lugares. Les hacía tener un recuerdo de lo que fueron y lo que nunca más volverían a ser.

Con parsimonia se acercó al hueco y se adentró. La cavidad parecía devorarla lentamente. Primero una pierna, luego la otra, el tronco, la cabeza. Todo para al final dejar una mano que a la postre se hundió en la oscuridad del recinto mortuorio.

***

—Trae un arma ¿Qué eso no es delito? —comentó desesperado.

—¿Quieres que se moleste con nosotros? —respondió con tedio— Sabes perfectamente a qué se refiere con delito.

—¿Tenemos que esperar a que mate a alguien para intervenir? —inquirió molesto.

—Hasta que no recibamos nuevas órdenes así será —respondió categórico.

***

—¿La celda está lista? —preguntó con la petulancia que la caracterizaba.

—Así es —respondió Charles con seguridad—. Nuestro huésped está instalado y listo para iniciar las pruebas que usted determine.

—Muy bien, entonces no lo hagamos esperar, que conozca nuestra hospitalidad —repuso la mujer con una sonrisa.

***

«Anochece de nuevo, cuantas veces más pasaré por esto, el hambre araña mi garganta y el demonio que habita en nosotros sacude la prisión dentro de mi mente. Ser sempiterna es tener un hambre eterna e insaciable, ¿cuántos años o siglos más resistiré el vivir así?", abrió los ojos ante una oscuridad absoluta.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora