Una vieja ley

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Colgó el auricular. La llamada del sommelier en lugar de ser una luz venía con un halo de oscuridad. Palabras que transformaron un triunfo en derrota, Damasco Dimitros iría a Guadalajara, pero acompañado de Lucius Wagner, el gran patriarca.

Nada bueno auguraba el tono del sommelier. Tras siglos de conocerlo, la voz anunciaba malas noticias.

Volvió a tomar el teléfono y marcó.

—Mériac, necesito verte lo más rápido posible, en Plaza del Sol.

No esperó la respuesta, colgó y salió del apartamento.

***

En la mansión Volvalio, Mériac estaba atónita ante la orden de Markus.

—¡Oye! —repuso molesta— ¿Qué demonios...? —golpeó el audífono del manos libres con el dedo índice— ¡Maldito puerco! ¿Cómo se atreve a colgarme así? —preguntó molesta.

Roberto entró de golpe a la oficina, cosa nada común en él, quien acostumbraba anunciarse hasta con quince minutos de anticipación. Mériac lo miró intrigada, estaba desaliñado y con la preocupación en los ojos.

—Quiero todos los vídeos de la casa donde está la colección Rocceli ¡Y los quiero ya! —ordenó con un fuerte gritó.

Cerró la puerta de cristal con tal fuerza que se hizo añicos.

«Nos han descubierto», barrunto Mériac.

***

Una hora después de la petición de Roberto. Llevaron varios discos duros de más de un terabyte grabados con los vídeos de seguridad enviados por el enlace, más los que se tenían en los servidores de la casa.

Mériac no podía disimularlo, estaba nerviosa. Si por alguna razón en el vídeo aparecía Markus, sería el fin del Andamid y quizás también el suyo.

Un sonido notificó que el último archivo fue grabado con éxito, a los pies tenía otros tres discos duros; en alguno de ellos quizás iría la sentencia de extinción y sería ella misma quien lo entregaría al juez y verdugo.

Recordó esas cartas selladas del Medioevo donde se pedía al receptor de la misiva cortar la cabeza del mensajero. Ahora ella tenía ese trabajo, llevar quizás la sentencia de extinción ante el ejecutor.

—Esos son todos —comentó un sirviente.

El sirviente entregó todos los discos duros; tardó unos segundos en tomarlos. No podía negarlo, tenía miedo. Los sujetó con la diestra y sonrió en señal de gratitud. Los mortales que trabajaban en la casa aún no se acostumbraban a ese ademán por parte de ella, los demás inmortales nunca les sonreían, sólo ella.

***

El vehículo se acercaba al jet privado, propiedad de Lucius Wagner, la llovizna era fría como solía ser durante esa temporada del año en Milán. Ataviados con gabardinas descendieron del transporte y caminaron hasta la escalinata para abordar el Jet.

—Si el mensaje que recibí es cierto, entonces esa perra tendrá un castigo severo.

—Trata de calmarte, Lucius, todo tiene solución —agregó Dimitros afable.

La mirada fría y dura del patriarca encontró la del Andamid.

—En primer lugar, Damasco, te pido que me llames por mi título, que tú hayas renunciado al poder no te da el derecho a pasar por alto el protocolo; en segundo lugar, advertí a Mónica las consecuencias de un error; y para terminar, si es verdad lo que dice el mensaje, ese bastardo hijo de perra —las siguientes palabras calaron hondo en Dimitros— me habrá humillado por segunda vez en su no vida.

***

—Ahora puedes retirarte, quiero estar a solas y revisar uno a uno estos vídeos, en ellos debe estar la respuesta a mis preguntas —comentó Roberto preocupado.

Mériac asintió con la cabeza y se retiró; avanzó rápido por los pasillos con dirección al estacionamiento, no tenía idea de qué había pasado, pero Markus debía saber qué ocurría, pero eso era lo que temía.

***

Miraba con desesperación el reloj, hacía más de tres horas que esperaba, y no aparecía. La gente caminaba alrededor sin darse cuenta de quién o qué era; la plaza se encontraba llena. Era noche de descuentos y ofertas, mortales con bolsas llenas de artículos diversos, la mayoría de ellos fruslerías.

Dimitros venía en camino a la ciudad, la voz denotaba un mal augurio. Miró nuevamente el reloj, en ese momento debería estar ya en camino. Llegar a Guadalajara no les tomaría más de un día para arribar con la noche al aeropuerto.

¿Cuánto tiempo tendría que esperar? Era una pregunta que laceraba su mente, hasta que la vio salir de un pasillo. Avanzó con pasó decidido, se veía molesto.

—¡Te dije que lo más pronto posible! —regañó Markus a Mériac.

—No estoy para ver a qué horas se te ocurre llamarme, tengo otras cosas que hacer y vida privada ¡O qué!... ¿no lo sabías?—respondió en el mismo tono.

—Algo salió mal en nuestro plan...

—¿Tomás dañó las pinturas? —preguntó Mériac con miedo.

—No; eso es lo más raro del asunto, no las tocó, sólo las miró —hizo una pausa—, pero algo debió haber hecho. Damasco Dimitros, mi sommelier, viene en camino junto con Su Excelencia, Lucius Wagner.

—El gran patriarca, pero... ¿Qué tiene que hacer Su Más Altísima Excelencia aquí? —preguntó aterrorizada.

—Lo ignoro, sólo sé que está molesto —respondió incómodo por no poder contestar la pregunta.

—¿Pero qué fue lo que hizo Tomás? —preguntó Mériac con un nerviosismo en aumento.

—Nada, ya te dije... —Markus guardó unos segundos de silencio— Un momento, tenía una cámara de vídeo y se grabó frente a las pinturas, me imagino que para poder contemplarse después, pero...

—¡El código Vizcaíno! —Mériac interrumpió, colocó la mano en la boca, mientras los ojos castaños se abrían tan grandes como platos— ¡Tengo que irme!

Dio un par de pasos hacia atrás, presa del miedo, giró sobre los tobillos y corrió. Markus se quedó desconcertado con más dudas que respuestas.

***

Tras revisar varios documentos, Markus dio con la respuesta. El código Vizcaíno, fue establecido en el Siglo XIII por Jaret Vizcaíno; el mismo Volvalio que implementó la orden de donar los bienes mortales a la familia. Como parte del código, un iniciado tenía la obligación de donar toda pertenencia artísticas y joyería como ofrenda de iniciación; dicha actividad era vista como un robo por los demás preternaturales y algunos recién convertidos, así que como parte del protocolo, el iniciado podía reclamar la propiedad si era expulsado de la familia y permanecía en el exilio por espacio de dos siglos. Esta pequeña cláusula era imposible de realizar, puesto que eliminaban a cualquiera que pretendiera dejarlos; pero había un detalle más que tener en cuenta: el inmortal en cuestión debería estar a solas con las piezas de arte para reconocerlas y tener testigos de dicha acción. Sólo de esa manera podría recuperar la posesión.

Markus revisó las piezas que conformaban la colección Roccelli, eran quince enormes lienzos al óleo. De entre todos ellos había cinco con algo en común, el mismo autor, un italiano de nombre Aldo Vasconcellos.

***

Mériac llegó a la mansión y vio una gran comitiva. Varias camionetas blindadas pasaban de la entrada al estacionamiento. Un conocido dirigía la operación con un registro electrónico en mano.

—¿Qué ocurre? —preguntó con un dejo de temor.

—¿Qué no lo sabes? —contestó sin dejar de mirar el aparato— Su Excelencia Mónica Vélez ha ordenado recoger las pinturas y almacenarlas aquí para su embalaje.

—Pero... ¿Por qué? —preguntó inquieta.

—Es que vives en otro mundo, trataron de robarlas ayer por la noche, las enviaremos de regreso a Europa.

Aquello no estaba bien, Mériac sabía perfectamente que ese no sería el destino final de esas pinturas y gran parte de ello era culpa de ella.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora