Según mencionan, nada es tan desagradable como el café griego. Su sabor es demasiado amargo y generalmente es tibio. Un buen desayuno griego consiste en café y cigarro; todo lo que el cuerpo necesita para iniciar el día, la CN: Cafeína y Nicotina. Sólo de pensar en el horrible sabor que tendría la sangre aderezada con semejante alimento, Mériac carraspeó para aliviar la garganta.
La noche aún era joven en el puerto. Tenía que cruzar todo el Mediterráneo con el fin de tomar un crucero hasta la isla de Andros, pero primero tendría que ir a presentarse con el regente del lugar; pisar el viñedo sin el obligado saludo significaría la extinción. Era una pérdida de tiempo. Tardaría más en realizar tan tedioso protocolo que si sólo saliera de la ciudad.
«Vamos Mériac, usa el sentido común ¿Dónde encontrar algún vampiro en la ciudad?", pensó. El calor mediterráneo se impregnaba en la piel. Casi una hora le tomó conseguir un taxista que medio hablara inglés, sólo hasta que dijo Acrópolis, fue cuando se puso en marcha.
***
Descendió en una zona boscosa. No requirió esperar. Un grupo de iniciados aparecieron ante ella. No podía identificar la familia a la que pertenecían, así que sólo atinó a preguntar lo que necesitaba.
—Necesito ver al regente, recién he llegado y quiero cumplir con el respeto del saludo ante aquel que reina en el viñedo.
Uno de ellos se acercó.
—Eres americana ¿Cierto?
—Así es —respondió con un dejo de tedio.
—Pues veras, no nos gustan los yanquis en nuestras tierras —dijo con desprecio.
—Pero no soy estadounidense, soy mexicana —respondió con una sonrisa.
—¡Acabas de decir que eres americana! —repuso molesto.
—¡Pues claro, porque México está en América! —respondió al tiempo que abría la boca y cruzaba los ojos— No sólo los gringos son americanos. Necesito contactar al patriarca Volvalio.
—Que graciosa —farfulló molesto—; sígueme, iremos a ver a Yorgos Skuludis, ya veremos si su Excelencia te recibe.
***
Veía letreros con extrañas letras, algunas identificables, las demás —en el mayor de los casos— no.
No soportó tanto silencio y le dirigió la palabra al compañero de viaje.
—¿A dónde vamos? —preguntó aburrida.
—Al teatro Likavitos; por fortuna logramos obtener ese sitio. Los Dubois deseaban establecerse ahí, pero fuimos convincentes con nuestros argumentos —respondió con orgullo.
—¿Cuándo recibe presentaciones el Regente?
—Una vez a al mes y eso será en dos semanas —respondió con tedio.
—¡Diantres! —repuso con tedio—, es demasiado, yo sólo llegué aquí de paso, necesito salir de la ciudad con rumbo al mar Mármara.
—Pues tu viaje tendrá que esperar, sabes lo que puede pasarte si no te presentas ante Su Excelencia —conminó.
Se encogió de hombros y refunfuñó para acurrucarse contra el asiento.
***
—Así que tú eres la hija de Nicolás Valterra —dijo Yorgos en tono despectivo.
—En efecto, Excelencia, Nicolás Valterra me brindó el Don Oscuro hace más de dos décadas.
Yorgos era de estatura mediana, un metro con setenta y cinco, pómulos salientes enmarcaban una quijada cuadrada, firme. De rostro compacto, barba tupida y acicalada a la perfección recorría todo el maxilar inferior. Las cejas afiladas daban fiereza a los ojos oliva, pequeños, pero capaces de percibir hasta el más mínimo cambio de ánimo en los interlocutores. Cabellera larga, oscura que caía sobre los hombros y cubría los oídos hasta media espalda, de perfil osco, nariz ganchuda y ancha. A pesar de ser un Volvalio era de físico corpulento, no aparentaba más de treinta años, pero Mériac sabía que fue convertido durante el inicio del oscurantismo. Acostumbraba vestir casual, en colores oscuros. Para recibir a Mériac tenía una camisa marrón con una blazer gris, un par de pantalones marrón y mocasines claros.
Caminó alrededor de ella. Tenía un inglés fluido, con ese leve acento griego; hacía tiempo que el patriarca no sabía nada del sommelier de Mériac.
—¿Qué ha sido del buen Nicolás? —preguntó con curiosidad.
—No lo sé, Su Excelencia —respondió apenada—, lamento no poder contestar su pregunta, pero hace tiempo que no sé de él, por cuestiones personales me vi forzada a viajar a Estados Unidos y perdí contacto con mi sommelier.
—¿Sabes que Nicolás no tiene buena fama en Europa?
—Sé que no es muy respetable, por esa razón se refugió en América y no regresó a su amada Cataluña.
—Es mi deber presentarte ante Su Altísima Excelencia, Andreas Diktos, Regente del viñedo. Te quedarás con nosotros, usarás nuestras áreas de cosecha, las cuales te serán señaladas. Puedo protegerte y brindarte el apoyo familiar sólo dentro de esta área.
—Excelencia, necesito dejar la ciudad cuanto antes. Mi paso por Atenas es sólo temporal, mi destino está más allá del mar Mármara.
Una mirada fría desmoralizó a Mériac.
—Harás lo que se te plazca una vez seas presentada ante Su Excelencia — conminó con autoridad—, no es una opción, mocosa.
—Entiendo, Su Excelencia —contestó con frustración.
***
Faltaban tres horas para el amanecer; se encontraba molesta. Muy a su pesar tendría que permanecer en la ciudad hasta después de la presentación. Deseaba tanto dejar atrás todos esos formulismos obsoletos e hipócritas. Tomó una piedra, miró el lago, se puso en pie, estiró el brazo hacía atrás con la intención de arrojar la piedra sobre la superficie del lago, pero una mano detuvo la acción.
—Escuché que devoraste a un Santaterra, pero no veo vetas negras en tu aura.
—¿Ya no están? —preguntó sorprendida.
—¿No lo sabías? —inquirió incrédulo.
—La verdad no —respondió con apatía—, además es algo que no me interesa.
—Dicen que Nicolás se volvió loco hace siglos; que aseguraba que una mortal nos destruiría a todos.
—No lo sabía —comentó sin prestarle atención al interlocutor.
—También dicen que es muy posible que supiera ya quién era esa mortal hace años y por eso desapareció.
—No lo sabía —respondió en el mismo tono.
—Para ser una Volvalio ignoras los sucesos a tu alrededor.
—Para ser un Volvalio le prestas demasiada atención a los rumores ¿Por qué no nos hacemos un favor y me dejas sola? —preguntó molesta.
—¡Estúpida americana, no puedes hablarme así! ¡Soy un respetado Andamid y no voy a permitir que una gentuza como tú me hable de esa forma!
—¡Ah!, eres un Andamid —lo barrió con la mirada—, eso explica todo.
—Yo te voy a enseñar a...
—Alexius detente, no es educado molestar a quienes nos visitan desde tan lejos.
—Su Excelencia Dimitros, perdón no sabía que usted...
—¡Eso no es excusa! Debes de actuar conforme a lo correcto, esté yo presente o no lo esté.
—¿ Damasco Dimitros? —preguntó Mériac pasmada.
—Me pareces familiar, pequeña, ¿dónde nos hemos visto? —preguntó con curiosidad.
—En Guadalajara, hace varios años, cuando expulsaron de la ciudad a su Excelencia Mónica —respondió animada.
—¡Ah!, ya lo recuerdo, estás algo cambiada a como te recuerdo.
—Tengo algunas cosas que hablar con usted, en privado, si no le importa Su Excelencia Dimitros.
—Tengo el tiempo recortado pequeña —Mériac suspiró con desaliento— pero... podemos charlar mientras me acompañas a la salida de Likavitos.
Ella asintió con una sonrisa nerviosa.
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Mériac
HorrorDurante veinticinco años de vida inmortal acompañaremos a Mériac en un recorrido donde conocerá las fuerzas más oscuras de este nuevo mundo. La eterna guerra entre Cruzados y la Sociedad Inmortal, los mitos, las familias sanguíneas que conforman cad...