El número

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Terminó la carrera en Sistemas Computacionales. Como todos imaginaban, se graduó con honores. A pesar de tener el título por excelencia académica, terminó una tesis extensa acerca de redes neuronales y nanoelectrónica. Su familia estaría feliz —claro, si les importara—. Como era de esperarse no asistieron a la entrega de reconocimientos. Al igual que siempre, estaba sola. Distinguió a Servando al lado de la misma chica con la que lo vio besarse.

Un compañero se acercó a ella para levantarle el ánimo, pues se veía taciturna y triste.

—Vamos Mériac iremos a comer, estás invitada.

Sonrió, después de eso se alejó hacia el camino de siempre: tomar un camión para recorrer la trayectoria hasta el hogar. Con suerte y en casa habría comida congelada, que ingeriría con programas de televisión donde vería las historias felices de familias reunidas o de grandes amores consumarse al final de una gran prueba; ilusiones que el medio vendía para gente como Mériac, que sólo conseguían aumentar el vacío que había en ella.

La rutina es tan adictiva que un breve cambio en ella es suficiente para alterar por completo a una persona. Ensimismada, no vio a ese vendedor que iba directo suyo hasta que lo tuvo de frente. Entre las manos tenía un puñado de billetes de lotería que humildemente le ofreció.

—Señorita, compre un huerfanito y... su suerte cambiará —comentó con tono inquietante.

—Tengo toda la suerte del mundo señor, pero toda ella mala.

Trató de esquivar al sujeto, pero la insistencia de éste comenzó a ponerla nerviosa, pensó en regresar a toda prisa, pero... ¿si la perseguía y alcanzaba? Ante la pérdida de compostura sólo atinó a decir unas palabras mientras sacaba trescientos pesos de los bolsillos.

—56,873 —balbuceó.

La presencia de aquel extraño la perturbaba, su mirada algo lasciva comenzaba a preocuparla; no podía ocultar que sentía miedo, la angustia de ser asaltada o incluso violada por ese desagradable personaje que no dejaba de asediarla; estaba a punto de romper en llanto, si sólo era dinero se lo daría y todo terminaría bien.

Buscó entre las tiras de billetes para sacar un entero con el número que Mériac le había dado.

—Gracias señorita y suerte.

Contempló alejarse al hombre y perderse entre las calles; miró los billetes para afrontar una realidad cruda que golpeó su mente: había gastado todo su dinero. Molesta porque era la segunda vez que le ocurría, empezó el camino a casa.

***

Tardó cerca de tres horas en llegar. Tenía tanto los pies como el resto del cuerpo molido. Sintió un sopor enorme y decidió darse un baño; mañana comenzaría a buscar trabajo. La ducha fue relajante, pero la somnolencia no menguaba, así que decidió dormir.

No obstante, el descanso que esperaba era nulo, con sueños intranquilos. Algo se posaba sobre ella para presagiar un sino oscuro, un pentágono, con un círculo en el centro, ambas figuras se fusionaban por líneas que se empalmaban en las aristas. Toda la figura en rojo daba vueltas de un lado a otro. Una silueta envuelta en azul oscuro se movía frente y detrás del símbolo. Sólo alcanzaba a ver el perfil de soslayo, pues se movía cada vez que ella trataba de observarla. Un dolor agudo —seguido de un placer ingente que la inundó— la estremeció en espasmos de angustiante deseo. Lentamente el sueño recuperó la calma.

***

Llevaba cerca de tres meses sin conseguir trabajo —situación muy común para un recién egresado— y cada vez se desilusionaba más, hasta que terminó de analista en una empresa dedicada a la consultoría en software fiscal. El sueldo era patético, se le exigían hasta once horas al día y casi nunca le pagaban las extras, a fin de cuentas, por algo tenía que empezar. Al igual que una gran mayoría, cada mañana al despertar se repetía a sí misma: «no pienso hacer esto toda mi vida».

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora