Capitulo treinta y ocho :

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Narrado por Abaddon :

Aquella habitación no era ni de cerca tan cómoda como lo era aquella que había compartido con Jazzlyn y eso hacía que las ganas de irrumpir en su dormitorio crecieran de manera peligrosa. No podía hacer eso, debía mantener todo bajo control y teniéndola tan cerca jamás pensaba con demasiada claridad.

Lo cierto es que esa habitación, sin ella a mi lado, me hacía sentía más solo, intimidado, encerrado en aquellas cuatro paredes que parecían tener tantas historias que contar.

Lo malo, es que no estaba dispuesto a escuchar más historias.

Salí de la cama en cuanto se hizo lo suficientemente tarde para que alguien estuviera merodeando por fortaleza tan solo por pura diversión y me apresure al perchero de madera oscura y tallada a mano.

En aquel lugar las cosas demostraban ser trabajadas con delicadeza pero no por eso las manos pertenecientes al creador también lo eran.

Tome la chaqueta y estire la mano en dirección a las llaves que habían encima de un tocador cuando estas chocaron con la palma de mi mano. Cerré mis dedos alrededor de las mismas mientras sentía el metal hacer presión en mi piel, amenazando con perforar si no disminuía la fuerza que mantenía pero no quería disminuir nada, y no lo haría.

No me sorprendió abrir la puerta y encontrar a Agramon apoyado allí mientras una sonrisa burlona adornaba su rostro.

Aquella sonrisa burlona me había cabreado muchísimo en cuanto nos habiamos conocido. Eramos personas cercanas o al menos nos veíamos obligados a serlo pero, contra toda suposición, nos habiamos conocido en la adolescencia.

No tenia un recuerdo demasiado claro de mi infancia si lo pensaba con detenimiento. Había crecido entre armas, maniobras, violencia y castigos constantes. El día que había conocido a Agramon me habian dado una paliza, mi cuerpo tenía quemaduras en su gran mayoría junto con golpes y fracturas cuando el fue enviado a la misma celda de castigo. Media hora después nos dejaron solos y al mirarnos entre nosotros pude ver que ninguno sabía cual era el que había salido peor en aquella situación.

Agramon tan solo se sentó en un borde de la celda, su espalda apoyada en un montón de hongos y posibles gérmenes que no tenía ni ganas de nombrar cuando sonrió en mi dirección y me dijo que lo único que me haría ver más patético era tener dibujado un pene en mi frente.

Jamás había sido parte de una broma y mucho menos había sido por quien creaban una así que aquello logró que el enfado acumulado por lo humillado que me sentía saliera a flote y me dejara llevar a tal punto que el término recibiendo toda la mierda que yo deseaba soltar.

No había pasado mucho tiempo cuando logró apartarme y me lanzó un puñetazo que logró partirme la ceja. Sonrió, y pregunto porque había sido castigado. Lo pregunto como si minutos antes no le hubiera dado la segunda paliza de su día y por ese mismo motivo quede tan atónito que no pude responder.

Agramon me contó que había sido castigado por dejar un pájaro muerto en la cartera de la profesora de historia y que lo habían pillado antes de alejar sus manos de la escena. Aparte del castigo estaba obligado a tomar clases particulares con aquella profesora y por primera vez me reí. Me reí porque si había algo peor que recibir una paliza de los rompe huesos —como solían decirles en aquel momento— y todavía pasar la noche en aquella celda, era recibir clases con aquella profesora.

Desde aquel momento confíe en Agramon, aunque sabía que no confiaba en nadie más que en mi mismo y muchas veces hasta ponía en duda mi propia coherencia respecto a ciertas cosas.

No era como si pudiera dudar tanto de Agramon cuando había salvado tantas veces mi culo al igual que yo el suyo.

—¿Otra vez escapando de tu chica? —El tono de Agramon era burlón pero sabía que asi era la mayor parte del tiempo y Agramon no cambiaría por nada, ni por nadie.

OcultoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora