Manifiesto: Capitulo veinticuatro

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Narrado por Jazzlyn:

Decir que estaba cansada era un insulto hacía como me sentía. El viaje en jet me había dejado realmente agotada y las pocas fuerzas que tenía se habían ido cuando Bastian y yo quisimos recuperar el tiempo perdido.

El problema de recuperar el tiempo perdido era que no solo requería un gran esfuerzo físico, sino perder largas horas de sueño. Sin embargo no podía quejarme, porque estar con Bastian —sin importar la actividad en la que estuviéramos inversos— era un privilegio para cualquier persona.

Logramos acostarnos a dormir cerca de las tres de la mañana y en cuanto mi cuerpo cayó rendido sobre la cama supuse que mi cansancio me protegería de tener sueños extraños.

Pero eso no sucedió.

La casa en la que me encontraba era visiblemente de clase baja. Los pisos de hormigón estaban sucios y manchados por distintos tipos de aceite, los muebles estaban roídos en varias partes y el techo de algún material muy extraño para mi parecía tener goteras porque un hilo de agua cayó sobre mi frente en el momento que comencé a observar mi entorno. No sabía donde estaba, ni porque todo era tan extraño, pero no encontré la manera de ubicarme en aquel momento.

No había electrodomésticos, ni nada remotamente moderno. Me sentí dentro de una choza cuando mis ojos buscaron algo conocido, pero lo único que encontré fueron muebles viejos y una caldera de agua sobre una fogata en el centro de la habitación.

¿Qué diablos hacía ahí? ¿Por qué me sentía tan ajena a mi misma?

Me encontraba sentada frente a una mesa vieja repleta de cartas. Mis dedos estaban manchados por la tinta de la pluma que tenía en la mano y en aquel momento me di cuenta que todo debía ser una burla producida por mi mente. No habían plumas, ni tinteros, ni nada parecido en el siglo veintiuno. No había forma en que aquel sueño fuera por mi don.

En cuanto aparté el pequeño banco de madera sobre el cual me encontraba sentada fui capaz de vislumbrar el vestido ajustado que llevaba, un vestido demasiado antiguo. El corset me presionaba a tal punto de dejarme sin respiración, y la falda coral estaba llena de manchones de tierra y sangre seca.

Miré mis manos, intentando comprender que había sucedido y fue en aquel instante cuando me di cuenta que esas manos no se parecían a las mías. El color de las mismas era levemente más oscuro, las uñas eran demasiado largas y la piel estaba excesivamente suave como para pertenecerle a una persona como yo, ajena a las cremas hidratantes.

¿Dónde mierda estaba y por qué estaba dentro de una persona que no era yo? Me encontré asustada. No había presenciado algo así jamás, e incluso le atribuí aquella locura a una mala pasada por el escaso descanso.

Busqué un espejo con mis ojos pero no lo encontré, y tampoco había algo similar. Estaba preocupada, necesitaba saber que seguía siendo yo, que no había despertado en el cuerpo de otra mujer.

No podía distinguir el sueño de la realidad y lo peor de todo era que aunque había logrado movimientos tan sencillos como mover el banco, o mirar a mi alrededor, el cuerpo en el que estaba no parecía de acuerdo con las ordenes que le enviaba. No me obedecía, no podía moverme para salir de aquel lugar.

—Necesito refrescarme. —Yo no había pensado eso, no lo había dicho y por todos los cielos, ¡esa no era mi voz!

Entré en pánico, quería gritar y pedir ayuda pero nuevamente, aquel cuerpo no respondía mis ordenes.

Quien fuera aquella mujer se levantó para caminar hasta un cuenco de agua aparentemente limpia que había en una esquina de aquel sitio. Se movía con una gracia que yo desconocía, como si sus movimientos sobre aquellas botas altas fueran fríamente calculados.

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