;punto para sean;

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-¿Ahí? ¿Pero no vamos a ir a alguna tienda o algo?-preguntó confundido Cristian.

Pero Sean no le respondió. Se giró para mirar al castaño, que se había quedado un par de pasos por detrás de él, y lo cogió dela muñeca, tirando de él hacia la sala de recreativos.

-Sean...

-Solo quiero pasar tiempo contigo y ya, Cristian. No quiero nada más.

Las mejillas, como siempre en situaciones como aquellas, se le volvieron más coloradas, pero Sean parecía no haberse dado cuenta de lo que había dicho, ya que le había vuelto a dar la espalda, dirigiéndose a la sala de recreativos. Cristian tardó unos segundos en reaccionar y ponerse a su lado para entrar al local, y de reojo vio la sonrisa satisfecha de Sean. Al parecer, sí que se había dado cuenta del color de sus mejillas.

Lo he dejado patidifuso con lo que le he dicho. Punto para Sean.

Sonrió triunfante cuando miró a Cristian, que tenía la cabeza gacha y aún las mejillas sonrojadas.

Entraron y a ambos lados, había máquinas encendidas, pero solo una estaba siendo usada por un hombre que por la cara que llevaba, parecía adicto a gastar su dinero ahí. A lo lejos se veía la bolera, donde había una familia jugando a los bolos, y cada vez que la hija mayor hacía un pleno, hacía un extraño baile de la victoria. En una parte un poco más apartada, estaba la zona infantil, donde había un parque de bolas, que estaba vacío. En realidad solo parecían estar ellos dos, el hombre de las máquinas, la familia que ya estaba terminando su partida en la bolera y el encargado de dar los zapatos para jugar a los bolos, que parecía que estaba jugando al Candy Crush.

-¿Y qué vamos hacer aquí?

-Ah, nada. Solo vamos a ver una carrera ilegal de caracoles.-rodó los ojos Sean.-Te creía más inteligente, Cristian.

-Es que últimamente me estoy juntando mucho con cierto rubio imbécil.-le sonrió falsamente, para luego caminar hasta donde estaba la bolera.

Sean se rio de lo que le había dicho Cristian y aceleró el paso para ponerse a su lado, pegando su brazo al de él.

-Yo tengo hambre.

-Podemos pedir pizza.-se encogió de hombros Sean.

-¿Aquí desde cuándo venden pizza?

-Desde que el chico que está jugando con el móvil es amigo mío y me debe un favor.

Y dicho esto, se dirigió hacia donde estaba el chico de los zapatos, que ni se había dado cuenta de que tenía clientes nuevos.

-¿Qué favor le hiciste?

-Le hice una mamada.

Los labios de Cristian se habían convertido en una línea recta al oír aquello, y asintió lentamente, bajo la mirada azul de Sean, que había notado que Cristian se había puesto un poco tenso.

Sonrió al notar eso.

-Yo que tú no iba haciendo mamadas a todo el mundo.-murmuró sin mirarlo.

-El pobre no se come una rosca.

Cristian no insistió por varias razones: habían llegado al mostrador y no tenía ganas de seguir hablando sobre la mamada que le dio al chico. Y estaba seguro que Sean no lo hizo por un acto de caridad hacia el pelinegro.

-Hola Simon.-le sonrió.

El chico levantó la vista de su móvil, que lo dejó inmediatamente en los bolsillos de su pantalón al ver que tenía clientes nuevos, pero al ver la cara de Sean, Cristian notó que Simon se relajaba.

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