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Aquel largo beso (aquel en el que Cristian había impedido que Sean se separara de él, aunque no lo iba a hacer), se terminó cuando ambos se quedaron sin aire. Sus labios se separaron haciendo un pequeño ruidito. Sean aún estaba sobre Cristian, y este todavía tenía los ojos cerrados, pero los abrió cuando sintió que Sean se estaba riendo contra su cuello. Su aliento era caliente en comparación con el agua que caía sobre ellos. Pero sus mejillas estaban aún más calientes, no las había tocado, pero lo sentía. No las había tocado porque sus manos estaban pegadas a la espalda del rubio y parecía que estaban bien ahí. ¿Y de qué se reía Sean? ¿De él? Abrió la boca para hablar, pero Sean fue más rápido y levantó la cabeza para mirarle. Cristian deseó no llevar gafas, ya que los cristales estaban mojados por pequeñas gotitas y no podía verle bien la cara. Sean, como si adivinara sus pensamientos, le colocó las gafas sobre el pelo y le sonrió tiernamente.

-Estás temblando.

Y le habló bajito, como si no quisiera que nadie más le oyera, aunque estaban solos.

-Nos está cayendo agua helada, claro que estoy temblando.

Aunque no sabía muy bien si estaba temblando por eso o porque estaba bajo Sean y se habían besado. Y le había encantado aquel maldito beso.

Sean rio un poco y antes de levantarse de encima de Cristian, le dio un pico en los labios. Antes le había metido la lengua hasta la garganta, qué iba a pasar por un pico.

Antes de salir de la ducha, Cristian cerró el grifo y aunque veía mal porque se había quitado las gafas, pudo ver que Sean estaba incómodo con aquella ropa. De hecho, él también lo estaba. Sentía como si aquella sudadera pesara diez kilos.

-Ven, te presto ropa.





Cuando ambos estuvieron de nuevo con ropa seca (de Cristian), se encontraron sentados en la cama del castaño, que acariciaba entretenido el lomo de Beer, que estaba ronroneando sobre su regazo. Sean le pasó la mano sobre la cabeza al gato e intentó hacerle una cresta con el pelaje negro, y Beer se dejaba hacer.

-Creo que debería irme a mi casa.

Cristian se giró para mirar la hora en su despertador de la mesita de noche. Eran las siete de la tarde, demasiado temprano para que Sean quisiera ir a casa. Es más, el nunca quería ir a casa.

-No es tarde.

-Pero supongo que tendrás que hacer la maleta y eso.

Era cierto que con tantos exámenes no había podido hacer la maleta para cuando fuera a España, pero tampoco le importaba mucho.

-Me puedes ayudar. Si quieres.-intentó no sonar demasiado obvio, encogiéndose de hombros.

Sean le sonrió pícaramente al chico a su lado, que decidió ignorarlo y seguir acariciando a Beer.

-No quieres que me vaya-y eso no fue una pregunta.

Vio rodar los ojos de Cristian a través del cristal de sus gafas.

-No es eso, imbécil. Haz lo que quieras.-dejó al gato sobre el regazo del rubio y se agachó para sacar una maleta de debajo de la cama y la puso al lado de Sean y la abrió, intentando que no viera que lo había pillado.

Sean sonrió y dejó a Beer  sobre la cama, que en seguida se tumbó de nuevo. Se acercó al cuello de Cristian y este se quedó quieto.

-Tranquilo, que no me iré.

Y Cristian no sabía si estaba hablando de que no se iba a ir aquella noche o que no se iba a ir de su vida.



-Y entonces, la ardilla empezó a perseguirme y se me subió a la cabeza ¡y me empezó a tirar del pelo! Y mi primo en vez de ayudarme, ¡me grabó! ¡El hijo de puta! Y encima le puso nombre al bicho, lo llamó Bob. Como si fuera una persona, sabes.

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