:imbécil:

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La pequeña caminata que dieron desde el edificio abandonado hasta la casa de Cristian fue en total silencio. Cristian no sabía si su novio se daba cuenta que cada pocos minutos lo miraba de reojo para comprobar las expresiones de su cara, pero nada cambiaba. Sean miraba al suelo y hubo una vez en la que una lata se puso en su camino y estuvo pateándola un rato. Pero nada más.

Cuando bajaron del edificio, Cristian iba a pasar uno de sus brazos por la cintura de Sean, ya que quería mantenerlo cerca de su cuerpo pero no quería cogerle de la mano porque temía hacerle daño en las heridas que se había hecho antes, pero Sean al ver sus intenciones, entrelazó sus dedos con los de su novio y le dio un leve apretón. Y de la mano llegaron a la casa de Cristian. Las luces estaban apagadas, así que sus padres no habían llegado aún. Seguramente su madre se pelearía con Margo, y todo acabaría en drama. Laura hacía mucho drama a veces, aunque ese día tenía razones para hacerlo.

Cristian soltó la mano de su novio para coger las llaves del bolsillo del pantalón y al abrir la puerta, se encontró con Beer a sus pies ronroneando, feliz de verlos. Más feliz de ver a uno que a otro. Su dueño se agachó para cogerle en brazos  mientras que le decía mil cosas en español de las cuales Sean solo pillaba unas pocas. Pero estaba seguro de que todas se referían a algo cariñoso.

-Ni a mí me quieres tanto.-rio Sean, cerrando la puerta tras ellos y encendiendo la luz.

Cristian se giró a mirarlo y le sacó la lengua

-Es mi otro bebé, ¿qué quieres que le haga?

Sean sonrió al oír aquello y le acarició la cabeza al gato, que cerró los ojos al sentir el contacto. Cristian vio de nuevo las heridas y puso los labios como una línea recta. Soltó a Beer en el suelo y cogió de la manga de la camiseta a Sean, y este le siguió sin rechistar.

-¿Vas a ser mi enfermero sexy?

Cristian se giró para mirarle y lanzarle una mala mirada, pero no resultó ser buena idea porque se le escapó una pequeña sonrisa.

-No tienes remedio.

Al terminar de subir los escalones, Cristian lo soltó y se dirigió al cuarto de baño, donde Sean supuso que tenía un botiquín o algo. Suspiró y entró en el cuarto de su novio. La cama estaba mal hecha, el escritorio desordenado y unos zapatos tirados por el suelo. Se sentó al borde de la cama y desde ahí se quedó mirando la saga completa que tenía Cristian de Harry Potter y de Sherlock Holmes. Beer entró en la habitación haciendo sonar su cascabel y de un salto se subió a la cama. Miró fijamente al rubio y este al sentir los grandes ojos del gato sobre él, no tuvo más remedio que mirarle. Beer se acostó sobre su regazo y después de olisquearle levemente una mano, le pegó un pequeño lametón en el dorso. Sean sonrió y comenzó a acariciar al animal, que ronroneaba de nuevo.

Si al final no me odia tanto. Al menos no tanto como otras personas.

Una profunda tristeza se apoderó de él cuando pensó aquello, aunque no tuvo mucho tiempo porque Cristian volvió a la habitación con algodón, vendas y alcohol. Se sentó junto a Sean, hizo que el gato bajara de la cama y le cogió de la mano con cuidado, inspeccionando las heridas.

-Eres una bestia.-dijo finalmente.

-Sobre todo en la cama.

Por decir eso se ganó un zape en la nuca por parte de su novio.

Los minutos en los que Cristian estuvo curándole las heridas, ninguno dijo nada. Tal vez porque tampoco tenían mucho más que decir. Además, sabía que su novio estaba más callado por todo lo que le había dicho en el edificio abandonado. Seguramente estaba pensando que había sido un cursi y patético, y también sabía que a menos que pasara una situación especial, Cristian no iba a decir cosas así de nuevo. En los tres meses y pico que llevaban juntos solo le había dicho que le quería dos veces, la noche del cumpleaños de Alec y aquella misma, pero eran suficientes. Porque sabía que cuando Cristian decía que quería a alguien lo decía en serio y que le costaba mucho hacerlo. Pero Cristian también le decía que le quería de otras muchas formas; cuando le apartaba el pelo de la frente, cuando le daba pequeños besos cuando uno de los dos se tenía que ir, cuando le contaba los lunares del cuerpo, cuando le curaba las heridas. Y sentía que él no le demostraba lo suficiente cuánto le quería, aunque estaba equivocado. Se lo había demostrado cuando pasaron noches enteras por las calles de Londres en un día de entre semana, cuando le ponía las gafas bien, cuando lo cogía de la cintura, cuando le robaba mil besos, cuando entrelazaban los dedos de las manos y se acurrucaban después de hacer el amor.

NoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora