;cosas evidentes;

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Se masajeó ambas sienes y soltó un suspiro cansado. Miró la hora en la pantalla del reloj despertador que había puesto sobre el escritorio y vio que eran las dos de la mañana. Eso le pasaba por dejar todo para última hora. Pero daba igual que fueran las dos de la mañana y que odiara aquel tema de biología. Tenía que sacar buena nota y eso era lo que importaba. Pero al volver a posar sus cansados ojos en el libro, la vista se le volvió borrosa, así que decidió descansar un poco y luego volver a estudiar.

Giró la silla y vio por la ventana que estaba comenzando a nevar. Lo más probable es que a la mañana siguiente todo estuviera blanco. Como decía su madre, serían unas Navidades blancas, claro, que eso sería en Londres, porque ellos volvían a España, y de donde ellos eran, no nevaba.

Era ya diecinueve de diciembre, y el veinte ya era el último día de clases. Y el veintiuno, sus padres y él cogerían un avión hacia el sur de España para pasar aquellas dos semanas allí.

Dio un par de vueltas más en la silla y dejó las gafas sobre el escritorio. Beer lo observaba tumbado en su cama. En realidad, sí que tenía ganas de volver. Podría ver de nuevo a su hermano, y a su mujer (que le caía demasiado bien), la cual podía ponerse de parto en cualquier momento. Los médicos habían dicho que lo más probable es que la niña naciera el día de Navidad, pero nada era seguro.

Cuando sintió que la cabeza estaba un poco más despejada, decidió volver a ponerse a estudiar, pero la puerta de su cuarto se abrió de golpe. Su madre apareció ante él y parecía muy nerviosa. Iba en pijama, con un grueso abrigo encima, despeinada y con un bolso colgado de un hombro. Lo suficientemente grande como para llevar un par de mudas de ropa. Oyó a su padre hablar con alguien por teléfono en otra habitación de la casa.

-¿Tú no estabas estudiando?

Claro, había pasado dos minutos sin hacer nada y ya no había estado estudiando.

Rodó los ojos y volvió a ponerse las gafas. Así vio claramente que su madre tenía prisa por algo y que había hecho un intento de peinarse que no había funcionado.

-¿Qué pasa?

-Noemí, que se ha puesto de parto. Tu padre y yo nos vamos a España. Tu padre está pidiendo un taxi que nos lleve al aeropuerto. Acabamos de sacar unos billetes para un avión que sale en hora y media.-habló la mujer atropelladamente.

Cristian tardó unos cinco segundos en procesar toda aquella información, pero finalmente dijo:

-¿Qué?

Su padre apareció detrás de su madre, y daba pequeños saltitos, como si tuviera que gastar la energía haciendo cualquier cosa.

-Laura, el taxi ya viene en camino.

Sus padres empezaron a hablar entre ellos a una velocidad demasiado rápida para alguien que estaba estudiando a las dos de la mañana. Su padre tenía los pantalones del pijama y un jersey puesto, y tenía ojeras, aunque se le notaba feliz. Entre todo lo que decían, pudo entender que su hermano era el que había llamado. ¿Y él no se había enterado de nada? A lo mejor se había quedado dormido un momento y no se había dado cuenta...

-¿Y yo qué?

Eso hizo que los adultos recordaran que tenían otro hijo cuya mujer no estaba de parto. Ambos lo miraron y luego se miraron entre ellos.

-Hum, ya casi tienes dieciocho años. Y tú vienes a España dentro de dos días. Pídele a algún amigo que te haga compañía. Thomas, por ejemplo.

-Bueno...

Un claxon sonó desde la calle y Laura y Sergio se volvieron a mirar entre ellos.

NoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora