:colibrí:

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Respiró profundamente. Expulsó el aire por la boca. Volvió a hacerlo en un intento de tranquilizarse, pero apenas le sirvió para algo. Comenzó a darle patadas a la rueda de un coche que estaba aparcado a su lado. No sabía ni de quién era el coche, ni siquiera sabía qué iba a hacer a partir de ahora. No podía ir a casa de Cristian porque sabía que sería el primer lugar donde iría su madre a buscarle. Tampoco a casa de Louis, ni Logan ni Alec. Y tampoco iba a ir a casa de Elliot, Thomas o Claire, claro que no. Y no tenía pensando volver a casa hasta que su madre se disculpara con él, porque tenía claro que no iba a ir a casa de nuevo hasta que ella lo buscara y le pidiera perdón por todo lo que había tenido que pasar por su culpa. Realmente esperaba demasiado viniendo de su madre.

Cuando sintió que se iba a hacer daño en el pie como siguiera dándole patadas a la rueda, se quedó quieto en el sitio y sintió una lágrima que se resbalaba solitaria por su mejilla. Se la secó con el puño de la camiseta y miró hacia el cielo nocturno, como preguntándole qué debía hacer ahora. A dónde tenía que ir. Por el momento decidió que lo mejor era alejarse de su barrio lo suficiente, así que mientras que caminaba sin rumbo alguno hizo lo siguiente; apagó el móvil. Tenía pensado desaparecer un par de días, y aunque le sabía mal por Cristian y sus amigos, le quería dar un susto a su madre, y si el móvil estaba apagado no caería en la tentación de contestar a alguna llamada o mensajes. Lo siguiente que hizo fue entrar en un pequeño súper mercado y comprar una botella de cerveza con el poco dinero que llevaba en los bolsillos del pantalón. Se sentó en el bordillo de la acera y le pegó un sorbo a la botella. Ahora de verdad que no sabía qué hacer. Sintió unas ganas enormes de ponerse a llorar, pero se contuvo y simplemente se quedó mirando embobado la boca de la botella, removiendo la cerveza con pequeños movimientos. De reojo se fijó en las letras que había en cuatro de los cinco dedos de su mano izquierda, recordando el día en el que se hizo aquel tatuaje. El día que cumplió dieciocho años, el día en el que pasó la tarde con Cristian, en la bolera y en un parque de bolas infantil, en el McDonald's y en casa de Pet. Una idea se le cruzó por la cabeza y medio tambaleándose se levantó del bordillo. Ya sabía a dónde ir. Al menos aquella noche.

Cuando llegó a casa de Pet, iba medio borracho y le costaba lo suyo mantenerse en pie. Debería haberse comprado la botella de cerveza pequeña, no la grande. Pulsó el botón y esperó escuchar la voz de Pet por las rendijas del timbre. Apoyó la cabeza en la pared mientras que esperaba y miró hacia el cielo. Era ya de noche, pero sabía que había grandes nubarrones negros y que llovería con fuerza aquella noche. Sin saber muy bien por qué, las ganas de llorar volvieron, pero la voz de Pet se escuchó y eso le hizo volver a la realidad.

-¿Quién es?

-Pet, soy Sean.

-¿Qué Sean?

El rubio rodó los ojos. No es que Pet fuera el hombre con la mayor vida social de Londres. Además de que hacía eso de fingir que no sabía quién era muchas veces.

-Peter, no me jodas y ábreme la puerta. Hazme el favor.

Un pitido sonó y empujó la puerta con el hombro. Sabía que Pet le dejaría quedarse al menos aquella noche en su casa. El chico tenía una habitación de sobra, y además sabía la situación que tenía en su casa. Posiblemente era el que mejor le comprendía porque él vivió algo parecido, solo que a él lo echaron de casa, no fue por propia voluntad. La verdad es que Peter lo había pasado bastante mal.

Se metió en el ascensor y cuando este llegó a la planta del piso de Pet, la puerta de su apartamento estaba encajada. Entró y cerró la puerta. Como siempre, olía a tinta, cigarrillos y desinfectante. Miró hacia sus pies al notar que algo lo tocaba y se encontró con una gata con sobrepeso gris. La madre de Beer. Abrió la boca para decirle algo al animal, pero su dueño salió de una de las habitaciones. Tenía el pelo negro recogido en un moño y Sean pensó que así estaba mejor que con el pelo suelto.

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