:espejo:

402 47 8
                                    

Narra Sean.

A mí no me despertó los rayos de sol ni el despertador. Sobre todo porque estaba medio nublado y ninguno había puesto una jodida alarma de despertador. Era verano, por favor. Y ojalá no hubiera sido verano. Simplemente me desperté porque supongo que mi cuerpo no quería seguir dormido, y cuando lo hice, me di cuenta de que las cortinas de mi habitación estaban abiertas y que apenas estaba amaneciendo. Amaba ver de amanecer. Significaba un nuevo día, así que significaba nuevas oportunidades. Me quería tatuar un amanecer, pero no sabía ni dónde lo quería, además de que todavía le seguía debiendo dinero al bueno de Peter.

Me di la vuelta, dándole la espalda al amanecer nublado de aquella mañana, y allí a mi lado estaba Cristian completamente dormido. Tenía rastros de pintalabios en la mejilla, y el pelo le caía sobre la frente. Y mientras que una mano la tenía formando un puño arrugando las sábanas, la otra la tenía metida debajo de la almohada.

Me dieron unas ganas horribles de cogerle de las mejillas y hacerle mimos estúpidos, pero sabía que si lo hacía me ganaría una patada o un puñetazo, así que simplemente suspiré y me quedé mirándolo un rato más. Sentía que era lo más bonito del mundo y que yo tenía una suerte increíble por tenerlo a mi lado en aquella cama, que aunque ya no era mía, lo había sido durante muchos años.

No tenía sueño, no me dolía la cabeza (como supuse que le iba a pasar a Cristian en cuanto despertara) y no tenía nada que hacer. Me levanté, fui al baño, volví, me fumé un cigarrillo de Cristian, abrí la ventana y un olor a lluvia y frío entró en la habitación mientras que el olor a tabaco salía. No cerré la ventana. Cada vez había más luz, aunque era como una luz grisácea. Me volví a la cama para intentar quedarme dormido, pero se me hacía imposible. Abracé un cojín que estaba sobre la cama con la intención de dormir un par de horas más. Estaba pensando en la opción de matarme cuando los ojitos cansados de mi novio se abrieron y me miraron.

-¿Qué haces despierto?-la voz le sonó ronca y los ojos se le cerraban.

Le sonreí cálidamente sin poder evitarlo.

-Tú duérmete, bonito.

Cristian volvió a cerrar los ojos, y cuando pensaba que se iba a volver a acurrucar en su lado de la cama, más dormido que despierto, me quitó el cojín que estaba abrazando de los brazos y en el hueco que quedó, él se metió, pasando uno de sus brazos por debajo de mi cuello y el otro por encima de mi cintura, pegándose completamente a mí. Lo abracé contra mi cuerpo y coloqué una mano en su nuca, jugando con el pelo que nacía en la zona. Sentí la respiración tranquila de mi novio en mi pecho, y supe que se había vuelto a quedar dormido.

Parece un gatito buscando cariño.

Apoyé mis labios en su frente y me entraron muchísimas ganas de llorar. Pero no lo hice.



Eran las nueve de la mañana cuando los brazos me empezaron a hormiguear por la posición en la que estábamos. Había conseguido dormir un poco, pero no lo suficiente. Suspiré y con un cuidado extremo me separé de Cristian, que creo que sintió rechazado y me dio toda la espalda. Sonreí sin poder evitarlo y lo tapé mejor con las sábanas (que por cierto, estaban manchadas de pintalabios por algunas zonas). Había sido una tarea dura la de llevar a Cristian medio dormido y borracho hacia mi cuarto a las tres de la mañana. Por no hablar de que cuando quise limpiarle un poco el pintalabios que tenía por todo el cuerpo (prometo que era demasiado y que sino la cama iba a parecer que habíamos matado a alguien en ella), él se pensaba que quería tener sexo con él y no paró de dar la lata hasta que se cansó y se quedó dormido de verdad. Ya tendríamos tiempo de hacerlo en los días que nos quedaban en la casa.

Literalmente me cansé de seguir en la cama, así que me coloqué una sudadera y un pantalón de chándal y salí a correr. Y corrí, corrí y corrí. Entré en una tienda sin parar de correr, casi me echan (parecía que el dependiente no entendía que no podía dejar el ritmo), compré unos donuts y salí de allí también corriendo. Y una hora después, llegué de nuevo a la casa de mis padres. Y sí, el maldito de Cristian seguía dormido, así que decidí despertarlo de una vez por todas. Fui a la cocina, donde preparé café (sabiendo que el olor lo despertaría) y mi móvil comenzó a sonar en el bolsillo delantero de mi sudadera.

NoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora