:tan ooooh y tan aaaah:

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no está revisado bc tengo sueño



Sean hacía media hora que se había ido de su casa, y su lado responsable le recordó que tendría que estudiar y hacer deberes. Pero su lado responsable era demasiado pesado a veces, así que pasó de aquel lado.

Se levantó de la cama en la que había estado tumbado (y no tan tumbado) las últimas dos horas y media. Beer inmediatamente ocupó su sitio en la almohada y antes de cerrar los ojos verdes para dormir, le lanzó una mala mirada a su dueño. Una mala mirada que fue ignorada. Suspiró y se fue al baño desnudo. Primero se ducharía y luego ya se encargaría de sus responsabilidades. Se miró en el espejo y no sabía exactamente por qué, pero se veía diferente. O tal vez se sentía diferente. Físicamente todo estaba igual; mismo pelo castaño (tal vez un poco más largo), mismos ojos verdes, mismos labios... Lo que sí había cambiado en su cara era aquella cicatriz en la ceja derecha. Se acordaba perfectamente de aquel día. Sabía que eso sería un recuerdo difícil de olvidar. Sonrió e involuntariamente pensó en Sean. Sean riendo, Sean sonriendo, Sean diciéndole bonito, Sean besándole, Sean acariciándole, Sean enfurruñándose, Sean diciendo cosas pervertidas. Sean siendo Sean. Y quería tanto a Sean que sentía que el corazón se le iba a desbordar. Y eso le daba miedo. Mucho miedo. Porque sabía que por culpa de aquel sentimiento dentro de un par de meses estaría destrozado. Elliot le había dicho que él y Sean eran unos masoquistas, y tenía parte de razón. Pero no podían romper. No querían romper. Ninguno lo decía, pero los dos tenían la esperanza de que algo pasara y no tuvieran que separarse.

Finalmente se duchó y no pudo evitar pensar que en aquella ducha había sido su primer beso (consciente) con Sean. Se pegó una bofetada mental y se prometió a sí mismo no pensar más en el rubio.

Cuando volvió a su habitación, Beer seguía durmiendo sobre la almohada y se puso la ropa interior y una camiseta de Sean que le había robado hacía tiempo ya. Decidió empezar por biología y justo cuando iba a pegarse cabezazos contra el escritorio, oyó a sus padres entrar en casa. Beer se había despertado y tenía la cabeza levantada, moviendo las orejas negras hacia un lado y otro. Como no tenía ganas de seguir estudiando, bajó perseguido por su gato y sus padres estaban colocando la compra en la nevera y en la despensa. Beer ronroneó alrededor de los pies de su madre y la mujer cogió al gato con una sonrisa.

-Hola, Beer precioso mío de mi corazón.-le dijo al animal acercándoselo a la cara, sin que este dejara de ronronear.

-Creo que nunca en mi vida me has dicho algo tan bonito a mí, ¿sabes?

Laura le tendió el gato a su hijo, que estaba recostado en el marco de la puerta de la cocina.

-Cállate, que te he escuchado decirle al gato cosas tan cursis que hasta tu padre vomitaría.

-Lo haría.-su padre sacó la cabeza de la nevera, uniéndose a la conversación.

Cristian rodó los ojos y cogió a Beer. Se lo apoyó en un hombro y le empezó a dar pequeñas palmaditas en el lomo, y Beer se dejaba hacer. Sus padres siguieron guardando la comida en sus respectivos lugares y notó que algo extraño pasaba entre ellos. Algo pasaba y él no lo sabía.

-¿Qué pasa?

Laura suspiró y se pasó una mano por el pelo castaño. Al final, fue Sergio quien habló.

-¿La metes o te la meten? Sé sincero.

A Cristian inmediatamente se le colorearon las mejillas de rojo y por poco se le cae Beer al suelo. Su madre era una traidora. Una horrible traidora. Le había prometido que no se lo diría a nadie, y ahí estaba su padre, preguntándole que si era pasivo o activo.

NoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora