;bebé;

918 104 71
                                    

Cerró con cuidado la puerta, para hacer el menor ruido posible. Por la mañana había podido evitar a su madre, y eso le daba más miedo, porque eso significaba que había pasado la mañana dándole vueltas a la cabeza. Porque él sabía que su madre sabía que había pasado prácticamente toda la noche en la calle. Y si su madre se había pasado más tiempo del necesario pensando, era malo. Sobretodo porque era probable que se llevara una bronca.

-Bien, habla.

Se dio la vuelta rápidamente y no se sorprendió al ver a su madre frente a él. Estaba cruzada de brazos, con el rostro serio y el pelo rubio recogido en un moño. Llevaba una falda que Sean pensó que era de vieja y unas zapatillas rosas de casa. Supuso que acababa de llegar de trabajar.

Bueno, pues como él supuso, su madre estaba preparada para echarle una bronca.

-Hablo desde hace bastante tiempo, ¿sabes?-sonrió falsamente.

Sean pasó a rápidamente esquivando a su madre, directo a la cocina. La mochila casi vacía le colgaba de los hombros y oía los pasos de su madre detrás de él.

Cogió un vaso de agua y su madre ahogó un grito cuando vio el tatuaje en los dedos de su hijo. Ya lo llevaba al descubierto y no vio bien lo que era, pero eso no importó a la hora de cabrearse todavía más.

-¿Pero tú en qué piensas, Sean?

Su hijo se giró a mirarla y le sonrió burlonamente.

-¿De verdad quieres saberlo?

Su madre tomó aire profundamente y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir tras un par de segundos, Sean seguía con la misma sonrisa burlona de antes.

-No puedes pasar toda la noche por ahí. ¡Y encima hacerte un tatuaje!

Sean dejó el vaso sobre la encimera e intentó no alzar la voz.

-Ya tengo dieciocho. Puedo hacer lo que me salga de la punta de la po...

-¡Ni se te ocurra hablarme así, Sean!

El rubio se apoyó contra la encimera y se cruzó de brazos, esperando a que su madre hablara. Margo se quedó observando a su hijo unos segundos, preguntándose qué había hecho mal para que Sean fuera así.

-Yo... solo quiero lo mejor para ti, Sean.

Eso fue lo que hizo que la poquísima paciencia que tenía Sean con su madre, saliera volando como un globo desinflándose.

-¿Que quieres lo mejor para mí?-soltó una carcajada amarga-. Si tú quisieras lo mejor para mí, me aceptarías. Aceptarías cómo soy. Aceptarías lo que me gusta. ¡No intentarías hacerme pasar por alguien que no soy en las cenas familiares! ¡Maldita sea! ¡Soy gay, joder! ¡Acéptalo de una puta vez!

Margo por un segundo pensó que Sean iba a coger el vaso de cristal y lo iba a tirar contra el suelo, pero no fue así. Solo se quedó mirándola con sus enormes ojos azules, esperando a que hablara. Aunque no quería oír nada más. Solo quería salir de aquella casa.

Se llevó una mano a la frente y suspiró cansada.

-Es que no logro entenderte, Sean.

Y ahí estaba, la excusa de siempre.

-Vete a la mierda.

Y dicho esto, salió a grandes zancadas de la cocina. Margo escuchó que Sean soltaba una maldición y luego un portazo. Y supo que no vería a su hijo hasta bastante más tarde. Y supo que estaba perdiendo a su hijo. Y no supo qué hacer.

*

*

*

-¿Me vas a decir por qué has aparecido en mi casa con un gato?-se cruzó de brazos Claire.

NoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora