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Desde ese día, su relación con Mark básicamente no había cambiado. Seguía siendo él pidiendo mimos, Mark otorgándoselos. Lo único diferente era que ahora se daban besitos. Oh, los besos.

Como en ese momento.

Ahora estaban en la habitación, recostados sobre la cama mientras veían (más bien, Donghyuck veía) un drama que se había estrenado recientemente y Baekhyun le había recomendado la última vez que se vieron. Incluso habían llevado palomitas y todo, con caramelo, las favoritas del canadiense.

Todo era normal. Hasta cierto punto, el pelinegro le había prestado atención a lo que pasaba en la televisión. Pero, de un momento a otro, le dieron ganas de besar los adictivos y rosados labios de Donghyuck, como si no lo hubiera hecho en todo el día y lo necesitara para vivir, incluso más que el mismo oxígeno.

Y, como siempre que se encontraba con Haechan, sus instintos más primarios le dominaban.

Así que, ahí estaban, él apoyado contra la cabecera de la cama y el moreno cómodamente sobre su regazo, sus labios acariciándose con parsimonia. Donghyuck incluso había olvidado las cientos de amenazas que le dio a Mark si se atrevía a interrumpir, viéndose absorto y encantado por la suavidad y cariño con la que el mayor le besaba, así como las caricias que el mismo dejaba en su espalda y cintura con las yemas de los dedos.

—Ma...— quiso decir cuando el canadiense le dio un instante para respirar, siendo interrumpido por el mismo. En verdad, ese beso le había robado el aliento, y el que Mark siguiera dando pequeños picos en sus labios no ayudaba en nada—. Mark, te dije que...— otro beso—. Mar...— y otro—. ¿Vas a dejarme hablar?— reclamó en voz baja. No le molestaba el hecho de que le estuviera besando, no, no; pero el pelinegro parecía muy animado haciéndolo.

Intento un par de veces más, decidiendo rendirse una vez el mayor cambió de posición, quedando Mark sobre su cuerpo y él recostado sobre el cómodo colchón de la cama.

—Déjame...— suspiró el canadiense luego de un rato, apoyando sus manos en el colchón para alejarse un poco y mirar el rostro de su minino. Quedó encantado ante la vista, en especial por lo rojos e hinchados que sus labios lucían. Y todo es obra mía—. Déjame hacerlo, ¿sí?— pidió, dejando otro pico en sus labios—. Déjame...— repitió.

Los labios de Donghyuck estaban entreabiertos, dispuesto a aceptar todo lo que Mark quisiera. Y es que, ¿cómo negarse cuando se lo pedía así? Su respuesta fue un pequeño asentimiento, y el pelinegro no esperó ni un segundo más para volver a unir sus labios, esta vez en un beso más pasional, desordenado, que le sacó más de un suspiro al moreno.

Mark emitió un pequeño gruñido al escuchar los toques en la puerta de entrada, decidiendo pasarlos por alto y atacando con más fiereza los labios del moreno.

Donghyuck, al escuchar que alguien llamaba, posó sus manos en el pecho del mayor para alejarlo, jadeando. —Mark, la puerta— advirtió, un sonidito escapando de él cuando Mark volvió a besarle.

—Déjala— musitó, sus manos escabulléndose dentro de la camiseta del moreno, acariciando directamente la piel de su cintura—. No es importante.

—Pero...— iba a decir, tragando saliva al notar la oscurecida mirada del canadiense sobre él. El mismo se acercó tentativamente a su rostro, dispuesto a seguir con lo que estaban haciendo; o esa era su intención, hasta que un sonido extraño y un grito para nada masculino les interrumpió, sobresaltando al híbrido y provocando que se escondiera bajo las sábanas.

—¡Oh por Dios!— volvió a chillar el castaño desde la puerta de la habitación.

—Te dije que no mentía— habló una voz más grave, con una sonrisa burlona en su rostro—. Sabes que tienes que cumplir, ¿no?

Ante esto, el rostro del cachorro enrojeció notablemente. Desvió la mirada. —Por supuesto.

Lee sonrió, acariciando cariñosamente los cabellos de su cachorro, antes de regresar hacia los dos tórtolas, encontrándose con un bultito en las sábanas y la mirada para nada amigable de Mark. —Ya, deja de mirarme así.

El canadiense hizo caso omiso a su petición. —¿Qué mierda es lo que quieres ahora?

Jeno rió, sin inmutarse por el tono de voz con el que el mayor le hablaba. —Estuve un siglo tocando la puerta.

—¿Y cómo se supone que entraste? Estaba haciendo algo importante— reclamó, mirando de reojo al híbrido cubierto por las sábanas.

—Uy, sí. Importantísimo— dijo, burlón—. Y, ¿debo recordarte que tengo una copia de la llave?

Ah, claro.

Mark apretó la mandíbula, maldiciendo el día en el que pensó que darle una llave a Jeno era una buena idea.

cat || markhyuckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora