Pequeño.

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Narra Joaquín:

Nuevamente, fui el primero en despertar, pero al igual que la vez anterior me sentía encerrado entre las cuatro paredes de mi habitación. Emilio aún descansaba, y aún sabiendo que se molestaría por esto, dejé un beso en la comisura de sus labios y con cuidado me levanté de la cama para salir de allí de una buena vez.

Eran alrededor de las siete de la mañana, aún se escuchaba el silencio en toda la casa. Bajé y fui directo al gimnasio, necesitaba descargar todo lo que sentía en este momento, todo el coraje que sentía en estos momentos, toda la tristeza que inevitablemente me consumía, esa rabia conmigo mismo.

Cuando entré estaba vacío tal cual lo esperaba. Y allí estaba, ese costal de box que me llamaba a gritos, pidiéndome que lo golpeara. Tome los guantes pero los deje de lado para golpear a puño cerrado sin perder de vista mi objetivo, como si este fuera a irse en cualquier momento.

Necesitaba desahogarme, deshacerme de todos esos malditos sentimientos que me dolían, de esos recuerdos que no querían irse, sacar esa voz de mi cabeza. Todo comenzó a reproducirse en mi cabeza y diablos, en realidad dolía allá de lo físico.

Solté el primer golpe, recordada el momento exacto antes de que todo esto sucediera. Cómo es que Humberto reaccionó cuando se enteró de que Emilio y yo habíamos regresado.

¡No puedes regresar con él, Joaquín! ¡Te lo prohíbo!

Golpeaba el saco, izquierda, derecha, recuerdo lo mucho que me dolió escucharlo, aún podía oírlo en su cabeza, sus gritos llenos de furia, sus ojos lanzando llamas, como la vena de su frente comenzaba a saltar. Lo mucho que me costó retener el dolor que estaba sintiendo al escucharlo, el esfuerzo que hice para no verme débil ante él.

Golpee con más fuerza, recordé el momento en que están dispuesto a irme, como Humberto me surgió al salir de la casa, izquierda, derecha, golpeaba una y otra vez, podía ver cómo se atrevió a disparar y como no pude evitar que lo hiciera, veía la cara de Emilio después de que la maldita bala rozaba su brazo.

Volví a golpear el saco, no dejaba de pensar en cómo le arrebate su vida en ciudad de México, izquierda, derecha, como a pesar de que todo esto era mi culpa no me reclamo nada, golpeaba una y otra vez, por que todo se estaba yendo a la mierda por mi culpa y él no reclamaba nada, golpeaba por qué él es demasiado bueno y yo soy un asco.

Volví a golpearlo por qué Emilio estaba extraño, por qué no quería decirle que sucede con él, por qué de un momento a otro en su mirada había miedo y confusión, por qué sabía algo y no quería decirme que era, izquierda, derecha, un golpe y luego dos.

Escuchaba la maldita voz de aquel hombre, como me gritaba al oído, como se negaba a dejar mi cabeza, golpee el saco con más fuerza, con más rabia dentro de mí.

Ya deja de llorar, pareces una niñita.

No quería callarse, seguía aquí atormentando mi cabeza al igual que cuando era un niño pequeño.

Lo hombres son fuertes, Joaquín ¡Entiéndelo, los niños no lloran!

Golpeaba cada vez más rápido, la fuerza y la rabia se apoderaban de mí, podía verlo, su estúpida cara estaba frente a mí, todo el dolor que reprimi por tantos años comenzaba a crecer.

Te estas convirtiendo en un maldito afeminado.

Podía sentir sus golpes y ahora yo trataba de defenderme, golpeaba el saco, izquierda, derecha, por qué no lo era, no era un afeminado, lo golpeaba con fuerza intentando herirlo por qué esta equivocado, soy fuerte, soy un hombre en toda la palabra.

un brillo propioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora