Cobarde.

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Narrador:

Simples e inofensivos besos que comenzaban a cobrar ritmo acompañados de pequeñas caricias que ambos sabían que no pasarían más allá de eso.

Muestras de afecto significativas, que creaban sensaciones que ambos querían experimentar, uno de los pocos y pequeños momentos íntimos que llegaban a tener en ese aire para nada privado, sin llegar a nada sexual o siquiera pensar en que lo fuera, solo un instante que compartían juntos. Una escena que se vio interrumpida por dos respiraciones agitadas, en busca de recuperar el aliento, el verdadero problema era que una de ellas no conseguía hacerlo, el oxígeno no llegaba, intentar guardar la calma no parecía estar funcionando, todo a su alrededor comenzaba a dar vueltas, sentía como los músculos de sus piernas se debilitaban sintiendo todo el peso de su cuerpo sobre estas, su visión comenzó a nublarse, por más que lo intentaba no podía respirar.

— ¿Te sientes bien?

Quiso negar con la cabeza, pero esa acción tan sencilla le resultaba bastante difícil, intento sujetarse de su pareja, no lo logro, perdiendo el poco equilibrio que le quedaba, no hubo respuesta a la pregunta, solo el sonido de su cuerpo impactando contra el suelo.

El chico muy asustado, se dirijo rápidamente hacia a él para levantarlo, pero su cuerpo no respondía, sus ojos estaban cerrados, su respiración era muy pesada, apenas existente, se encontraba inconsciente.
Cómo si las hubieras invocado tanto Renata como doña Mary llegaron a la habitación tras escuchar el impacto, la menor corrió fuera de la habitación en busca de ayuda mientras que su nana buscaba un poco de alcohol para poner bajo su nariz.

— Joaquín... mi amor... — Emilio se encontraba en el suelo sosteniendolo, le hablaba mientras daba pequeños golpes a su rostro sin llegar a hacerle daño, pidiéndole que despertara, estaba bastante asustado.

La mujer mayor regreso con una botella de alcohol y algo de algodón, lo mojo con aquel líquido para después pasarlo por debajo de su nariz a una distancia razonable, Renata llegó corriendo a la habitación en compañía de Guzmán, dispuestos a llevarselo a un hospital para que lo revisaran, así hubiera sido una pequeñez. Sus ojos intentaban abrirse con mucha pesadez, pero no conseguía hacerlo, por que estos volvían a cerrarse a los pocos segundos. Con sus manos comenzaban a ventilar cerca de él intentado que le llegará el aire suficiente, Emilio le hablaba con calma en un desesperado intento de que reaccionara por completo. Con su mano sujeto la suya, por qué ahora era él quien tenía miedo, quién lo necesitaba, sus ojos se fueron abriendo lenta y pesadamente, su visión se encontraba borrosa, muy a fuerzas podía divisar la siluetas de las personas a su alrededor sin poder reconocerlas, a excepción de la mano que hacía contacto con la suya, uniéndose a ella dando ligeros apretones, podía oler esa inconfundible sustancia, con su mano libre retiro a quien sea que se encontrará acercando el alcohol a su fosas nasales, sintiéndose demasiado aturdido. Había un dolor en su pecho, al igual que en su cabeza. Sentía su cuerpo sudar frío cuando realmente no lo estaba haciendo, tenía escalofríos y presiones que lo lastimaban, los presentes pudieron notarlo en las expresiones de su rostro. Levantó su mirada hacia la única persona que le interesaba ver, a quien se encontraba a su lado, con mucho esfuerzo de su cabeza y visión abatida, pudo observarlo como quien era y no como una simple silueta borrosa, había una pequeña sonrisa llena de preocupación en su rostro.

— ¿Puedes escucharme? ¿Cómo te sientes? ¿Estás bien? ¿Qué sucedió? — preguntó Guzmán mientras se acercaba a él.

— No... No lo sé... — su voz salía con dificultad, unía el entrecejo al mismo tiempo que cerraba sus ojos con fuerza como si de esa manera fuera a acabar con el dolor en su cabeza. — E-estoy bien.

— Joaquín mírame, ¿Puedes verme bien? — asintió despacio. — ¿Te duele algo?

Lo pensó un momento, claro que lo hacía, su cabeza palpitaba, convirtiéndose en una sensación irritante, su pecho dolía, oprimiendo se contra sí mismo, era bastante doloroso, molesto e incómodo. Guzmán lo tomo del mentón obligándolo a mirarle, mirándolo a los ojos hizo aquello que le salía a la perfección, negó, mintiendo sin ninguna dificultad, la diferencia era que el hombre al que trataba de engañar lo conocía incluso más de lo que él se conocía a sí mismo. Con las pocas fuerzas que poseía en ese momento, apretó la mano de su pareja, los inevitables gestos de dolor en su rostro lo delataban, pero no se sentía capaz de controlarlos, su pecho subía y bajaba muy lentamente y con verdadero esfuerzo.

un brillo propioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora