Quiero que te vayas.

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Narra Emilio:

Joaquín volvió a quedarse dormido. Habían pasado dos horas desde que lo encontré gritando al mismo tiempo que lloraba, estaba teniendo un ataque de pánico.

Yo solo estaba allí a su lado viéndolo dormir, sin entender que es lo que le estaba ocurriendo, no sabía que estaba pasando dentro de su cabeza, que era eso que decía escuchar. No sabía que le pasaba y no estaba seguro de si me lo diría, intentaría guardarlo para sí mismo como siempre suele hacerlo.

Pensaba en lo asustado que estaba, se veía tan indefenso, tan roto, me dolió verlo de esa manera pero no sabía cómo repararlo y eso me hacía sentir inútil. Miraba como los rayos del sol entraban por la ventana reflejándose en su rostro en los lugares perfectos, todo él era perfecto, se veía tan tranquilo, tan pacífico, como si nada le sucediera, pero es solo una mentira. Una vil mentira.

Lo veía tan tranquilo y luego lo recordaba sin poder respirar, con las lágrimas corriendo por sus mejillas. No podía dejar de pensar en lo que dijo, en como temía que Guzmán lo golpeara, cuando él siempre ha sabido defenderse de cualquiera, como le gritaba que se alejara, cuando es tan importante para él, como lo miraba con terror, cuando lo hacía con admiración. Cómo lo llamo Humberto. Cómo realmente creía que era su padre el que se acercaba.

Fue en ese momento en que sin ser consciente de ello, sin planear decirlo, reveló una parte oscura de su vida, una que lo sigue atormentado. Fue en ese instante en que nuevamente conseguí respuestas, pero no de la manera en la que las esperaba. Hubiera querido poder entrar en su cabeza y entender lo que sucedía.

Comenzó a moverse y podía ver cómo unía el entrecejo, dijo algunas cosas que no logré entender, se detuvo por un momento, creí que se había quedado dormido de nuevo, pero de un instante a otro dio un salto despertando de golpe, su respiración estaba acelerada, se acomodó sentándose en la cama mientras cubría su cara entre las manos. Lo escuchaba susurrar maldiciones.

— ¿Estás bien? — asintió.

— Lo siento, Emi. — se descubrió la cara y pude verlo, había ligeras ojeras debajo de sus ojos, estos se veían tristes, cansados, su voz aún sonaba adormilada. — ¿Te desperté? L-lo siento.

— Tranquilo, no lo hiciste. — trataba de hablarle con suavidad, realmente me preocupaba, y hasta ahora lo sigue haciendo. — ven aquí.

Se acercó a mí y dejé un beso sobre sus labios, atrapandolos entre los míos, moviéndolos al compás del otro, un beso tranquilo, para sentirnos el uno al otro, para que recordara que estoy aquí. Conforme más se acercaba su cuerpo al mío, más podía sentirlo, y algo no estaba bien, él no estaba bien. Cuando nos separamos pude ver su rostro, sus mejillas rojas, intento sonreírme pero no parecía lograrlo. Puse mis manos en sus mejillas, luego en su frente, estaba demasiado caliente.

— Creo que tienes temperatura, ¿Cómo te sientes?

No contesto de inmediato, solo se acercó a mí y me abrazó, le correspondía, sus brazos me rodeaban, su cabeza descansaba en mi hombro, tenía sus ojos cerrados. Se acercaba, uniendo su cuerpo al mío, podía sentir su mejillas y frente que se encontraban demasiado calientes en mi cuello. Al mismo tiempo que temblaba un poco, todo su cuerpo se sentía caliente, tenía una pequeña capa de sudor. Se quedó en silencio un momento, por un instante creí que no me había escuchado.

— Mal... Tengo frío.

Me levanté y lo ayude a hacer lo mismo, lo lleve hasta el baño y abrí la regadera, él no parecía muy consciente de ello, podría jurar que estaba más dormido que despierto. Le quite la ropa dejándolo en sus boxers, no pareció notarlo.

un brillo propioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora