Copia de una copia

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《El hombre superior ama su alma; el hombre inferior ama su propiedad》

Ahora.

Esas palabras resonaron en su cabeza taladrando hasta el último rincón.

Samantha estaba bastante confundida, pero sobre todo desconcertada, aunque una parte de ella lo sospechaba seriamente, la otra quería convencerse de que no era así.

¿Qué caso tenía hacerla creer que tenían algo si él no podía verla de esa manera? 

No sabía si estar confundida o dolida, estaba experimentando una combinación de ambas emociones.

Elizabeth estaba furiosa, todo se le estaba saliendo de las manos, Joaquín comenzaba a revelarse y eso no era bueno en lo absoluto.

— Estás confundido. — dijo con el notable coraje en su voz mientras intentaba calmarse. — está bien, lo superarás es solo una etapa.

— No estoy confundido. — contestó, podía ver el coraje en sus ojos. — acéptalo de una vez, soy gay, te guste o no.

— ¡Ya basta, Joaquín! — ordenó, el solo escucharlo le causaba profunda repulsión. — ¡Todo esto pasa por las porquerías que te envía Zuria, tan solo te están enloqueciendo!

— ¿Yo estoy loco? — preguntó furioso. — ¡Tú fuiste la lunática que quiso llevarme a terapia como si fuera una enfermedad! ¡Estás tan jodida de la cabeza como Humberto!

Elizabeth no pudo soportarlo más, fue cuestión de segundos para que su mano se estrellara contra su mejilla con más fuerza de la necesaria.

Hago todo esto porque te amo.

El terrible ardor recorrió su piel sin tener piedad alguna, llevo su mano temblorosa al área golpeada en completo silencio.

Solo quiero ayudarte a mejorar.

Sus ojos cristalizados se posaron sobre su madre, era la primera vez que lo golpeaba y había sido la peor sensación de su vida, sentía ese enorme dolor el pecho y un nudo cerrando su garganta.

Félix lo apartó de su madre para que no pudiera intentarlo de nuevo, Joaquín retrocedió aún con su mirada aterrada sobre ella.

Tantos amargos recuerdos se reprodujeron frente a sus ojos, todos esos gritos, esa ola de insultos, esos golpes que jamás conocieron la palabra piedad.

Elizabeth se veía furiosa sin el menor arrepentimiento en su ser.

— ¡No te atrevas a hablarme así! — exclamó. — ¡Tu padre siempre fue un maldito imbecil y no tengo nada que ver con ello! ¡Fuiste tú quien se lo buscó!

— ¡Y tú fuiste tan idiota como para casarte con él! — podía sentir la rabia corriendo por sus venas, ella estaba cada vez más enojada, intento abofetearlo de nuevo pero el la atrapó  de la muñeca antes de que pudiera hacerlo. — ¡No te atrevas a tocarme!

— ¡Tu padre tenía razón! ¡Jamás debí permitir que te acercaras al amanerado de Emilio! — eso consiguió molestarlo más. — ¡Tan solo mírate y ve lo que le estás haciendo a tu familia! ¡La estás destruyendo y pisoteando el apellido que tanto nos costó levantar...!

Ella le seguía gritando pero no pudo responder, de pronto todo le daba vueltas, cada vez escuchaba más alejada su voz.

Llevó su mano temblorosa cerca de su visión pero de pronto estaba demasiado borrosa, eso captó por completo la atención de Samantha y Félix quienes rápidamente se dieron cuenta de lo que estaba pasando.

un brillo propioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora