Quiero odiarte.

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Narrador:

El cielo estaba nublado, el sonido del viento soplando en todo su esplendor, era deprimente, acariciaba las hojas de los grandes árboles, una ligera brisa caía estrellándose en las ventanas, en el rostro de las personas allá afuera, resbalando sobre su superficie. 

Nuevamente estaba solo en la habitación, en aquella camilla de la que ya no podía huir por más que lo deseara, su mirada estaba perdida en su muñeca derecha, cubierta por una venda blanca, decorada con ligeras gotas rojas representando su sangre, recordándole lo miserable que comenzaba a sentirse.

Nuevamente una de aquellas grandes agujas atravesó su piel, inyectando un tranquilizante, sintiendo como tenían que drogarlo para evitar que se matara a si mismo en ese sitio, por qué le tenían miedo, a qué se hiciera daño, a qué lastimara a alguien más, pero no podía evitarlo, no podía controlarse.

Hundido en sus más profundos pensamientos, de los cuales Emilio era el protagonista, recordando su hermosa sonrisa, para después ver cómo se desvanecía, sus ojos irradiando luz, transmitiendo amor, se transformaban, corrían lágrimas, se reflejaba el dolor. Siendo perfectamente consciente de que él era el causante de ambas emociones, él era su salvación, pero también su perdición, lo sabía, ambos lo sabían.

El rizado lo miraba desde la puerta sin que lo notará, estaba tan perdido en si mismo que era incapaz de hacerlo, acostado en aquella camilla, bajo el efecto de aquella droga, atrapado por sus demonios, siendo mutilado por la culpa que lo invadía, tan indefenso, tan vulnerable.

El médico les daba indicaciones de como debería cuidarse, lo dejarían salir esa misma tarde, hablaban fuera de la habitación, intentando evitar que se alterará al escuchar el proceso. Escuchaba cada palabra que decía, sin quitar la mirada del castaño, poniendo su atención en ambos, le dolía verlo así, le dolía lo que hizo, que le mintió, pero le dolía aún más que se encontrará en esa situación en un intento de arreglar un poco del daño que le había hecho, evitando que le arrebataran la vida. Les entrego una tarjeta de presentación, en la cuál se encontraba el nombre su psicóloga y psiquiatra, Zuria. La necesitaba, ya no podían negar lo obvio, no podían retrasar lo inevitable.

Pudo notar como es que dirigía su mirada a un punto en la habitación, unía el entrecejo, comenzó a negar con la cabeza, se veía tenebrosamente tranquilo, sus manos subieron a su cabello tirando de él en agarres débiles, bajando lentamente a sus orejas, cubriéndolas en un intento de aislar el sonido, pero este venía desde adentro de su ser, no podía escapar de él, lo miraba con atención, intentando saber que estaba pasando, si debería intervenir.

— Tienes que callarte. — susurró llamando la atención de todos, no parecía notar la presencia de ninguno, perdido en su pesadilla.  — cierra la boca. — sus ojos se cerraron con fuerza, sus manos lo cubrían lo mejor que podía, el sedante no le permitía más. — cállate, estás mintiendo.

Sus manos comenzaron a temblar, el agarre se volvió más fuerte, logrando lastimarse, repetía que debía guardar silencio, no parecía funcionar. Parecía calmado, pero no lo estaba, por dentro estaba horrorizado, de nuevo.

Renata entro a la habitación tomando sus manos, manteniendolas lejos para que pudiera oírle, le dijo algunas cosas para tranquilizarlo, físicamente lo estaba, en cambio, su mente estaba hecha un caos. No se veía bien, no estaba bien.

Cuando el médico terminó de darles indicaciones una enfermera entro a la habitación con una silla de ruedas, captando por completo la atención del castaño, el desagrado se reflejaba en su rostro, siendo incapaz de ocultarlo, las voces regresaron, sus manos temblaban, quería dejar de escuchar, las miradas estaban en él, esperando una reacción, lo sabía. Estaba furioso, tan calmado que no podía aparentarlo.

un brillo propioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora