Mi oasis.

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Cómo lo dije en otros capítulos, la canción es para entender cómo se estaban sintiendo.

Joaquín:

Meses después...

Ha pasado bastante desde que desperté en el hospital, no puedo evitar pensar que el tiempo avanza con lentitud, como si realmente no quisiera pasar. Las manijas del reloj parecieran querer quedarse en la misma posición.

El silencio de Emilio hacia mí ya no es tan abundante, sin embargo sigue estando ahí, torturandome sin saberlo, consiguiendo que me sienta incluso más miserable e infeliz, si es que eso era posible.

Las terapias psicológicas y psiquiátricas continúan, Zuria me ha hecho hablar acerca de cómo me siento, de lo que ha estado ocurriendo, así como de lo que sucedió en el pasado, con mi familia, con Emilio, conmigo... Me gustaría decir que me han sido de ayuda, que realmente me siento una persona nueva, tan diferentes como afirmaba ser, que las voces desaparecieron, que ya no gritan en mi cabeza, que los monstruos dejaron de cobrar vida, que el insomnio ha desaparecido...

Sí, me gustaría mucho poder decir que todo eso ha sucedido, sin embargo, le prometí a Emilio que dejaría de mentir. Él realmente está feliz de que lo esté intentando, de que “me olvidará de mi orgullo” y aceptara la ayuda, solo espero que aquello se resalte todo lo posible con las comillas, cree que es lo mejor para mí, que después de esto todo el “esfuerzo” que estoy haciendo habrá valido la pena. Solo quisiera poder ver las cosas desde esa perspectiva tan malditamente optimista e irreal.

Escucho una voz gritando con todas sus fuerzas, la diferencia que tiene entre las demás; es la de mi subconciente diciéndome que detenga todo esto, que deje de hacerlo de una vez por todas, que deje de pensar en lo que Emilio y la familia quieren, y que por primera vez en todos estos meses piense en mí.

¿Qué quiero yo? Definitivamente nada de lo que acepte, ¿Por qué? Por qué no me siento listo, cause tanto daño, lastime a personas buenas, inocentes que sin querer se cruzaron en mi camino, mi castigo no ha sido suficiente, no he sufrido lo suficiente. 

Pero contrario a todo eso, me encuentro siguiendo al pie de la letra todo el tratamiento que me da Zuria, así como el de la doctora Miller, quién se está encargando de mi recuperación física. He observado a Emilio desde el oscuro agujero del silencio, el anonimato, la soledad, parece más animado, convencido de que me recuperaré, siento el nudo crecer en mi garganta, las lágrimas picando mis ojos, no lo sabe, tampoco se lo diré, pero en este intento de darle gusto, de complacerlo después de haberlo herido, estoy trayendo la felicidad a su vida, mientras que la tristeza llega a la mía, desempacando sus maletas, sin ninguna intención de irse pronto, en un intento de volver a encontrarnos, me estoy perdiendo por completo, me estoy terminando de apagar.

Todos tan sumidos en el proceso que no han sido capaces de notar la miseria que me consume, la felicidad siempre tuvo un precio muy alto, y yo lo estoy pagando, en esta ocasión, tuve que entregar la mía a cambio de la suya.

Quiero convencerme de que no les estoy mintiendo cuando me preguntan como me siento y yo respondo que bien, intento pensar que es lo mejor para ellos. Yo he dejado de importarme.
¿Acaso es un pecado querer darles gusto después de todo? Tal vez lo sea.
 
Justo en ese instante me encontraba en el gimnasio de la casa, era ahí donde comenzamos la rehabilitación, Renata me estaba acompañando, mientras que Emilio se encontraba en la universidad, me negaba a salir, ya no sentía la misma seguridad que antes, mis clases continuaban por medio de maestros particulares que mamá se ofreció a pagar, y esa era la única ayuda que realmente quería y agradecía sinceramente.

Me encontraba en el suelo, mirando el techo, ambas tomaban mis piernas y las doblaban a mitad del camino para nuevamente bajarlas, lo hacían con cuidado, era uno de los interminables ejercicios.

un brillo propioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora